Rumores Muertos

CAPÍTULO 3. NUEVAS PERSONAS, NUEVOS TERRITORIOS.

Pasaron varias horas para que todo acabara, más de las que hubiera deseado. Sabía que la fiesta podía continuar hasta por otro día tal vez, sin embargo, con ayuda de Izan corrí el rumor de lo cansado que estaba Eros y lo ansioso que estaba por poder dormir. Muy pocas personas nos creyeron y se fueron ya que la mayoría sabía que a mi hermano le gustaba celebrar sus victorias. Al ver que muy poco nos funcionó la mentira, comencé a divulgar distintas cosas, mentiras tan efectivas que lograron que sólo quedáramos Izan, Zaafiel, Eros, Brais y yo.

–Espero que no hayas regresado muy cansado, Eros.

–La batalla fue fuerte –se limitó a contestar.

– ¿Tanto como para no aceptar un pequeño trabajo?

Estaba enojado y no lo disimulé. Darle mi trabajo a Eros frente a mí era como un castigo de parte de Brais.

–Creo que es hora de unas vacaciones –respondió sin despegar la mirada de su comida.

Hubo un gran silencio después de eso. Todos miramos los postres sobrantes, grandes, pequeños y demasiado adornados. Escogí dos diferentes y levanté la mirada por uno más, pero me distraje al ver a Izan esquivando aquellos que contenían mermelada mientas los miraba con asco. Las sirvientas se llevaron todos los platos, vasos o cualquier cosa que estuviera sucia. Izan, Zaafiel y yo caminamos hacia el jardín del castillo mientras platicábamos.

– ¿Qué te pidió a cambio? –preguntó mientras encendía un cigarro.

–Le ofrecí cualquier poder –contesté sin darle importancia.

– ¿Se lo darás?

–Cumplió con su parte del trato.

– ¿Decir no a cambio de un poder? Eres un idiota –me ofendió negando con la cabeza.

–Podré quitárselo luego, mientras siga a Victoria no lo necesitaré. Es lenta, débil y aburrida.

–Muero por conocer a la persona por la que le darás a Eros uno de tus poderes.

–Ella no es nadie, lo hago por mí, tengo que saber que quiere Brais con ella.

– ¿Señor? –me dijo una sirvienta–. El señor Eros quiere verlo.

–Señor Eros –repetí en un bufido–. Iré en un momento.

La sirvienta asintió y se fue.

–No pierde el tiempo –dijo Izan.

–Hoy puede ser tu día para verla –le dije–, necesito que la vigiles un par de horas.

– ¿Qué recibo a cambio? ¿Algún poder? –se mofó.

–Eros quería a Zaafiel, pude habérselo entregado.

Izan me miró mal, acaricio el lomo de su mascota y ambos caminaron fuera del castillo. Caminé hacia la habitación de Eros, quedaba al otro extremo de la mía. No me molesté en tocar la puerta antes de entrar, su habitación era un desastre. Ropa por todos lados, un fuerte olor del cigarro inundaba el lugar, de Izan lo soportaba, pero de Eros lo odiaba. Vestía su ropa negra de viajar y se acomodaba las mangas de cuero de los antebrazos. Al verme sonrío y se puso de pie, esperando.

–¿Te vas? –cuestioné.

–Para mí el festejo no ha acabado –sonrió–. Pero bueno, ¿acaso mamá no te educó? ¿Cómo se dice?

–No sé de qué hablas...

–Unas gracias sería apropiado –negué con la cabeza mientras él seguía hablando–. Mamá estaría decepcionado de ti...

– ¿De mí? ¿Estás seguro? Mírate y dime si eso fue lo que mamá quería de nosotros.

–Sigo esperando –dijo evidentemente más enojado.

–Púdrete...

–Perfecto, ¿te vas? Estoy ansioso de saber cuál era el trabajo que Brais tiene para mí.

Y cuando pensé que no podía estar más furioso Eros dice eso. ¿Victoria valía esta humillación? No, ella no lo valía, pero sí mi curiosidad. Suspiré tratando de tranquilizarme.

–Gracias –dije firme y alto.

No quería volver a repetirlo y tenía que estar seguro de que lo haya escuchado. Eros asintió y sonrío.

–Vamos progresando... Ahora dime qué es lo que tienes para ofrecerme, tengo que empezar a acostumbrarme lo más pronto posible –exigió.

Caminé hacia él mientras miraba hacia todos lados. Sobre una mesa había un mapa de todos los reinos del mundo, algunos tachados, otros encerrados con garabatos cerca de ellos.

– ¿Qué es eso? –pregunté caminando hacia los papeles.

–Nada que te importe –exclamó tomando mi brazo con brusquedad, evitando que me moviera.

–Eros...

–Tengo prisa Aarón, ¿te importaría darme lo que me debes? –me interrumpió.

–Tengo que ver si puedes soportar cualquier poder –dije molesto mientras me acercaba a él.

Lo notaba tranquilo, sin embargo, ese movimiento rápido que hacía con su dedo sobre su pierna con desesperación llamó mi atención. Fruncí el ceño, leí su mente y apreté los puños en cuanto lo vi. Él y Brais estrechándose la mano.

–No la descuides en ningún momento –dijo Brais.

–Claro que no, conozco a Victoria y sé lo que planea.




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