—Como todos saben, están aquí en el salón del conflicto porque han hecho algo que no debían hacer, e independientemente de lo que fuera que hayan hecho, recibirán un castigo, porque como comprenderán no podemos dejar que sus actitudes y comportamientos queden impune, porque…
— ¡He! Profesor —una voz lo interrumpió desde el fondo del salón—. No lo tome a mal, pero podría decirnos de una vez ¿cuál sería el castigo? No es mi intención quedarme todo el día sentada aquí…
—Señorita Echeverría, ya me extrañaba que permaneciera tanto tiempo en silencio. Y debido a su repentino atrevimiento al interrumpirme tan abruptamente… —se detuvo y nos observó atentamente—. Pueden retirarse todos menos…, la señorita Smith, Gutiérrez, Cardozo, el señor González y desde luego, la señorita Echeverría. —comenzó a decir, observándonos a medida que los iba nombrando y a los que no les nombraba se iban retirando.
— ¿Cuál va a ser nuestra penitencia? —preguntó con curiosidad Elizabeth, a la cual solo le quedaba un pedazo del panecillo en la mano.
—Irán al cementerio que se halla del otro lado del bosque a limpiar las tumbas.
—Sí como no, necesita que le lavemos el auto de paso __se burló Lucía.
—Irán allí y no regresarán hasta que las tumbas estén limpias y pulidas —exclamó el profesor con enfado.
—El cementerio se encuentra lejos del muro, por lo que no contaremos con la protección del Instituto si las bestias nos atacan —comentó Stella con preocupación.
—Irán dos profesores de defensa a rastrillar el área antes que ustedes lleguen para que no corran peligro —la tranquilizó el profesor.
—Típico de una cobarde preguntar si alguien nos salvará el pellejo antes de enfrentar un problema __se mofó Lucía, por lo que Stella no le dio importancia.
—Prepárense, saldrán dentro de una hora —dijo el profesor.
Stella no estaba segura si sería buena idea que salieran del Instituto con todas esas bestias que decían que había allí afuera. A ella no le había atacado ninguna de esas criaturas cuando se había ido al Instituto, pero según los demás, no siempre llegaban vivos los alumnos que decidían ir allí. Además el miedo continuamente le impedía seguir adelante, y eso la ponía a pensar si no se habían equivocado al decidir traerla a ese lugar, porque aunque le costaba un montón, estaba más que segura que poseía la habilidad de controlar la tierra, pero de lo que no estaba convencida era que si tendría el coraje para enfrentarse a una de esas bestias cuando llegara el momento de hacerlo.
Stella tenía solo una hora antes de que se fueran al cementerio y ya sentía como el corazón se le estaba por salir de la boca. Una parte de ella estaba arrastrándose desesperado que pasara rápido los minutos, para así poder salir y recorrer el bosque y sentir el olor de la tierra húmeda. La otra parte, menos salvaje intentaba buscar una excusa convincente para no ir.
Cuando escuchó el golpe seco en su puerta supo que ya había pasado la hora, y no se le había ocurrido nada convincente para no ir. Así que abrió la puerta y salió afuera.
Los demás chicos estaban esperando frente al muro, solo faltaba ella.
— ¿Tienes miedo, Tierra? —se burló Lucía.
—Bueno, ya que están todos, pueden irse. Ante cualquier inconveniente que exista se lo comunican a los profesores de defensa que los estarán protegiendo —dijo el profesor dándole un cepillo de acero a Stella, los demás chicos tenían cepillos y rastrillos, menos Lucía—. Y recuerden que no pueden usas sus habilidades para limpiar las tumbas. Los estaremos vigilando —el profesor les lanzó una breve mirada de advertencia antes de volver al Instituto.
Una vez que los jóvenes estuvieron del otro lado del muro, éste se cerró instantáneamente. Stella miró de un lado y al otro sintiéndose desprotegida, porque no era suficiente que dos o tres profesores de defensa, los estuvieran protegiendo cuando había cientos de feroces criaturas listas para arrancarles el cuello.
Por dentro, Stella se moría de miedo, pero tragó saliva y siguió a los demás por el bosque observándolos en silencio mientras caminaban: Lucía iba al frente porque se había negado ir detrás de Jonathan, por lo que éste iba segundo, luego le seguía Elizabeth que observaba de un lugar a otro, después Sofía que mantenía su botella de agua pegada al pecho; por último estaba Stella aferrando firmemente el cepillo de acero en su mano. Todos ellos habían sido atacados por las bestias, por lo que sabían a qué enfrentarse, excepto Stella que no fue recibida por ninguna de ellas, lo que significaba que no tenía idea de cómo eran.
El bosque se hacía más espeso a medida que avanzaban. Unos minutos antes de que llegaran al cementerio, Stella pudo sentir la humedad de la tierra y el frio calándole los huesos. Solo cuando llegaron al lugar, se dieron cuenta que limpiar el cementerio tupido de matorrales y tumbas mugrientas les llevaría el resto de la tarde y la noche entera, porque si regresaban temprano dado la cantidad de suciedad que había, se darían cuenta que usaron de sus habilidades para realizar la limpieza y otra vez terminarían castigados.
Todos se separaron en silencio para comenzar a limpiar, Stella decidió limpiar una tumba que estaba cerca de un árbol torcido. Se puso de rodillas para pasar el cepillo de acero sobre la loza de cemento, cuando sintió un movimiento cerca de ella. Miró a los demás que seguían rastrillando y cepillando sus tumbas. Sacudió su cabeza en señal de frustración porque no estaba segura de que ese movimiento hubiera sido real o no. Cuando volvió a girar la cabeza para continuar limpiando la loza, encontró dos ojos enormes completamente negros observándola fijamente. Stella se congeló en su lugar sin poder mover ningún solo músculo, a pesar que su instinto le decía que corriera. Escuchó un grito que venía detrás de ella y luego los enormes ojos habían desaparecido de su vista. A continuación sintió como una mano se apoyaba en su hombro, pero luego desapareció y fueron reemplazadas por otras dos que la zarandearon con fuerza.
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Editado: 17.07.2022