Saga Morfus 1: Éter Humano

Capítulo 2: El Eco de las Profundidades

El gelido rocío de la madrugada se aferraba a la piel nacarada de Zabatho mientras observaba a Samara. Ella dormía acurrucada en la pequeña cueva natural, su respiración suave y constante, un contraste abismal con el tormento que él sentía. Había sido una noche larga, una en la que la palabra "Éter" había dejado de ser un concepto etéreo para convertirse en una mujer de carne y hueso, con pecas suaves y un cabello oscuro. La luz del amanecer se filtraba, revelando las líneas de preocupación en su frente, los rastros de miedo aún en su rostro, y una belleza humana que lo golpeaba con una intensidad insoportable. Él se había mantenido inamovible, como un guardián de piedra, cada fibra de su ser Morfus clamando por acercarse, por tocarla, por sentirla . La necesidad sexual no era un simple deseo; era un hambre primordial que se había despertado con su presencia, un eco biológico de su especie, y cada segundo que pasaba sin saciarla era una tortura de autocontrol. Pero sabía que no era el momento, no aún. Primero, ella debía entender.

Cuando Samara finalmente despertó, sus ojos se abrieron con una cautela innata, antes de fijarse en él. Un destello de miedo, luego una oleada de la misma curiosidad incansable que la había llevado a perderse. Se incorporó con lentitud, sus músculos rígidos por el frío y la tensión.

"¿Qué eres?" Su voz, aunque un susurro en la inmensidad del bosque nocturno, sonó más firme esta vez. Había una valentía en ella que Zabatho admiraba, una chispa que lo atraía como la polilla a la llama.

Zabatho la miró, sus orbes ámbar fijos en los suyos. No había mentira en él, pero sí una reticencia a revelar demasiado. "Soy Morfus", respondió, su voz resonante como el eco de una caverna antigua. Era todo lo que podía ofrecer sin revelar el abismo de su conexión.

"Morfus..." Samara repitió la palabra, como si probara su sabor, una leyenda de la infancia traída a la vida. "¿Como los cuentos?" Sus ojos se abrieron un poco más, no solo por miedo, sino por el asombro puro. "¿De dónde vienes? ¿Hay más como tú?"

Zabatho dudó. Las reglas de su especie eran claras: no revelarse. Pero el Vínculo del Éter que ya comenzaba a formarse no le dejaba opción. No podía simplemente abandonarla. Su supervivencia, su plenitud, dependía de ella. Sentía un sutil, casi imperceptible, flujo de vitalidad que venía de Samara, un bálsamo para el vacío existencial que lo había plagado por siglos. La melancolía que era su estado natural comenzaba a disiparse, reemplazada por una energía que era a la vez ajena y propia.

"Somos de las Profundidades. Sí, hay más", dijo, eligiendo sus palabras con precisión. "Y este es nuestro territorio. Tú no deberías estar aquí". Una oleada de frustración, tan sutil que Samara apenas lo notó, hizo que la tierra bajo sus pies vibrara apenas, un pequeño temblor que pasó desapercibido para ella, pero que Zabatho sintió como una descarga. Le costaba contener sus emociones.

Samara notó la tensión en su cuerpo, la forma en que sus ojos la recorrían con una posesividad que la inquietaba, pero también la intrigaba. "Tú me salvaste", insistió ella, cambiando de táctica. "¿Por qué?"

"Mi especie... nosotros protegemos este lugar. Y... tú estabas en peligro." Era una verdad a los medios, pero la única que podía ofrecer por ahora. Su protector innato estaba en plena manifestación, superando incluso su deseo de aislamiento. Él se acercó un paso más, la distancia entre ellos disminuyendo. Samara sintió el calor irradiar de él, el aroma a tierra húmeda y algo eléctrico que la envolvía, abrumador. La necesidad de Zabatho de tenerla cerca era palpable, una presión silenciosa pero inmensa. Él levantó una mano, sus dedos largos y nacarados deteniéndose a centímetros de su mejilla, como si luchara contra un impulso irresistible de tocarla. Samara contuvo el aliento, el corazón latiéndole salvajemente.

"No puedes volver aún", declaró Zabatho, su voz ahora más profunda, casi un ronroneo que vibraba en el pecho de Samara. "Es peligroso para ti. Y para mí." Él no explicaba el porqué, pero la gravedad de su tono hizo que Samara entendiera que no era una sugerencia. Él la quería cerca. Era un orden silencioso. La obsesión de Zabatho era una jaula de oro que comenzaba a cerrarse a su alrededor. Él la guiaría más profunda, a un lugar más seguro, pero más aislado. Era el único camino que su naturaleza le permitía.

El resto de la mañana transcurrió en una extraña tregua. Samara, aunque cautelosa, no sintió un miedo paralizante. La curiosidad la impulsaba. Necesitaba entender. Zabatho, por su parte, se movía con una eficiencia silenciosa, buscando bayas y agua para ella, siempre manteniéndola a la vista. En un momento, mientras Samara intentaba procesar todo, vio su teléfono. La señal era nula.

"Necesito avisar a mi familia", dijo Samara, con la voz teñida de urgencia. "Estarán buscándome. Preocupados."

Zabatho la observó. No comprendía de todo la "familia" humana, pero la emoción en los ojos de Samara era clara. Él se acercó, y con un gesto inesperado, tomó el teléfono de su mano. Samara lo miró, confundida. Los ojos ámbar de Zabatho se concentraron en el aparato, y luego, con una precisión casi mágica, manipuló algo en él. No era tecnología Morfus, sino una habilidad sutil, una resonancia con las ondas que le permitía una interferencia limitada.

"Podrás enviar un mensaje", dijo Zabatho, devolviéndole el teléfono. "Pero solo uno. Y no podrán rastrearte".

Samara lo miró, asombrada. Abró el mensaje de texto, sus dedos temblorosos. Escribió rápidamente a Liam:

Liam, estoy bien. Estoy a salvo. No me busquen. Necesito tiempo. Volveré cuando pueda. No se preocupen. Los quiero.

Presionó enviar. El mensaje se fue. Un alivio momentáneo la invadió, pero fue rápidamente reemplazada por una nueva capa de misterio. ¿Cómo había hecho eso?

El resto de la noche transcurrió en un silencio tenso, solo roto por los sonidos distantes del bosque. Zabatho no le quitó los ojos de encima, su mirada era una presencia física, un peso constante. Samara intentó dormir, pero era imposible con su protector-captor frente a ella. Cada vez que cerraba los ojos, veía sus orbes luminosos. Cada vez que se movía, sentía que la atención de él se intensificaba. Había una intimidada forzada en el aire, una comprensión tácita de que el mundo exterior había desaparecido, y ahora solo existían ellos dos, envueltos en un misterio recién nacido. Él no intentó nada más allá de su presencia imponente, pero la necesidad sexual que Samara percibía en él era casi palpable, una energía que se extendía entre ellos como un lazo invisible. No era agresivo, sino un hambre profunda, ancestral, que él parecía estar conteniendo con un esfuerzo supremo. Samara se preguntó qué pasaría cuando no pudiera contenerla más, y esa pregunta la llenó tanto de miedo como de una extraña excitación.




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