Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

5

Le habían enseñado a no tener miedo a la oscuridad. No podía temerla. Llegaría el día en el que viviría dentro de él, alimentaría su sangre, su aliento. Un día, la llevaría sobre sus hombros y sobre su cabeza. Las sombras y la niebla se alimentaban de ella. Y de él. Del latido de su corazón, de sus pensamientos.

A Keiran le habían enseñado que la oscuridad no era algo a lo que él debía temer, mas debía respetarla. Pero cuando se vio rodeado de tinieblas que se movían como una marea de tinta a su alrededor, rugiendo ensordecedoras, el pánico lo invadió como nunca lo había hecho.

Sus ojos se abrieron de golpe. La oscuridad se vio sustituida por una luz de color rojo anaranjado, apagada, que le aguijoneó las retinas con saña. Su espalda se despegó del lugar sobre el que yacía con brusquedad, haciendo que el mundo a su alrededor oscilase y se llenase de sombras  en los bordes.

Un gemido angustiado escapó de sus labios.

No, no más sombras…

─Keir…

Keiran giró la cabeza hacia su izquierda, en la dirección de la que había venido aquella voz femenina, familiar y conocida. Frunció el ceño hasta que la luz rojiza que se colaba por una ventana le permitió distinguir el rostro de la mujer que había sentada a su lado.

Rhiannon. Su cabello negro y corto estaba revuelto y encrespado, formando una corona de aspecto espinoso alrededor de su rostro, de un blanco espectral. Sus ojos del color del carbón se veían más grandes y más oscuros de lo normal, destacando como gemas sin brillo en su cara. Ni siquiera la sonrisa tirante de sus labios conseguía iluminarlos.

─ ¿Cómo te encuentras? ─preguntó despacio, estudiando el rostro de su hermano.

Keiran percibió la tensión emanando de su cuerpo, sin necesidad de fijarse en su postura por debajo del cuello. Abrió la boca para contestar, pero no llegó a decir nada. No sabía que constar a esa preguntar. No tenía ni idea de qué era lo que sentía, que era lo que parecía moverse ahora debajo de su piel, detrás de sus costillas. Dentro de su cabeza.

Desvió su atención de los ojos de su hermana, que le resultaban de repente demasiado oscuros, llenos de tinieblas, y se fijó en el lugar en el que se encontraba. Su hermana estaba sentada en una silla al lado de la cama estrecha y extraña en la que él se encontraba, en una habitación pequeña y austera que le resultaba desconocida. La luz que se colaba por la ventana detrás de Rhiannon teñía las paredes blancas de un color rojo intenso mezclado con pinceladas de una tonalidad broncínea. Como sangre mezclada con oro viejo. Su olor metálico empezaba a llenarle la nariz. Y comenzaba a despertar a alguien dentro de él.

Alguien que de momento no rugía, pero que ronroneaba suavemente, desperezándose.

Un estremecimiento se extendió por la espalda de Keiran. Trató de pausar su respiración, evitando centrarse en el olor que parecía impregnar cada recoveco de la habitación.

─ ¿Qué estás haciendo aquí? ─preguntó volviendo a centrar la mirada en Rhiannon.

Su hermana se echó ligeramente hacia atrás al oír el tono de su voz. Rasposo y grave, como si hubiera estado gritando. O como si se encontrase a medio camino entre su cuerpo conocido y una forma más… animal.

─No iba a dejarte solo ─contestó ella.

Rhiannon lo miraba con intensidad, sin perder detalle de ninguno de sus movimientos ni de sus gestos. Su voz era suave y cautelosa, como si estuviera hablando con un animal herido y asustado. A Keiran no se le escapó que su hermana no trataba de acercarse a él, sino que se mantenía a una distancia prudencial.  

Pero se encontraba en la misma habitación que él. Entre cuatro paredes, encerrados. Con aquel olor a muerte y destrucción flotando en el aire…. Los feéricos no les rezaban a sus dioses entre los muros de un templo porque su esencia no podía ser contenida entre cuatro muros y un techo, y Keiran ahora tenía a uno en su interior…

Hola, culebrilla.

Keiran se quedó muy quieto, cada uno de los músculos de su cuerpo dolorosamente tensos, pero él apenas lo sintió.

Esa voz… Conocía esa voz a pesar de que nunca la había escuchado. Porque era suya, de su sangre. Una voz que sabía que un día habitaría dentro de su cabeza, para la que su padre había tratado de prepararlo, pero ahora… La voz de un dios, le había dicho.

La voz de los dioses era sorprendentemente suave, pero tenía un dejo afilado. Sonaba y se sentía dentro de su cabeza como la niebla que bajaba desde las montañas hasta los valles antes del amanecer; fría y pesada, casi perezosa, pero no por ello menos poderosa. Una sombra difusa, pero eso no la hacía menos real.

Una risa grave y profunda acompañó aquellas palabras. Una risa gorjeante, melódica y atractiva para quien no sabía lo que escondía. Una risa que a pesar de divertida y pausada, Keiran supo que provenía del mismo ser que había rugido dentro de sus huesos y arañado detrás de sus costillas antes de que el mundo se cubriera de oscuridad y silencio a su alrededor.

─Tienes que irte ─consiguió decir por fin en un susurro, sin mirar a su hermana.

─ ¿No quieres saber lo que ha ocurrido?

─Puedo imaginarme lo que ha ocurrido ─espetó Keiran girando la cabeza hacia ella con una velocidad extraordinaria.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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