San Nemesio

San Nemesio

Capítulo único

 

¡Será la noche del año podrido, de cosechas estériles, azul sea la llama del fuego, por San Nemesio de crápula nula, alta alevosía de injuria deslenguada! ¡Por mujer estoy muerta pero gozo como san Nemesio, después seré ceniza de carne quemada! ¡La lengua helada de venus me limpiará las llagas!

Y después de mucho tiempo con el regreso de la luna azul  que se posó iracunda y luminosa en el cielo; los niños han salido a pedir Halloween. Cantan, Corren, juegan en la noche húmeda y fresca de octubre. Vuelven a cantar  ¡Dulce o truco! ¡Dulce o truco! Es mejor devorar algodón de azúcar que comer un solo caramelo. Los niños han salido a la calle…Los niños y los horrores. Y los niños han despertado en su lecho, los ha besado la luna celeste. Se levantaron y caminaron descalzos por el piso helado. 

Josué apresuraba a pedalear la bicicleta. Se quedó atrás. Una de las llantas de su bici se ponchó y se estacionó junto a la banqueta Museo de fetos deformes y enfermedades extrañas  rezaba el nombre del edificio. Los niños se habían marchado. De pronto el pequeño sintió angustia y miedo del silencio nocturno, estaba siendo observado. Levantó su mirada al cielo, solo estaba la luna y su cabeza empezó a experimentar dolor. Pobre Josué jamás volvería a probar  los caramelos. Se durmió para siempre con los cuencos de sus ojos vacíos. Todos los niños salen a la calle esa noche  y el horror de los padres abrió la puerta al mundo y Josué fue la llave. ¡Dulce o truco! repetían los niños en espera de caramelos gloriosos. Pero esta vez fue diferente, todos estaban solos.

¡Dulce o truco! pronunciaban los siameses a los niños que pedían Halloween con una voz monstruosa. Los niños sentían miedo y  respeto  por el disfraz espantoso de los niños desconocidos. ¡Qué importaba! Finalmente era noche de brujas. Los niños no quisieron compartir sus dulces y el truco de los siameses se puso en marcha. Se han despegado de sus cráneos, ya no les frustra ser uno solo. La luna los irradia porque es su madre y su manto es azul…

 ¡Ding dong! Reclama la puerta.

 Beatriz la pequeña les abre; era un par de gemelos con la cabeza vendada y horrible rostro. Beatriz se estremece y no los invita a pasar, no quiere compartir su pastel en forma de araña con ellos. Ellos lo saben.  ¡Los hombres pagarán con creses por el desprecio a las mujeres malditas!- pronuncian los gemelos al unísono. Abrieron la cavidad oscura de su boca para succionar el alma de Beatriz. El rostro angelical de la niña había asegurado su estancia en la tierra para siempre. Nunca habían sido niños hasta esa noche de brujas, antes eran solo fetos deformes. Los ojos de San Nemesio observan las pesadillas de la noche, los ojos de San Nemesio sangran por el dolor de los hombres. Los niños se van y se consumen y su risa solamente se escucha como eco por los jardines solitarios.

Concepción había dado a luz a los siameses por la época donde las mujeres eran calificadas brujas ¡sus hijos son la encarnación del demonio! denunciaron los sacerdotes. ¡Debes morir por tener pacto con el diablo, tú quieres destruir el mundo de Dios con semejante pecado! Y Concepción ardió en el fuego del infierno terrestre hasta el último suspiro y maldijo a los hijos de los hombres implorando a  san Nemesio. Y a sus hijos los mataron. Los conservaron en agua como a los peces. “Los hijos de Lucifer” se llama la exhibición en el Museo de deformaciones y enfermedades extrañas.

¡Cuando los hombres sean vulnerables, cuando las máscaras de su rostro sean inútiles para el virus letal que se expande por el universo, yo llamaré a sus hijos y saldrán a la calle y los padres estarán dormidos, ellos, ellos sufrirán en sueños!

  La noche sigue siendo suficiente. Hay sombras largas alrededor de la calle. Los niños se han tomado de las manos, han seguido a los mellizos y solo juegan felices porque ya no les temen.  Van desfilando por las calles de concreto, pisan la línea amarilla que divide los mundos. Brillan sus ojos de azul y de amarillo.

¡Pequeña era negra de los niños! ¡Pobre dulce madre calcinada! ¡Bruja  herida y lastimada! ¡Luna de azul lumbre, baja de esa nube, madre besa a tus niños porque sus padres duermen ya!

 Los niños giran  trecientos sesenta grados en un círculo tomados de las manos cantando la letanía, después ya no se entiende el canto. Los ojos de San Nemesio observan las pesadillas de la noche, Los ojos de San Nemesio sangran por el dolor de los hombres. Los niños se van y se consumen y su risa solamente se escucha como eco por los jardines solitarios. Niño no cantes, ha emergido un caballo. 

Los inocentes lo acarician hipnotizados y los mellizos sonríen macabros. Los niños se subieron, el caballo alargó las ancas, Los cuarenta y tres se treparon. El caballo expandió sus alas, voló hasta la luna, se besó con ella el caballo negro rozando la circunferencia. El caballo se transformó finalmente en el ángel desterrado y desde las alturas arrojó  a los niños al precipicio.  Los niños expiraron. Los mellizos sabían que era el  momento de ir a confesarse. 

¡Ding dong! 

Los mellizos al fin entran. El sacerdote los observa extrañado, aún no es demasiado tarde para irse a dormir .Un piano suena al fondo y el hombre les ofrece caramelos. Finalmente han comido dulces y después de saborearlos saludan a San Nemesio en la capilla y se marchan. Después de ese momento el sacerdote no volvería a pronunciar palabras en la misa.

 Las puertas del museo volvieron a abrirse para los nuevos niños que habitarían la tierra buscando remplazar a los niños que habían dejado de existir esa misma noche mientras los padres se revolvían en su lecho al no poder despertar. Y con los niños también resurgió el virus desconocido del mundo que se desprendía de las enfermedades extrañas. Al despertar los hombres y las mujeres que habían estado durmiendo han llorado amargura y dolor por los niños que se apagaron  para siempre y  temen salir de sus casas porque sienten miedo de tocar de pronto a los niños impostores con las manos. Se han resguardado  en sus casas, les han cerrado la puerta y se han escondido a menguar la ira de san Nemesio hasta que Dios cubra con un domo a los hombres tristes y solitarios. Los niños solo quieren un hogar para ser felices están buscando una casa antes de que llegue el frío. Hay miedo, mucho miedo.  ¡Ding Dong!



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En el texto hay: niños

Editado: 28.10.2020

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