Sanando Heridas

Capítulo 24 (Parte II)

Estaba nervioso, aunque Henry ya me había confirmado su asistencia. Sí, mis amigos seguían allí apoyándome y burlándose de lo que había pasado con Kim.

—Sí que fuiste una total bestia.

—No me lo recuerdes.

—Deberías seguir humillándote.

—Lo llevo haciendo desde hace dos meses, Tino.

—Ofrécete a lamer tierra.

—Que idiota eres Henry.

—Si no viene es porque ya te dio trámite.

—Siento el apoyo Lucas.

—De nada, hermano.

—Cálmate. Mi hermana esta justo ahí con sus amigas—sentí que el alma volvió a mi cuerpo. Nos acercamos para saludar, tenía que aprovechar el momento. Desde que armé aquel show Kim se había negado a verme y cuando iba a su casa me mandaba a volar. Estuve tan triste que incluso se lo había contado a mi psicólogo y a mi madre. Ambos se rieron de mí y luego me dieron sus sabios consejos.

Últimamente la relación con mi madre había mejorado; incluso me empezaba a mostrar cariñoso y bromista con ella. Ella estuvo por ahí con las amigas de su grupo de apoyo.

—Hola conejita—saludé acercándome a ella. Me detuvo con su mano.

—Kim, mi nombre es Kim. Dejé de ser tu conejita.

—Kim, ya te expliqué mil veces mi reacción. Amor, lo siento…

—Si te pusiste así, porque conversaba de lo más normal con un chico, ni siquiera quiero saber cómo te pondrás cuando me vaya a vivir a Trujillo. Y he visto chicos muy guapos.

—Kimberly—advertí.

—Es la verdad—se cruzó de brazos.

—Ahora, solo estas siendo mala conmigo. Bebé, por favor…

—Talvez tenías razón y quiero seguir mi camino sin ti en él y mucho menos sin todo el peso que cargas—eso me dolió. Así que decidí que era la última vez que pedía disculpas.

—Como quieras Kimberly. Solo te pido que te quedes a ver la exposición, espero que te guste el dibujo que hice. Si lo quieres, es tuyo—y me alejé.

Kim era joven, tenía todo el derecho de querer vivir nuevas experiencias. Yo fui su primer enamorado y haría lo imposible por ser el último en todo. Desde que nos conocimos ella había sido la que andaba un paso por delante, pues bien, le enseñaría que yo también podía llevar muy bien nuestra relación. Esto era de ambos y mientras existiera este amor que sabía que ambos sentíamos no iba a rendirme. En este tiempo lo que sentía por Kim ya tenía nombre. Amor. Amaba a Kim, y no la retendría por la fuerza. Si al final ella decidía que lo que teníamos ya no daba para más, la dejaría volar. Pero no lo haría sin luchar.

Me hice el desentendido durante el resto de la exposición, y podía notar como su mirada de decepción se posaba en mí cada cierto tiempo. Ella no tenía idea de la sorpresa que tenía para ella. Así que cuando llegaron al lugar donde se exhibían mis cuadros junto a los de otros jóvenes de mi edad, me coloqué junto a ella para poder ver su emoción. Cuando las telas de los cuadros más grandes cayeron quedó al descubierto la que denominaba mi obra maestra: era Kim, sentada entre los rosales de la casa de la madre de Tino. Usando un vestido de verano con el cabello cayendo como una cascada y sonriendo con una rosa entre las manos. Sus mejillas sonrosadas por el sol y sus ojos achinados con la mirada llena de ternura. Me di la vuelta hacia Kim para encontrar sus ojos llenos de lágrimas con la mano sobre su boca; y de pronto se lanzó sobre mí chillando de alegría. Enredó sus piernas en mi cintura.

—Eres un tramposo, un tramposo. Oh Dios, es hermoso.

—Tú eres hermosa—le susurré al oído.

—Hablo en serio.

—Yo también—se apartó de mí lo suficiente para encajar nuestras bocas y dejarnos llevar. Escuchamos los silbidos y vítores a nuestro alrededor, pero ninguno de nosotros parecía querer despegarse del otro. Fue Kim quien terminó el beso y dejó caer su frente sobre la mía.

—Te amo—susurró sobre mis labios. Tragué, la miré intensamente queriendo transmitirle mis sentimientos e intenté darle las palabras que tanto anhelaba decir, pero mi madre nos interrumpió.

—Max, cariño. Alguien quiere hablar contigo—nuestra burbuja se rompió. Kim se bajó de mis brazos y unió nuestras manos.




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