Saga Unidos Por La Sangre #1

CAPÍTULO 9

Al abrir los ojos, noté que Julia estaba acostada a la par mía, no había dormido con Gab a como pensaba. Me levanté lo más despacio posible para no hacer crujir la cama.
Una vez en la cocina, preparé mi desayuno, y mientras el café chorreaba eché un ojo a la sala. Sobre el sofá estaba Gabriel durmiendo, lo estudié un momento y entendí lo que le gustaba a  Julia: sus rasgos bien definidos ni grandes ni pequeños, y sus músculos bien definidos bajo su piel morena, con un rostro de aspecto juvenil despertaban las ganas de mimarlo. Gabriel poseía una personalidad poco común comparándolo con el resto de los jóvenes de nuestra edad: muy decidido, muy sensible ante la injusticia y  totalmente devoto a Julia. Sí, Julia estaba segura con él. Gab era un joven muy maduro para su edad, no era para nada un mujeriego en busca de chicas para distraerse. A él le gustaba la honestidad y a Julia por  lo visto. Era obvio que él se quedó únicamente por ella… ese sofá era fatal para dormir, con una sonrisa me tomé el resto de mi bebida.
Sí, sería el hombre soñado para cualesquiera de nosotras, serio, seguro, tierno y encantador; a pesar de ello, en el fondo, no la envidiaba, sabía que no era lo que yo buscaba. Difícil de admitirlo, pero no me veía en una relación tranquila y envejeciendo; por alguna misteriosa razón no lograba proyectarme en el futuro.  

Puse el café sobre la mesa, me ardía el estómago, a lo más seguro demasiado café. Sin contar que ya era hora de despertarlos para ir a la U. ¿Cuál de los dos primero? Mejor Julia primero, las mujeres nos tardamos más en la ducha, le preparé una taza de café con unas cuantas galletas.  

Una vez en mi cuarto dejé la bandeja sobre la mesa de noche.

—Julia, corazón, despierta. Ya es hora. 

—¿Qué? —Me veía como si no entendiera lo que pasaba, o a dónde estaba. 

—Hola. Olvidé un momento a dónde estaba.

—Ya me di cuenta. Aquí tienes café y galletas, yo me voy a duchar.  

—Claro, al terminar iré tras de ti, y despertaré a Gabriel. 

Cuando salí de la ducha, Gabriel estaba de pie tomando su café mientras Julia lavaba las tazas. Me dirigí hacia la cama, ya hecha por cierto y me vestí con la primera ropa que encontré.
El tiempo pasó muy rápido, a la media hora ya estábamos de camino a la U. Nos dirigimos hacia la entrada y nos separamos; ellos para su clase, y yo para la piscina.
Hoy, sólo tenía una clase de historia de la cual huía con toda mi alma. Nunca me había gustado la materia, de hecho la había matriculado después de que Lucio me había convencido -casi rogándome- de llevarla juntos. Se suponía que iba a ser divertido.
Ahora, no solo era un fastidio sino que además la odiaba por todo lo que implicaba: ver el campo vacío de Lucio en el fondo de la clase, no oír su nombre cuando el profesor pasa lista, y no escuchar sus repuestas a las preguntas, me rompían el corazón en pedazos. Al principio, me quedaba el tiempo necesario para hacer acto de presencia, luego, con el tiempo aprendí a controlarme; sin embargo, todavía no había llegado a la etapa de vivir con ello, sólo me esforzaba en no pensar en él. Pero, a veces me resultaba tan difícil no dejarme vencer por las ganas de rendirme, y ceder ante la tentación de mirar hacia atrás para confirmar con un mortal fatalismo que Lucio no iba a volver… jamás.
Y por más que intentaba convencerme que iba a poder seguir sin él, sus recuerdos, nuestros recuerdos me cortaban como el filo de una navaja cuyo borde filoso era tan persuasivo, tan amenazador como tentador. Revivirlo a través de mis recuerdos era un juego enfermizo, peligroso y no sabía cómo salir de ese círculo vicioso dónde mis sentimientos mezclados con la soledad eran una bomba de tiempo. Lucio no volverá, nunca: nunca, jamás. Y debía aprender a vivir con ello, pero no quería, así de sencillo.

La natación me ayudaba mucho a sacar toda esa energía negativa, además de mantenerme bajo control. Hoy la verdad lo necesitada; en vestido de baño frente a la piscina, sentía el agua atraerme como un imán, llamándome. La miré hipnotizada y caminé hasta el número cinco: mi favorito.
Cerré los ojos posicionándome para mi clavado, salté estirándome lo más posible hasta que cada músculo se tensó al máximo. La sensación del clavado era embriagadora sobre todo cuando mi cuerpo se sumergió. Preparé mentalmente mi programa para el día de hoy: 5 vueltas de libre, 5 vueltas de pecho,  2 de mariposa y para terminar 2 de dorso; mientras avanzaba en el agua expulsé toda la ira y la frustración que tenía guardada en mi interior y aceleré, forzando cada músculo de mi cuerpo. Una y otra vez, seguí y seguí, contando y controlando mi respiración uno, dos, tres, respirar. Al llegar a la pared, me di media vuelta cambiando mi estilo a dorso. A partir de ese momento comencé a relajarme, era el estilo que más me gustaba. Cuando me sentí a gusto y en sintonía conmigo misma, decidí parar y nadé hasta la escalera. Mi esfuerzo había sido más brutal de lo pensado, me costó un poco subirla, mañana iba a doler. 




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