Castiel
Despierto observando la gran soledad de la perdida y el lamento de no ser rescatado por los que amo. Todo es una sensación de tristeza y enojo, pero no con ellos, sino conmigo, ya que no merezco ser rescatado. No valgo la pena, tal vez, ya tienen un plan y solo estoy estorbando.
A esta altura de mi vida, imaginaba que abrazaría a la soledad y me volvería uno con ella, pero no es así. Siento ese vacío que me obliga a seguir luchando. No me importa que nadie venga por mí, yo no debo ser rescatado, yo debo liberarme a mí mismo como el ser celestial que soy.
—¿No te cansaste de seguir luchando? —Me pregunta Zeus con una enorme sonrisa sobre sus labios—. No eres un dios, solo el hijo de uno, pero tampoco eres un semidios, solo eres una creación divina de tu Dios.
Respiro profundamente guardando los comentarios más inapropiados dentro de mí. Lo miro a los ojos con seriedad y vuelvo a negar con la cabeza.
—Jamás me cansaré de luchar. Soy un hijo de Dios, el único Dios que existe, y tú no eres más que yo —respondo con una enorme sonrisa sobre mis labios—. Yo sé que vendrán por mí, pero... Nadie vendrá por ti y te quedarás solo reinando en el Olimpo.
Zeus suelta una carcajada sonora de sus labios, pero se da cuenta de que tengo razón entonces alza una de sus cejas.
—¿Y por qué tú puedes ser salvado, Castiel? ¿Por qué yo no puedo?
Su pregunta me llama mucho la atención, pero tiene razones para hacerla. ¿Por qué él no puede ser salvado? También es uno de las creaciones de mi padre y todos merecemos ser salvados en algún momento.
—Eres un hijo de Dios, nadie dice que no puedas ser salvado —respondo con amabilidad en mi tono de voz.
—No entiendo a tu Dios ni a sus creaciones. Yo soy un dios tan poderoso como él, ¿por qué tengo que tener el poder del Olimpo y no ser un hombre normal?
—Tú puedes ser quién quieras ser, pero elegiste poder y ahora… Ahora eres un peón y este es tu reinado —comento con seguridad—. Todavía estás a tiempo de ser lo que quieras… Creo.
Es ahí cuando me doy cuenta de que mi consejo puede que también me sirva a mí. Quizás tengo que renunciar a lo que soy para salvar a todos y a mi pequeña hija. Haré lo que esté en mis manos para recuperar mi libertad.
¿Puedo hacer eso?
¿Quién dice que no puedo ser un más de la gran multitud?
¿Realmente soy un ángel del Señor o lo era antes de cometer todos los pecados?