Las Tierras Altas se definen como un macizo de territorios rodeados por la cordillera de Los Álamos, donde la mayoría de los árboles pertenecientes a esa especie convergen para formar un collar antes de precipitarse en los arriesgados riscos en los que solían habitar “los nocturnos”. Muchas historias destinadas a mantener a los niños dentro de sus casas se basaban en aquellos seres cuyos rostros continuaban siendo un misterio pero que en su momento habían constituido una preocupación para el reino de Everland.
Una de las ventajas del aislamiento al que estaban sometidas las Tierras Altas era no mezclarse en los asuntos del resto de los Reinos del Continente. Esa política autosuficiente y de ostracismo había sido cambiada por Riegar “El Grande” cuando los tiempos de oscuridad de la mano de los nocturnos y las Brujas del Pacto amenazaron con exterminar a los habitantes de la ciudadela de Everland.
Siglos de lucha por consolidar una posición y no ser la parte obviada en las decisiones que tomaba el Continente, le tomaron a aquella familia de características inigualables. Generación tras generación, como si fuera un estigma, los destinados a ocupar el trono de Everland heredaban el cabello blanco como la nieve y los ojos como el oro líquido que se refinaba en las montañas del reino.
Generación tras generación y todos los primogénitos cuyo don se había manifestado ascendían al trono para afianzar los lazos de un reino próspero y pacífico que vivía de la minería y la agricultura. Solo en selectas ocasiones participaban en la Cosecha del Continente. Esa fiesta dorada donde “los extranjeros” exhibían sus túnicas multicolores y mujeres de dorada piel danzaban al son de las flautas dulces.
Sin embargo, hoy no era un día presto a celebrar la primavera aunque cada flor exultara fragancias y nuevos colores. Parecía que el cielo de Everland compartía la misma mirada triste que los súbditos de la corte real. Zion de Riegar, decimoséptimo emperador desde el establecimiento de la monarquía Riegar, estaba a punto de dejar la frontera de la realidad y regresar al lugar donde nacían todos los de su linaje.
Los hijos de la divinidad con el poder de recibir un don y dirigir a su pueblo estaban despareciendo. Zion había sido bendecido con la habilidad de la clarividencia, hecho del que logró sacar colosal ventaja al predecir epidemias, sequías o el ataque de las Brujas del Pacto.
Una responsabilidad que solo se manifestaba en situaciones de extrema necesidad. Estando tan cerca de recibir el beso de la muerte, Zion volvió de su estupor para convocar a la Emperatriz y al consejero real en un último intento por salvar a su pueblo de los peligros que acechaban más allá de la muralla natural que era la cordillera de los Álamos.
“Un cielo teñido de sangre. Dos colosales cabezas hacia los pies de una criatura con un solo ojo color amatista. Una mujer a lomos de un corcel con un amuleto centelleando sobre su cabeza. La arquera de Ruler es la próxima heredera del reino y la oscuridad eterna envolverá al Continente si el príncipe destronado ocupa su lugar.”
Fueron las últimas palabras del noble y una pesada tristeza inundó los aposentos imperiales cuando el consejero y la emperatriz observaron el brillo escapar de las pupilas del rey Zion. Para los que habían convivido tantos años al lado de aquel hombre de larga cabellera plateada el hecho de escuchar una visión de sus labios atraía efectos contradictorios.
Por un lado estaba Lear, el fiel consejero e intérprete que había sucedido a su padre en la tarea de descifrar el significado abstracto que las visiones de su Señor poseían la mayoría de las veces. En oposición estaba el sabor agridulce en los labios de la Emperatriz, quien ya se preparaba mentalmente para enfrentar el ímpetu de su hijo mayor Rhydian de Riegar, cuyo don lastimosamente nunca se había expresado aun cuando el joven ya contara con dieciocho años.
—Notificaré al Consejo Real, mi lady.
La emperatriz asintió a la venia del consejero. Necesitaba unos minutos a solas con el que fuera su compañero de vida por al menos treinta años. Aun cuando algunos hilos plateados se dejaban admirar en la larga cabellera negra de Siena de Riegar, su belleza y mente paciente seguían intactas. Había dado a luz a nueve hijos, siendo Rhydian el primogénito y ahora se enfrentaba a la pérdida prematura de su esposo.
Para ella, que había pasado de las casas de entretenimiento de la ciudadela a convertirse en la favorita del Emperador y más tarde en la Emperatriz, la vida había experimentado un giro trescientos sesenta grados y ahora entendía las palabras de aquella mujer de labios purpúreos y extraños orbes amarillos la noche antes de aceptar su destino.
“Tendrás el mundo en la palma de tu mano, pero… ¿A qué precio?”
Entonces tenía dieciséis años y no le importaba mucho el resultado de sus acciones. Dirigirse a los acantilados del Norte, casi a la puerta de “los nocturnos” y ofrendarle su alma a aquella mujer por ganar el corazón al príncipe Zion en aquel momento. Siena nunca entendió por qué la Bruja aceptó de buena gana no cobrar su deuda.
Cuando se supo encinta por primera el temor a que el viejo fantasma encapuchado de Ariana, la Bruja Blanca del Pacto, arremetiera con la criatura la tuvo en un constante ir y venir. Gracias a un milagro de la Diosa, Rhydian heredó todos los rasgos que lo convertían en el heredero potencial del reino y el don de sus padres. Ahora entendía las palabras de Ariana.
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Editado: 11.08.2023