El camino no dura más de cinco minutos. Podrían haber sido tres si descartamos los semáforos que nos encontramos en rojo.
Cole no acepta que sus guardias de seguridad (sí, he deducido que los mastodontes serios son su seguridad privada) le abran la puerta. Puede hacerlo solito y está bien, me parece justo. Nadie es de cristal por más fama que posea, cualquiera puede abrir por sí solo la puerta de una combi para bajar a realizar un recorrido turístico.
El portón de hierro forjado del cementerio municipal está a medio abrir. Un sujeto de seguridad sale de una garita edificada en la entrada y nos recibe.
—¡Oh, aquí están!
Es el Señor Kev. Tiene unos sesenta años y es sepulturero, seguridad y sereno de este lugar desde los veinte. Nos contó una reseña de su vida cuando vinimos a conocer sobre el recorrido que debemos hacer por el cementerio.
—Siento la demora, Kev. Sólo fueron unos minutos—anuncia Abby.
El chofer de la combi queda en la movilidad. Tendrá que fumarse las historias que Kev ha de acarrear para contarle a todo el que se cruza por su camino. Suerte que es de mañana y no de noche sino lo dormiría más rápido o bien, lo dejaría muerto de miedo.
Tanto tiempo en un cementerio ha hecho que Kev tome cierto deje de misterio en su modo de comunicarse con los demás.
Una vez dentro del cementerio, el olor a flores y hierba nos impacta. Es el olor matinal de un cementerio. El viento sopla suave y es fresco, no entiendo por qué no me traje el saco del uniforme. Las calcetas largas ayudan pero no lo suficiente.
—Empezamos—anuncia Abby.
Hay dos entradas: por la izquierda o la derecha. Uno puede entrar por donde le plazca aunque las personas comunes lo hacen de izquierda a derecha. Del mismo modo que nos enseñaron a hacer el tour.
El punto es que nuestro recién llegado Cole no es una persona común y él quiere ir desde la derecha.
—Pero cariño—interviene la señora—, es éste es el recorrido propuesto. No conviene que cambiemos los planes a las señoritas que se dedican a esto.
El chico se encoge de hombros con toda su pedantería.
—Podemos ir por ese lado—dice Abby—. Si es que todos estamos de acuerdo… Sino, mi compañera podría acompañar a Cole por la derecha mientras nosotros hacemos el recorrido clásico por la izquierda—ofrece.
Y mi corazón se desboca. Ella sonríe con picardía. Maldita sea, Abby, juro que te mataré luego de esto.
—No tengo problema en ir solo—anuncia Cole.
Abby me da un empujón y masculla:
—Ve con él.
Me pincha las costillas y salgo a los saltos tras Cole quien ya se funde entre las paredes lapidarias.