Ava intentó encontrar algo más entre los códigos y letras de los mensajes pero su mente no podía concentrarse, no cuando el calor de Marshall seguía envolviéndola, su olor una combinación de fuego y verano caliente, inundaba sus pulmones. En su interior la tigresa mostró los dientes, un poco confundida y alterada.
Lo sentía ahí, junto a ella, pero Marshall no estaba presente y eso le hacía querer ir a buscarlo, perseguirlo, cazarlo...
Apretando los labios, Ava se aferró a las cadenas de control y giró la silla para darle la espalda a la pantalla de la computadora. Inclinándose hacia adelante apoyó los codos en sus rodillas se cubrió el rostro con las manos. Frotó la piel, intentó buscar algo diferente en el aire pero todo lo había reclamado él.
Pensó en su propuesta y tembló.
Su pecho se apretó con una dolorosa punzada. No, de ninguna forma, pensó, no había posibilidad de que los polares le hubiesen dado una tumba a Nolan. Él asesinó a uno de los suyos ¿por qué iban a darle un sitio en su territorio para que alguna vez alguien lo visitara? Si estuviera en su lugar, y otra persona le quitara a alguien tan preciado, estaba segura de que no le daría el derecho de pudrirse bajo tierra.
Siseó. Nolan pudo haber sido abandonado en algún sitio al aire libre, donde los carroñeros se habrían dado un festín con su cuerpo y ya no quedaban más que sus huesos.
El crudo pensamiento hizo que su visión se hundiera en rojo y la necesidad de cortar y morder se arrastrara por su piel. Control, pensó, no era un animal salvaje, todavía no.
En el momento en que lo escuchó acercarse, Ava volvió a girar la silla y fingió volver a repasar los mensajes por doceava vez. La puerta se abrió y a su paso el aire se renovó, solo para ser inundado otra vez por esa esencia que hacía que su tigresa se frotara contra la piel.
Marshall cerró detrás, pero no sé acercó. Lo cual era raro.
Ava le echó una mirada por encima del hombro, su corazón se agitó al ver su expresión seria y mortal, estaba enojado.
—¿Pasó algo?
Marshall encontró su mirada, sus ojos sostenían los suyos casi con devoción ciega.
—Tengo buenas y malas noticias.
Ava contuvo el aliento durante un breve segundo.
—Las malas primero.
Él subió una mano hacia su melena de color marrón dorado, la llevó hacia atrás y ella capturó el movimiento de sus músculos. Ya no llevaba el suéter de hilo, se preguntó dónde habría quedado tirado o por qué de pronto ver que sólo tenía una sencilla camiseta verde oscura sin mangas, ajustada a su cuerpo, hacia que las puntas de sus dedos hormiguearan.
Un suspiro masculino en el aire.
—Jason capturó a un Cazador que tenía trozos de pelaje blanco en una bolsa junto a sus herramientas, acaba de llamarme, está seguro de que el pelaje es de león.
En sus ojos vio que también estaba pensando en la misma opción. No era demasiado complicado, los leones blancos eran extremadamente raros y sólo había uno en la coalición, uno en todo el pueblo.
Micah Aberdeen
Pero, de alguna forma, Ava tenía el presentimiento de que algo no encajaba con esto.
—¿Pelaje dentro de una bolsa? —Cuestionó—. Ningún Cazador dañaría una piel de esa forma, menos si se trata de algo tan valioso. —Solo la cabeza con melena vale más de un millón en el mercado ilegal—. Y estamos hablando de Micah —Ava se puso de pie, pero mantuvo la distancia al apoyarse contra el escritorio—. Es el león más agresivo de la coalición.
Uno que no moriría sin luchar.
—También pensé en eso. —Marshall se cruzó de brazos y apoyó un hombro en la pared, girando casi todo su cuerpo hacia ella, era un muro de calor y fuerza masculina difícil de ignorar—. Le ordenaron rastrear cazadores sin intervenir. Jason lo vigilaba desde la reunión general.
—Entonces desobedeció a Patrick, se deshizo de Jason y se puso a sí mismo como señuelo.
Ese había sido su plan inicial, pero después de ver la magnitud del nuevo arsenal de los cazadores Patrick no quería arriesgar a ninguno de sus protegidos, por eso ordenó la cooperación con el equipo de seguridad del pueblo. Aunque Micah era un hombre que podía repeler hasta la persona más sociable de la coalición debido a su naturaleza agresiva, eso no lo dejaba fuera de la protección instintiva de su alfa.
Ava no necesito de palabras para entender por qué le había puesto a un vigilante. Ya podía sentir las chispas que saltarían de sus ojos al saber que al final había primado el comportamiento impulsivo.
—Tanta fuerza bruta y tan poco cerebro —Marshall casi mordió las palabras.
Un posibilidad flotó a la deriva, como un tenue susurro en medio de la opresiva preocupación que emergió cuando Marshall le dijo su sospecha. No era cercana a Micah, de hecho ambos no se soportaban, pero compartían algo que los ponía en el mismo lado: proteger a Gold Prid a cualquier costo.
—No creo que haya sido un acto impulsivo.
Micah, el hombre huraño de ojos azules fragmentados y cabeza rapada era quien dirigía las brigadas fronterizas con la afilada precisión de un láser. Odiaba tanto a los Cazadores como las reuniones sociales, no se dejaría atrapar de la nada.
A menos que el Cazador que lo capturó estuviese en un nivel diferente, un peldaño por encima de un cambiante que tenía la fama de volverse oscuramente violento ante la mínima provocación.
Cuando se trataba de autocontrol, Micah siempre fallaba la prueba.
Pero ¿podía alguien ser tan diestro para cazar a un león como él? Apenas habían pasado poco más de cuarenta y ocho horas después de la reunión, Micah se habría ido a rastrear al pueblo tan pronto como se deshizo de sus deberes con las brigadas, pero aún así era demasiada casualidad que pudiera haber sido capturado.
El teléfono de Ava sonó en el bolsillo de su chaqueta gris. Era un mensaje de Patrick que le enviaba una captura de pantalla, en ella aparecía la imagen de un hombre tendido en el suelo, atado de manos y pies y con un saco rojo en la cabeza, sobre la imagen estaba escrito: “Escucha lo que mi hombre tiene que decirles, tú equipo de investigación y yo tenemos asuntos pendientes”
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Editado: 08.08.2022