La hermana Rottenmeir
Hazel
Froto con rapidez, deseando terminar con esta absurda tarea que me ha puesto la hermana Angélica como castigo por decir un comentario clasificado como uno muy ofensivo.
No puedo evitar rodar los ojos al recordarlo mientras coloco el plato recién limpio y brillante en su lugar.
— ¿Al fin terminas? – me giro para encontrarme con la hermana Gloria que tiene una pequeña sonrisa estampada en su rostro.
— Sí – confirmo – Pero sigo pensando que este castigo es muy injusto.
La hermana Gloria me mira con entretenimiento y diciéndome un “no tienes remedio”. De todas las monjas de este convento Gloria es con la que mejor me llevo, porque es la más amable y divertida de todas.
En cambio, la hermana Angélica es la más estricta y severa, por ello la llamo la señorita Rottenmeier, creo que la única diferencia que tiene con ese personaje es que Angélica es monja.
— Bueno, es cierto que tu comentario fue un poco inapropiado. – hago un movimiento con la mano queriendo restarle importancia.
— Que va, solo dije “¡Ostia puta!” y con sorpresa, sin ninguna maldad. El único problema es que Angélica se lo toma todo muy mal.
— Y tú eres una pequeña bocazas que aún no aprende que esos comentarios están fuera de lugar en un convento y sobre todo con la hermana Angélica estando presente.
Pongo una pequeña mueca sin poder evitarlo.
La mayoría de las veces por las que me ha castigado ha sido, por comentarios ofensivos como: “Será hija de puta” “Me cago en todo” “Joder” “Que ostia me he dado” “Está bien jodido esto” “Coño, que susto” y así puedo continuar un largo rato.
— Yo sé que en el fondo le hacen gracias mis reacciones – la hermana eleva una ceja al mirarme y le sonrío encantada – Oh venga soy la que le da vida a este convento, apuesto a que antes de mi llegada vivía más amargada.
— O más tranquila – mi sonrisa se ensancha y me encojo de hombros.
— Touché.
La hermana saca una pequeña carcajada y cuando vuelve a clavar su mirada en la mía sus ojos tienen un brillo de aprecio en ellos.
— Deberías ir a descansar sabes que mañana a las siete…
— Sí, sí, a las siete la señorita Rottenmeir está llamándome para que me dé tiempo a asearme y estar a las ocho para el desayuno.
— Efectivamente.
Le doy una última sonrisa.
— Pues, buenas noches, hermana Gloria.
— Buenas noches pequeña.
……… ₷ ………
Entreabrí mi ojo izquierdo para encontrarme con la imagen de todas las hermanas manteniendo sus ojos cerrados mientras la hermana Inés bendecía la mesa como cada mañana.
— Amén.
¡Al fin! Menudas oraciones más larga hace cada mañana, estamos perfectamente unos diez minutos con los ojos cerrados hasta que pronuncia la palabra que más me alegra el día, porque significa que ha terminado su oración.
— Amén. – murmuramos todas al unísono, antes de soltarnos las manos y poder empezar a desayunar.
Estiré mi mano para alcanzar dos dulces deliciosos que se encarga de hacer la hermana Isadora, pero cuando agarré el segundo sentí como me daban un manotazo.
— No seas ansias – me regaña la hermana Angélica que se encontraba sentada a mi derecha como siempre. – Primero te comes uno y después si sobra coges otro.
— Pero…
— Pero nada, todas debemos probar los dulces, Hazel, te lo he dicho mil veces.
— Siempre sobra. – me lanza una mirada muy seria y ruedo los ojos. – Bien vale, como diga su matriarca. – murmuro esas últimas palabras, pero creo que las ha escuchado cuando dice un…
— Está claro que hoy le tendré que pedir a Dios más paciencia. – me trago una pequeña carcajada, pero no contengo la sonrisa que se dibuja en mis rostro.
La hermana Angélica y yo tenemos una relación un tanto… especial. A veces parece odiarme, pero sé que en el fondo de ese corazón de piedra me tiene guardado un poco de cariño.
Le hago caso y desayuno tranquilamente, esperando a que todas las hermanas cojan de mi dulce favorito puesto en la mesa para al fin poder coger alguno, aunque parece que hoy Inés ha hecho los justos y la hermana Cecilia es la última en coger su primer trozo y el último para el resto.
Que mala suerte, al final hoy se ha tenido que llevar la razón Angélica, aunque estoy acostumbrada porque casi siempre se la lleva. Y sí, da mucho coraje. Puse una pequeña mueca sin poder evitarlo, porque encima el resto de los dulces no eran mis favoritos, en realidad nunca los comía.
Nada se podía comparar al soufflé de chocolate de la hermana Inés, estaba exquisito y solamente lo hacía una vez a la semana.
Miro el resto de dulces servidos en las mesa, esperando encontrar alguno que pudiese equiparase al soufflé - algo que pienso que es prácticamente imposible – Hasta que alguien pone un trozo en mi plato. Giro mi rostro a la derecha donde la hermana Angélica alcanza otro de los dulces de la mesa y no puedo evitar mirarla sorprendida.
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Editado: 05.12.2024