Kim cumplió 15 años un 27 de agosto; se negó rotundamente a tener un quinceañero y solo pidió una cena con sus amigas y amigos más íntimos, y nosotros. A su casa llegaron unas 4 chicas más que no conocía, pero que también habían estudiado con ella desde el kínder y unos 6 chicos del colegio. Kim y yo éramos como un chicle pegado en una carpeta. Desde que nos hicimos oficiales no queríamos andar separados por mucho tiempo. Y como ya era costumbre para la cena me senté a su lado.
—¿Pasa algo conejito? –preguntó sonriendo. Me encantaba verla sonreír, verla ser ella misma. Sin caretas. La quería.
A menudo me preguntaba cómo podía ser digno de una chica como ella. Yo no era el chico más aplicado de la escuela o el más guapo. Pero ella una vez me dijo mientras mirábamos las estrellas en el patio de su casa, que el amor no se media por buenos promedios, por caras bonitas. Para ella, el amor solo eran asuntos del corazón. En cambio, para mí, la razón también tenía mucho que ver. Era algo que a veces discutíamos, pero que tampoco tocábamos a fondo. Lo único que sabía era que quería ser mi mejor versión para ella.
—Kimberly.
—Mmmmm
—Te quiero—susurré enterrando mi rostro en su cuello.
—Y yo a ti—pasó sus manos por mi cabello, tirando suavemente. Le robé un beso antes de volver a mi lugar—. Y porque me quiere vas a comer toda la comida, ¿cierto?
—Chantajista. Prometiste que no te meterías con mi peso.
—Y no lo hago, solo quiero que comas todo. Además, ya sabes que mi mamá te va a hacer la guardia.
—Eso es seguro. Voy a intentarlo—le di un beso en la frente. A menudo me sorprendía a mí mismo por lo fácil que me resultaba ser cariñoso con Kim.
Siempre estaba buscando la manera de atraerla hacia mí, de robarle besos, de olor su perfume. Me volvía loco perderme en el olor que desprendía su suave cuello y la manera tan dulce en la que ella solía responder. Eso sí, siempre la cuidaba. Como cualquier adolescente tenía las hormonas revueltas y mi cuerpo reaccionaba ante la cercanía de Kim. Así que trataba de controlarme. Aunque a veces ella no lo ponía nada fácil.
—¿Te estás divirtiendo?
—A lo grande—me mostró su sonrisa colinos.
—No eres una quinceañera todos los días. Deberías haber aceptado la fiesta.
—Lo dice el chico que detesta la corbata y el saco. Era obvio que tú hubieras sido mi paje.
—Me hubiera sacrificado por ti.
—Gracias conejito, pero prefiero algo tranquilo.
—Te apoyo—le robé un piquito que la hizo sonrojarse cuando vi a su madre mirándonos. Yo también me sonrojé.
Con la cena frente a mí, volví a la lucha.
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Para octubre nuestra relación seguía siendo algo nueva, pero tranquila, podría aventurarme a decir que sólida. Ambos estábamos experimentando lo que era nuestra primera relación sentimental y aunque no todo era globos y ositos de goma, intentábamos mejorar. Para un par de chicos que no tenían para nada experiencia en esas cosas, íbamos por buen camino. Nos gustaba dar largos paseos por los parques, sentarnos en la grama y hablar de tonterías o a veces de nuestras cosas. Se había ganado mi confianza, tanto así que una tarde me encontré a mí mismo hablándole de lo ocurrido con mi hermano. Le conté todo.
—Aún le extrañas, ¿verdad?
—Supongo que sí—me encogí de hombros—. Después de todo es mi hermano.
No culpaba a André de su actitud, ni de las palabras que me había dirigido y aún conservaba muy fresco en la memoria. Para mí, yo era el único culpable de su fuga. Sin embargo, era consciente que si algún día lo volvía a ver las cosas nunca serían las mismas que con Tino, Lucas o Henry. Ellos se habían convertido en mis hermanos.
—Siendo honesto, ni siquiera pienso en él la mayoría de tiempo. Antes, cuando recién se fue, cada lugar por donde iba o cada cosa que hacía me lo recordaba; pero después de un tiempo ya no. Ni siquiera sé lo que siento por mi hermano. Quisiera decir que rencor por haberme dejado sólo, tristeza por la vida que le tocó vivir o alegría porque puedo escapar de lo que consideraba su cárcel. Pero no sé...no siento nada.
—Yo creo que tienes sentimientos encontrados. Tal vez algún día si lo vuelves a ver