Saga King's

CAPITULO 34

PARTE 3

 

EL REGRESO A CASA
 


Los ojos de la mayoría de hombres estaban sobre las largas y bien torneadas piernas de la rubia alta que caminaba haciendo caso omiso de la admiración que recibía. Llevaba su bolsa en su hombro mientras movía sus manos a veces con algo de exageración mientras hablaba con la mujer que iba a su lado y que se mantenía mucho más discreta. De vez en cuando miraba sobre su hombro al hombre que llevaba en un carrito las maletas dándole instrucciones o ordenes de como cuidar el costoso equipaje.

Algunos mechones rubios caían sobre sus esbeltos hombros desde la coleta que sujetaba su cabello. Eran como oro sobre el largo abrigo negro de gamuza que se abría tieso bailando entre sus piernas y las botas que apenas llegaban a sus delgados tobillos.

- Al menos alguien debió avisarnos que estaría lloviendo en la ciudad - se quejó por décima vez ajustando sus enormes gafas oscuras -. No sé, podría no haberme puesto esta maldita falda de seda. ¡Demonios! ¡Va a ser una costosa perdida!

- Tienes demasiada ropa como para estar llorando por una falda tan pequeña.

- No entiendes - miró a su compañera -, cuando la compré me di cuenta que iba a ser una de mis favoritas - dijo mirando al interior de su bolso buscando -. Por esa razón la usé para el vuelo de regreso a Texas.

- Si y no fue lo más cómodo - la miró reprochando aquellos bochornosos momentos en el avión -, esos hombres no dejaban de mirarte, incluso uno de los sobrecargos casi tira el champán en tu falda.

- Eran monos - sonrió la rubia satisfecha.

- ¡Dios! No sé que esta pasando contigo.

- quiero quitar de mi sistema todo lo que me causa estrés - le dijo en su defensa -, no quiero continuar siendo la siempre eficiente directora de relaciones públicas que sólo coquetea a los posibles hombres y mujeres millonarios para donar algo de su dinero para la fundación. Este viaje fue para cambiar a Tatiana Drosky convertirla en una mujer más mundana y más moderna.

Lena miró la ropa cara y sensual de su amiga y asintió.

- Lo has logrado.

- Lo sé - movió las manos y arregló su cabello sonriendo.

Lena rió mientras continuaba con su camino hasta la salida del aeropuerto. Agradeció en silencio cuando vio el diluvio tras los cristales, la ropa que llevaba. Las botas y el pantalón dentro de ellas le ayudarían a no mojarse los pies, la chaqueta larga hasta la mitad de sus muslos era suficiente para cubrirla de la lluvia y su blusa de cuello alto era un plus que la mantendría cálida. Movió la cabeza sintiendo su cabello suelto sobre sus hombros en un nuevo corte con algunos reflejos rubios que aclaraban su cabello dándole más luz y volumen.

Tatiana había insistido demasiado en hacerse algunos arreglos en su cabello. Después de estar escuchando cada una de sus insistencias sobre mejorar su imagen mientras hacían turismo por algunas ciudades de Europa al final se atrevió a entrar en un lujoso establecimiento en París y dejarse en las manos de un profesional. Había sido un cambio agradable, con un poco más de maquillaje del que acostumbraba, pero al final era mucho menos al usado cuando bailaba en medio de luces que le obligaban a tener ese maquillaje tan recargado.

Frunció levemente el ceño mientras su cabeza hacia recuentos de aquellos días, además de que con ayuda de su amiga tomó la decisión de volver a París y pisar por ultima vez el ático de su padre, el lugar en donde pasó la mayor parte de su vida y que fue el lugar en donde se hundió llena de pánico al darse cuenta de que se había quedado sola, que su padre ya no estaría a su lado animándola a seguir con su carrera; que a pesar de lo que los demás dijesen ella había elegido como modo de vida y que aún ahora a veces llegaba a extrañar.

Un pie en ese ático y su cuerpo se estremeció como si entraran en ella todas las sensaciones que alguna vez se quedaron encerradas en esas cuatro lujosas de doradas y granas paredes. Soledad, dolor, egoísmo, miedo, incertidumbre, perdida, angustia...

Salio del aeropuerto sin notar la lluvia o la sombrilla que la cubrió de la lluvia mientras la ayudaban a subir al taxi. Se sentó dejando lugar a su amiga que seguía quejándose del clima, sonrió apenas, ella era así, quizá le hacia falta tener a alguien en su vida que pudiera escucharla. La soledad no era una buena compañía y ellas, en algún momento de sus vidas permitieron que ésta entrara manteniéndolas prisioneras en una condena que no les correspondía. Empero ese encierro quizá había servido por todos esos años para darles una perspectiva muy diferente a lo que desde muy niñas vivieron.

- ¿Vendrás a casa conmigo? - Preguntó Tatiana tomando la pequeña mano de su amiga entre las suyas.

- No, necesitó volver a mi departamento - respondió mirando la perfecta manicura de su amiga -, quiero dormir todo el resto del día, pensar en lo que voy a a hacer ahora.

- El trabajo en Construcciones King no es lo único que existe en esta ciudad - dijo Tatiana cambiando de tono a uno más hostil -, esos hermanos son como una piedra en el zapato. No sé como pudimos involucrarnos con ellos.

- Esta bien Tatiana - miró a su amiga dibujando una suave sonrisa -, no creo que alguna vez vuelva a trabajar para ellos una vez más,

- No lo sé, pero tengo la sensación de que esos hombres son como una maldita plaga - replicó soltándola y mirando molesta por la ventanilla del taxi en el cual seguían guardando el equipaje -. Llegan de uno a uno atacando con dulzura y al final...

- ¿Estas preocupada por algo? - miró a la rubia que dibujaba con un dedo el agua que corría por la ventanilla a su lado -, ¿Piensas que alguno de ellos hará algo en contra nuestra? No hay razón para algo así Tatiana. No hemos hecho nada malo para que los King tengan algo en contra de nosotras.

- No.

Tatiana bajó sus ojos hasta sus manos que acomodó en su regazo. Las miró blancas y con las uñas decoradas con ese esmalte color rosa intenso, odiaba sentirse de esa manera; su corazón parecía querer salirse de su pecho, la humedad de sus manos por los nervios, su respiración agitada. ¡Maldición! ¡No debería sentirse así ahora que volvía a casa! Ese maldito King no tenía derecho de hacerla sentir así. Después de aquella noche mientras esas palabras salían de su boca y ella sentía llegar hasta la medula de su cuerpo todas las sensaciones que le enviaba, y entonces la llevaba hasta hacerla anhelar cosas que no podían ser.




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