Saga Dones: Dones

Capítulo 1: Un nuevo comienzo

Zoey

Luchaba contra la oscuridad. Veía a lo lejos una luz brillante que me invitaba a entrar en ella, poder oler su perfume, oír sus maravillas y lo más importante: deseaba ver con mis propios ojos. Después de una larga carrera hacia esa luz llegué por fin. Exhausta, intentaba respirar despacio para que mis pulmones se llenarán de oxígeno y se esparciera por todo mi cuerpo. No podía apreciar nada más que luz. Llegué hasta pensar que había muerto y estaba en el cielo. En cierta manera no me hubiera importado; mi vida en sí... no era vida. Me sentía fuera de lugar siempre, intentando no mostrarme como verdaderamente soy. Si alguna vez me era imposible ocultarlo, me era necesario mentir. De eso iba mi vida: de mentiras, de ocultar, de huir...

Miré alrededor satisfecha y agradecida a esa luz. Me sentía en paz conmigo misma; como si hubiera dejado las cosas bien hechas en vez de la vida tan peculiar que tenía.


Con esfuerzo vi una silueta a lo lejos que se iba acercando poco a poco a mí, con paso decidido. Era una sombra casi deformada. Cuando llegó a estar a escasos centímetros de mí, apareció en donde se suponía que estaría su cara unos ojos muy peculiares y aterradores. Me miraban con impaciencia, pidiéndome que hiciera algo. Esta imagen me superó. El miedo se apoderó de mí y comencé a correr en sentido opuesto de esa luz tan querida. Corrí hasta que la dejé de ver y volvió la oscuridad dándome una calurosa bienvenida.
 

Abrí los ojos. Era más bien un acto reflejo involuntario, dado que veía la misma oscuridad que si los tuviera cerrados. De repente mis oídos se abrieron; empecé a escuchar todas las voces, los pensamientos de cada transeúnte o vecino que estuviera cerca.
Volví a cerrar los ojos, por el dolor de cabeza que esas voces me causaban. Todavía en la cama tumbada, busqué alguna voz conocida y muy familiar. Escuché a mi nerviosa madre: "Seguro que este desayuno le encantará"

Sonreí. Mi madre tan atenta como siempre. Me permití ver a través de sus ojos y vi que estaba haciendo tortitas con chocolate. Mis tripas sonaron al instante. Permanecí un rato más en los pensamientos de mi madre y así percibir cómo era la mañana. Para ella, era un día soleado y con una sensación de melancolía.
Ahora se dirigía al salón. Pude ver que había decorado totalmente el salón con pancartas, globos y otros detalles. Se me escapó una risita cuando mi madre dirigió la mirada al cartel que ponía : "Felicidades a mi hija valiente". En ese momento, ella pensó algo que distrajo mi atención: "Hija sé que estás despierta, vístete y baja a desayunar".

Me levanté de la cama. No sé cómo lo hacía mi madre pero casi siempre sabia cuando yo estaba en su mente o viendo a través de sus ojos. Supongo que el hecho de que su hija desde que nació, experimentase y pudiese leer las mentes... Ya sabría cuando esta lo hacía. Podría ser también por lo que dicen las madres: "Es que te he parido y te conozco más que nadie"

Salí de la mente de mi madre y mis ojos volvieron a la oscuridad. Caminé hacia la silla, donde la noche anterior había puesto la ropa. Me vestí lentamente, pensando en cómo serían mis compañeros y cómo reaccionarían ante una persona no vidente.

Estaba claro que no hablaría de mi don (si se podía decir don, para mí era una maldición) de escuchar la mente y ver a través de los ojos de otras personas. No quería que me tratasen como un monstruo, como casi todas aquellas personas a las que les había contado mi pequeño secreto. Cuando ya estaba vestida decidí bajar con mi bastón y llegué al comedor. De pronto mi madre gritó:

—¡Sorpresaaaaa!

Sonreí, ya sabía que estaba detrás de mí pero fingí que me asustaba.

—Gracias mamá, pero es mi primer día del instituto no es nada del otro mundo.
—¿Cómo que no es nada del otro mundo?—dijo mi madre indignada—vas hacer bachillerato y en un instituto nuevo. Seguro que te irá bien.

"Ojalá y espero que te vaya bien"—pensó.

Puse cara de tristeza. De casi todos los institutos que asistí, tuve que marcharme porque notaban que yo no era normal. En aquella época no controlaba mi don. Ahora, por fin, ya había aprendido.

—Seguro que irá bien. Ahora puedo anular los pensamientos.
—Lo sé, mi niña, lo sé.

Y dicho esto, me senté en la silla a engullir las tortitas.

"Sólo espero que no te vuelvan a hacer daño" —pensó mi madre mientras se sentaba a comer conmigo.

Yo también lo espero.

Cuando acabé de desayunar, me despedí de mi madre con un gran abrazo. Después de prometer mil veces de que iría con cuidado en la calle, que preguntaría si me perdía, me dejó salir por fin.
Caminaba con precaución con mi bastón que me había regalado mi padre. Escuchaba atentamente a lo que sucedía a mi alrededor: los coches, la gente al pasar, los niños chillando, las mentes...




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