Ava vio el brillante metal de las esposas que rodeaban e inmovilizaban sus muñecas, una punzada aguda se alojó en la boca del estómago y su animal se preguntaba por qué permitía esto voluntariamente otra vez, el dolor se acentuó cuando recordó la última vez que tuvo estas esposas en sus muñecas.
Caminaba en fila detrás de Nolan, después de la peor sesión de experimentos que había tenido en toda su vida, habían ido tan lejos que cayó en una fase de disociación emocional que la convirtió en un vegetal andante. Mientras avanzaba hacia un destino incierto, con sus hermanos detrás de ella, llegó a pensar que la habían dañado a tal punto que tal vez no tendría arreglo, pensó que jamás volvería a comprender sus emociones, que sus torturadores habían ganado y todo lo que sentiría a partir de ese momento sería miedo, odio e ira.
Pero luego llegaron a una puerta y un guardia les quitó las esposas, les dio instrucciones y les dijo que ya eran libres.
Libres.
—Son falsas —habló la mujer, su voz suave colandose en sus pensamientos. Terminó de esposar a Dimael y luego se giró hacia Ava—. No corren riesgo de ser atravesados por las puntas.
Reprimió un gruñido.
Esas puntas de metal estaban diseñadas para activarse armónicamente cuando el sensor especializado en el interior reconociera cualquier atisbo de una transformación, por eso eran tan efectivas para controlar a los cambiantes, nadie quería sus extremidades inutilizadas si pensaba en sobrevivir.
La camioneta se detuvo, segundos después Ava oyó el sonido mecánico del sistema de apertura automático del garage. De reojo vio que la mujer se acercaba con un par de esposas para Marshall.
Siseó una advertencia, la tigresa quería arrancarle la garganta, la compulsiva violencia en su interior anhelaba la sangre. Marshall intervino moviendo una pierna para rozar su muslo, deslizó una gran mano sobre su rodilla y gruñó en respuesta, le dio un mordisco a través del vínculo y ella se estremeció.
Dimael le guiñó un ojo con una sonrisita cómplice y entonces el rubor se apoderó de ella.
—Son inofensivas —le recordó y Ava se sacudió al darse cuenta cuánto había extrañado el sonido suave y pacifico de su voz—. No me harán daño.
Voluntariamente extendió sus manos hacia la mujer. Las puertas de la camioneta se abrieron y los demás se tensaron, incluso Dimael había perdido su sonrisa curiosa, ahora sus ojos grises brillaban con algo salvaje y feroz.
El hombre que las abrió, que por su olor y la mezcla entre ámbar y dorado en sus ojos lo identificaban como un cambiante lobo, paseó su mirada sobre cada uno de ellos hasta que encontró la de la mujer.
—Vaya grupo pintoresco que has reunido, Bloody Thorne.
Sus ojos se estrecharon con lo que Ava supo era una sonrisa coqueta.
—¿Cuánto tiempo disponemos?
El lobo no se vio desanimado en absoluto en el enfoque estrictamente profesional de ella.
—Solo dos jodidos minutos —espetó otra mujer que apareció desde uno de los lados de la camioneta, sus ojos marrones se hundieron en una oscuridad escalofriante. La tigresa de Ava se agazapó, osa, ella era una osa—. Deja de jugar Ghost y terminemos con esto, no querrás hacer enfadar al jefe.
El lobo se sacudió, luego su semblante cambió y su voz se hizo más profunda y demandante.
—Hora de movernos, los llevaré hasta la celda de espera, según logística interna ustedes ya fueron clasificados ¿hay algo más que deba saber?
Ava levantó una mano, el lobo inclinó la cabeza y la miró.
—Estamos vinculados —con la cabeza apuntó a Marshall.
Su león desnudó los dientes. El vínculo se había quedado en calma desde que partieron y ella sabía que estaba conteniendo sus emociones. No quería eso, quería golpearlo y luego morderlo y luego besarlo, quería que supiera que necesitaba protegerlo pero no podía hacer eso si se guardaba todo.
Pero no había tiempo. El lobo soltó una maldición entre dientes.
—¿Aprendieron a bloquearlo?
Ambos negaron.
—Jodida mierda —masculló por lo bajo—. Ember no podía facilitarnos las cosas ¿no?
La mujer sostuvo su rifle y saltó de la camioneta.
—Ya ha hecho demasiado —dijo ella, arrastrando un borde animal en su voz —. Ahora depende de nosotros tirar esto abajo.
—El control debe ser perfecto —habló el otro hombre armado que viajó con ellos, fue silencioso y tranquilo en todo el camino, le recordó a Joey—. Traten de nivelar sus emociones o sus animales destrozarán todo para protegerse el uno al otro.
—Entendido —Marshall bajó.
—El tiempo se acaba Ghost —apuró otro hombre a lo lejos.
El garage estaba vacío, se notaba que nadie lo había usado para su verdadero fin en años.
—Lo que están a punto de ver no será agradable —mencionó el lobo—. Puede causar pesadillas, quedan advertidos.
Sacando su enorme figura de la camioneta, Kenny flexionó su cuello con un crujido, sus ojos oscuros feroces y brillantes.
—¿Piensas que puedes asustarnos? —Esbozó una sonrisa llena de dientes.
—Hagamoslo de una vez —soltó Dimael. Su expresión resuelta cambió una vez más cuando preguntó—. ¿Cómo se supone que debemos actuar?
—Aturdidos —la mujer lo golpeó en la espalda con la parte del rifle cuando alguien más entró al garage.
El leopardo de las nieves reprimió el dolor y guardó de inmediato sus garras.
La tensión de los cuatro soldados de Kage se enfocó en la figura cubierta del gran hombre que preguntó con un tono amenazador:
—¿Por qué tardan tanto?
Era evidente que él no formaba parte de la misión.
—Tenemos presas grandes el día de hoy —el lobo mencionó con burla—. Presas especialmente grandes.
El hombre de anchos hombros los analizó uno por uno, desde la distancia no podía observar su rostro tampoco podía oler, lo que sugería que todos usaban alguna clase de perfume de camuflaje para ocultar sus olores personales.
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Editado: 08.08.2022