Elizabeth

Desperté sobresaltada y desorientada. Estaba sola en una isla, y no sabía el paradero de ninguno de mis amigos. Lo último que recordaba era el haberme hundido entre las altas olas luego de la explosión. Debería estar en lo profundo del océano, pero de alguna forma había despertado en este lugar, y aunque estaba agradecida de ser así, me desconcertaba lo que había pasado.

Después de caminar un rato sin rumbo por la isla intentando buscar a mis amigos, me encuentro corriendo por mi vida. Una enorme criatura con rostro de zorro me perseguía con una expresión de hambre en su rostro. Cuando lo vi estaba terminando de comer a un gato salvaje, sus ojos brillaron con entusiasmo al verme parada observándolo con pavor.

Lo que más me aterraba eran esas filosas garras que se hundían en la tierra al perseguirme. Más que perseguirme, estaba jugando conmigo, tratando de cansarme antes de devorarme.

El miedo que sentía al ser perseguida no me dejaba concentrarme en mis poderes. El fuego dentro de mí se mantenía quieto, estático ante mi expresión de terror.

No importaba lo mucho que me esforzaba, el fuego en mi interior se negaba a despertar. Me sentía perdida por primera vez desde que había salido de mi casa.

Tropecé con un pedazo de tronco y caí por una pequeña bajada. Tenía miedo de levantar la vista y encontrarme con aquellos horribles ojos mirándome sin pestañear. Me quedé acostada boca abajo con los brazos extendidos a los costados, esperando que la bestia comprendiera que no iba a luchar. Aunque cada parte de mí me gritara que peleara hasta el fin, sabía que sería inútil, mi contrincante me superaba en tamaño y fuerza.

Un fuerte manotón me hizo girar bruscamente con la mirada hacia arriba. Sus ojos me contemplaban con malicia, su perversa alma deseaba devorarme de una vez, pero la criatura deseaba jugar primero con su comida. Torturarme.

Un golpe me hizo regresar al pasado, cuando era una niña y era feliz. Era el día de mi cumpleaños número siete y mi madre me había hecho un enorme pastel naranja, mi color favorito. Ese día había despertado mis poderes y ella en lugar de enojarse o asustarse solo me abrazó. Podía sentir sus lágrimas caer por mis hombros mientras me decía lo mucho que me amaba y que siempre lo haría a pesar de todo.

Otro golpe me hizo regresar a la escuela, donde mi madre me había prohibido usar mis poderes. Estaba tirada en el suelo, un grupito de chicas me golpeaban por ser rara. Mi interior ardía de rabia en ese momento, pero las palabras de mi madre habían sido claras. No debía enojarme, no debía soltar el fuego.

Siempre había intentado encajar en una sociedad a la cual no pertenecía, tratando de ser fuerte aunque por dentro me rompía. Mi fuego era reprimido para no ser descubierta. Las demás personas no entenderían jamás el origen de mi existencia e intentarían matarme.

Por un tiempo deseé ser otra persona, tal vez estando en otra piel no sentiría el dolor que sentía. Pero, luego recordé la última conversación que tuve con mi madre “nunca te rindas”, fueron esas palabras las que me hicieron sobrevivir durante todo este tiempo.

Abrí los ojos y observé los de la criatura.

—No me rendí en ese entonces y no me rendiré ahora —dije, me ardían las mejillas por los rasguños del animal.

La bestia gruñó de forma salvaje antes de lanzarse hacia mí, su objetivo era destrozarme el pecho con sus feroces dientes y devorarme el corazón.

Fue un terrible error de su parte. De mi pecho brotó ese fuego insaciable y arrasador del que me he negado a soltar desde mi existencia. El fuego creció tan alto que rostizó a la criatura y se elevó aún más en el cielo, intentando llegar a las estrellas.

Mi cuerpo y mente eran fuego en ese instante en que duró el fulgor. Mi garganta soltaba un grito de guerra que por tanto tiempo había estado encerrado en mí.

Ya no sentía dolor.