Aiden llevaba un mes visitando a Grace al hospital. Nada había cambiado desde su llegada, el coma en el que entró aun no la dejaba despertar, pero él no perdía la esperanza.
Recordar ese día era doloroso, el momento en el que el médico le dijo que la chica había entrado en coma fue, posiblemente, el momento más doloroso por el cual él había pasado en sus, ahora, dieciocho años de vida. Salió del hospital de noche, como siempre, dejándola ahí sola. Deseaba poder quedarse con ella toda la noche, esperaba que su presencia hiciese algún efecto, necesitaba por encima de todo que ella despertara. Él seguía sin entender por qué su estado de ánimo era tan malo por lo que le estaba pasando a ella, apenas la conocía y aun así conectó con ella a un nivel que jamás había conectado con nadie. Aiden se había enganchado tanto a ella que tenía miedo de no poder dejarla ir en caso de que fuese necesario.
Miró el cielo estrellado y metió sus manos en los bolsillos del pantalón. Esa noche hacía especial calor y, entrando en primavera, sintió que le sobraba alguna prenda de ropa. Siguió caminando hasta el coche de su madre y entró para, seguidamente, arrancarlo y dejar atrás ese blanco edificio que tanto odiaba.
Diez minutos después Aiden aparcó el coche delante de su casa y al salir echó un vistado a la casa vecina. Parecía más oscura que antes, la falta de vitalidad se notaba tanto que podría pasar perfectamente por una casa tenebrosa y llena de fantasmas. Ese día vino a su mente como un azote que no esperaba, haberla conocido en ese estado le cabreaba hasta límites insospechados. ¿Por qué no pudo conocerla en el instituto como a cualquier otra chica?
Ella no es cualquier otra chica.
Una vocecilla en su mente habló y Aiden no pudo hacer más que darle la razón. Ella no era cualquier otra chica.
El hecho de recordar ese día le hizo pensar también en que los constantes ataques que le daban habían incrementado considerablemente, llegando a casi dos por semana. Pensar en ello le hacía ver que había retrocedido siglos, pero ahora mismo le daba igual. Lo único que tenía en su cabeza las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana era que ella debía despertar.
Entró en casa utilizando la llave que su madre siempre dejaba debajo del felpudo ya que ella a esas horas dormía y, sin cenar, se tiró al sofá. Se sentía tan cansado mental y físicamente que no pudo hacer más que dormir.
[...]
-¿Me estás escuchando, imbécil?
Aiden levantó la vista de su bandeja y miró a Michael con todo el odio que encontró en su interior. El chico llevaba un mes metiéndose con él por pura diversión. No sabía qué le había dado con él pero Aiden no pensaba seguir ignorándole como los anteriores días. Si Michael quería pelea eso tendría.
-Sí, te estoy escuchando-dijo con toda la calma del mundo-. Pero deberías sacarte la polla de la boca porque no entiendo una mierda de lo que me estás contando.
Aiden pudo ver como su ceño se fruncía y la diversión de sus ojos pasaba a ser odio. Perfecto, él podía metere con Aiden pero él con Michael no, la lógica de los imbéciles, pensó.
El puño de Mike impactó con fuerza contra la mesa y lo siguiente que pasó fue que Aiden se encontraba contra una pared con la mano del otro agarrada a su cuello. La locura en sus ojos era extrema y por dos segundo sintió miedo, pero eso cambió en el instante en el que la siguiente frase salió de su bocaza.
-¿Por qué no te unes a tu amiguita y te mueres, Martin?
No supo cómo pero su puño derecho impactó en el pómulo izquiero de Michael. Una fuerza que no había llegado a él hasta ese momento hizo que, literalmente, Aiden saltara sobre él y empezase a darle puñetazos sin cesar. Los gritos de los alumnos no se hicieron esperar, al igual que la sangre que ahora adornaba las caras de los dos adolescentes y los puños de Aiden. Se sintió eufórico y la adrenalina corría por su cuerpo como si se la hubiesen inyectando en vena. Las imágenes de Grace en coma le venían a la mente y descargó toda su furia y frustración contra Michael, el cual estaba por perder el conocimiento. No paró hasta que alquien se tiró encima de él y le hizo caer a la derecha. Abrió los ojos y se encontró con la cara de Alexandra a veinte centímetros de la suya y pudo distinguir una mezcla de miedo, enfado y preocupación en los ojos de su amiga. En ese momento se dio cuenta de la situación, como si antes no hubiese estado presente, y observó como la manada de chicos y chicas le miraban horrorizados. Miró sus manos, su camiseta, estaba lleno de sangre. Entonces giró su cabeza a la derecha y vio a Michael tendido en el suelo agarrándose la nariz y quejándose de dolor. Su cara estaba llena de sangre, igual que sus manos y su ropa.
¿Él le había hecho eso?
-Aiden-la voz de Alexandra le hizo mirarla, ella tamblaba encima de él e intintivamente la abrazó-, vámonos.