—Busca siempre la verdad en las personas, mi niña, porque cualquiera puede decir mentiras.
Jada Mirianni (37) a su hija Eleine (8)
Lágrimas nublaban su visión, le era difícil manejar con el miedo enredándose con las emociones, pero no podía quitar el pie del acelerador pues su necesidad de poner distancia era más fuerte, Eleine quería controlarse pero cada vez que miraba de reojo al asiento vacío, recordaba el gruñido animal tras su oreja y la sensación del aliento cálido del animal que trataba de alcanzar su cuello.
Llevó una mano a la cicatriz en su nuca, un escalofrío le hizo temblar.
—Un lobo. Un maldito lobo —murmuró entre dientes, borró sus lágrimas con una mano y se aferró al volante—. ¡Estúpido mentiroso!
Golpeó el panel, todo su enojo se diluyó en un grito que solo se escuchó en el interior de la camioneta, no podía dejar de pensar en lo sucedido, todo ese tiempo creyó estar junto a un humano, pero de una forma demasiado irónica, en todo momento estuvo al alcance del enemigo.
—Le salvé la vida.
La mayor de las ironías, dieciséis años atrás casi murió bajó los colmillos de una de esas bestias y ahora era ella quien salvó la vida de uno.
Rió con histeria por lo absurdo que le parecía.
Llegó a Addy en tiempo récord, la tarde había seguido con su marcha y el atardecer se llevaba consigo la luz. Eleine estacionó cerca del bar y se bajó para estirar las piernas, restregó sus ojos hinchados por el llanto y acomodó su cabello. Estaba harta, cansada, ya no quería ser una mujer temerosa del mundo que le rodeaba, ya no quería recordar la desgracia de su familia destrozada, ni el hecho de que el hombre al que llegó a tener un poquito de afectó resultó ser parte de la raza que ella tanto detestaba.
Aunque a esas alturas de las circunstancias, Eleine ya no sabía con certeza lo que sentía, pasaron tantas cosas que sus creencias estaban perdiendo peso bajo las influencias externas. Parejas de cambiantes con humanos, cachorros y más cachorros inocentes, gente que solo vivía su vida indiferente a los problemas en el horizonte.
—Tal vez no debería meterme en donde no me llaman.
Eleine se detuvo frente a la fachada del bar, las amplias ventanas dejaban ver las personas pasando el rato en el interior, sonriendo, bebiendo, hablando y contando historias para despejarse del trabajo. Llegó a cuestionarse la idea de lo que estaba haciendo, del valor real de su investigación, y al entrar al bar, la calidez del lugar tanto como las sonrisas de los rostros conocidos le hicieron sentir segura, a salvo, sin embargo el vacío en su interior persistía. Era una sensación que no la abandonó desde que dejó a Caleb en Greensbrough.
— ¡Eleine! —saludó Bobby desde una de las mesas más alejadas—. Dos veces en un mes ¡Un nuevo récord querida!
Su corazón podría estar resquebrajándose, pero la dulzura del anciano hacia su existencia un poco más amena. En su vida Bobby había ayudado a pasar incontables penas y perdidas, una más no haría diferencia. Eleine se dirigió a la barra entre saludos al pasar, al frente estaban los banquillos de madera, de los siete solo uno estaba ocupado por un hombre, por su postura no podía reconocer quién era, vestía jeans gastados y una chaqueta roja. Por un momento quiso seguir la conducta habitual y ubicarse lejos del desconocido, pero estaba tan cansada de pensar cada acción que no le dio importancia a aquel que tomaba una cerveza y veía algo en su celular.
— ¿Lo de siempre? —Bobby preguntó.
—No, hoy quiero algo con alcohol, pero no muy fuerte.
— ¿Sucede algo? —el tono de Bobby demostró preocupación.
Eleine quería desahogarse, sacar afuera la frustración y el dolor que estaba sintiendo, pero el anciano no era el más indicado para ser su catalizador, nadie lo era, ninguna persona en el pueblo sabía quién era ella más allá de su nombre, nunca daba su apellido, pues cargaba con el peso de ser aquella niña atacada por lobos.
La niña que sobrevivió.
La niña que quedó huérfana.
La niña que les teme a los cambiantes.
Ya estaba cansada.
—Nada, he tenido un día duro de trabajo.
Bobby la miró por unos segundos, Eleine estaba preparada para otra ronda de preguntas, pero el hombre se quedó callado y le sonrió guiñando un ojo, la complicidad en su mirada le decía que sabía que esa no era toda la respuesta, pero que no iba a presionar. Eleine correspondió el gesto mostrando su mejor sonrisa, aunque eso era lo último que deseaba hacer.
Había sonreído mucho, pensó, y siempre lo hacía gracias a Caleb.
Su corazón dolió, el enojo había dado paso a la sensación de soledad, nunca pensó que podía sentir tantas cosas alrededor de una persona que la engañó desde el principio.
“—Y yo no te lo dije porque pensé que reaccionarías así...”
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Editado: 09.12.2018