Nwazenor es no sólo un país prometedor, sino admirado en todo el continente. Poseedor de grandes ciudades, bellísimos hábitats naturales y hogares de muchos políticos y cazadores destacados. Así mismo, la capital del continente se podría decir que es un paraíso desde afuera. No obstante, la realidad, como en cualquier otro país de este mundo, es la misma historia podrida que trajeron los noxakos.
La ciudad capital no es diferente a las demás metrópolis, pues también está dividida en tres secciones. La más aproximada a la frontera y muro exterior, es donde viven las personas que están en pobreza extrema, cuyos miembros de la familia o ellos mismos no son cazadores, por lo que no hay forma en la que asciendan otro peldaño en la sociedad. Las fábricas comúnmente se hallan en esta zona, pues los obreros de éstas son empleados de la misma.
El segundo es el aro del medio, donde viven aquellos hijos o descendientes de personas que alguna vez fueron ricas. Descendientes de cazadores que fallecieron y les dejaron buen dinero para mantenerse en un empleo estable y poseer un lugar cómodo hasta que envejezcan o tengan hijos cazadores, a la par que conviven pacíficamente entre ellos. Hay buenos colegios, áreas comunes bastante bellas y un ambiente precioso, pero estancado.
El tercero es de lejos el más tranquilo, eso se lo dejarían al anterior. La zona más alta de las ciudades contiene no sólo enormes mansiones y palacios, sino que también hay lugares de entretenimiento, tiendas de artículos tremendamente caros y ningún hogar se vende, todos se rentan anualmente. Hay que pagar también servidumbre y de más cosas, pues estas casas están no sólo bien cuidadas, sino custodiadas por mucha seguridad y el gobierno mismo asegura que se trata de la zona más segura de todas mientras no salgas de casa.
La realidad es que en la zona alta sólo viven cazadores expertos y ambiciosos, al igual que sus familias que pueden ser mantenidos o también cazadores, mismos que pueden llegar a pelear entre ellos o con otros, cosa que arrastra varias víctimas accidentales muy comúnmente, y por ley, los conflictos entre cazadores no pueden ser intervenidos por las autoridades de la ciudad. Si un cazador daña a un civil, la ley se interpone. Si un civil daña a otro civil, la ley se interpone. Si un civil daña a un cazador, la ley se interpone. Pero, si un cazador daña a otro, o incluso, lo asesina, la ley no se debe interponer.
Esto es algo que se implementó hace mucho, pues hubo una temporada donde los cazadores, cansados de estar presionados por las autoridades cuando había conflictos entre ellos, terminaron por armar una pequeña revolución tan sencilla que fue no cazar. Esto aumentó el número de noxakos en la zona, y en aquellos días, al no estar listos para dicha situación, los gobiernos del mundo entero decidieron apartarse de los conflictos entre los cazadores, con la condición de seguir eliminando a las horrendas criaturas y no dañar a los civiles.
Desde entonces se acordó que entre cazadores la ley era nula, no obstante, también se aclaró que los mismos jamás podrían ocupar cargos políticos ni de gran importancia en macroempresas, así como abrir sus propios pequeños negocios. Debian ser trabajadores comunes o cazadores. Así de simple.
Luego de recorrer varias horas de camino y llegar a la frontera del país, los jóvenes solicitaron un «Tregua de transporte». En todo el continente de Nwarvus, la tregua de transporte permite a los cazadores registrar el número de orbes que llevan consigo, para ser estos transportados a su nombre hasta un centro de intercambio y depositarles en sus cuentas una vez que ellos lleguen hasta uno de éstos.
Los militares de la zona, impresionados, contaron los orbes que cargaban los cazadores, conseguidos 127 en total, aunque al final, Mergo tomó 4, Annia conservó 3 y Dan 5, lo que dejó un total de 115 que se registró a la cuenta de la chica pelirosa, pues Mergo no quería cargar con ese dinero, o al menos esa fue su excusa.
A cambio de un orbe de Dan, y a petición de la misma, se les dio un vuelo hasta la capital del país desde una pequeña ciudad cercana, pues la joven deseaba ir a la ciudad más importante del país para ser tratada. Fue ahí donde llevaron a la herida a un hospital especializado de la zona alta, un sitio que de inmediato la trató por sus heridas, pues la chica ya se la había pasado desmallada una gran parte del tiempo.
Al llegar, los cazadores dieron los cuatro orbes de Dan como pago, cosa que fue más que suficiente para cubrir todos los gastos necesarios hasta que la chica se recupere. De igual manera, los cazadores rentaron las habitaciones de un hotel de la zona media con un orbe de Mergo, cosa que fue suficiente para pagar el año ahí mismo, en un penthouse con dos habitaciones para cada uno, una cocina grande, un bello recibidor y una vista increíble de la ciudad.
Los días pasaron, y ambos cazadores atendían su rutina diaria. Hacían ejercicio en las mañanas, desayunaban, salían a pasear y regresaban en la noche para cenar juntos y volver a dormir. Poco a poco se fueron conociendo más en los tres días que mantuvieron dicha vida, hasta que, finalmente, el hospital los llamó para decirles que Dan se había estabilizado y estaba lista para recibir visitas.
Al día siguiente, en la mañana, ambos cazadores fueron a ver a la joven. Ella estaba vendada, con un par de catéteres en los brazos, oxigeno enviado directo a sus fosas nasales y su pierna ya tratada y curada, al menos lo que quedó de ella.
Al verla mejor, ambos cazadores se sintieron un poco aliviados, por lo que Dan les sonrió levemente, aunque su sonrisa se apagó rápido al escuchar unos pasos que iban hacia el lugar, cosa que llamó la atención de sus compañeros, los cuales voltearon hacia atrás y percibieron cómo alguien entró a la habitación de la chica.
Accedió al sitio una mujer de tes blanca, semblante duro, maquillaje hermoso, largo cabello nocturno, ropas negras adornadas con plumas oscuras, una capa que caía desde su costado derecho hasta sus rodillas y que cubría también su espalda, grandes aretes de plata en forma de cráneos de cuervos, botas negras de cuero que llegaban a mitad de su muslo y unos guantes de tela opacos que alcanzaban sus codos.