Pocas cosas de Calize me gustan tanto como sus caminos serpenteantes. Aquí en el sur el aire es fresco y las noches silenciosas. Los pájaros llegan cada mañana a cantar en mi ventana si les doy las migas de pan que colecciono durante la semana.
Estoy sola en casa seis de siete días a la semana, pero los recuerdos que guardo en mi hogar son suficientes para hacerlo sentir lleno. Cuando papá estaba vivo, mi madre siempre cocinaba tarareando canciones tradicionales de cuna. En ese entonces era mi padre quien se ocupaba de trabajar todos los días haciendo espejos que la realeza y gente noble le compraban. Los espejos de mi padre eran tan bellos que inlcuso gente rica de otros reinos mandaba a buscarlo para hacerle encargos.
Mis padres siempre tuvieron la esperanza de que si conseguían trabajar lo suficiente podrían enviarme a una escuela de nobles. Y yo siempre esperé por ese momento. Pero las cosas no avanzaron tan sencillas como solíamos imaginarlas los tres tumbados en el patio trasero con nuestras dos cabras; Mina y Jilian. La prueba de las dificultades son los años transcurridos y lo que hemos perdido durante ese tiempo. Ahora solo me queda Mina, Jilian murió en el primer brote de tuberculosis que arrasó con un cuarto del ganado de los Alcot. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años. Y mamá trabaja en el palacio formando parte de la servidumbre real.
En Calize vivimos bajo el mando absoluto del rey. Así que nada es más poderoso que el color de tu sangre. El azul para nuestra familia real, el rojo para todos los demás. El azul que se proyecta en el cielo y las aguas de nuestros ríos. El azul que adorna los vestidos de las señoritas de la nobleza. El azul que acompaña el nombre de nuestros reyes. El azul para los poderosos. Nada para los demás.
En mi mente, siempre divido a Calize en tres secciones. La primera es esa donde se levanta el imponente Palacio en el que viven los Blue con sus coronas de oro y desde donde toman las decisiones que repercuten en el destino de todo el reino. La segunda sección es para los nobles; personas que tienen alguna relación aparentemente importante con los reyes, ya sean familiares lejanos, funcionarios del rey o trabajadores importantes. Y la tercera sección es como un afiche olvidado y decadente; la zona sur. En el sur vivimos los pobres, los que siempre trabajaremos más por necesidad que por gusto, los sirvientes. La tercera sección es, básicamente, el hogar de los pobres, los plebeyos, los menos afortunados. Es curioso que también es de donde proviene la mayoría de los recursos, en donde más se trabaja y es también mi hogar.
La noche anterior tuvo sola una cosa destacable; la emoción en mi pecho al recordar al señor Lisben llamándome por mi nombre. Pero una vez que la última página de mi cuaderno estuvo repleta de corazones con la leyenda “N + F” escrita en el centro, ya no quedó mucha de esa emoción.
Comencé a pensar con seriedad en lo que podría ocurrir con Calize a raíz de la repentina muerte del rey. Según una lección que el profesor Lisben nos impartió unos meses atrás, el siguiente en tomar el trono sería el primer y único hijo del rey Gustav. Porque, aunque la reina; Calíope Blue siguiera con vida, en las actas que dictan el rumbo de Calize está escrito que una mujer no puede gobernar. Como si fueran pocos todos los obstáculos que cargo por ser pobre, el ser chica se suma a ellos. No es que sueñe con gobernar algún día, sé que eso es imposible, pero queda una sensación amarga al saber que la lista de cosas imposibles en tu vida se hace más y más larga.
No consigo dormir bien en toda la noche gracias a la inquietud que me genera el rumbo que tomará el reino ahora que ha muerto nuestro rey. Mucho se escucha hablar de lo testarudo que puede llegar a ser el príncipe; nuestro ahora futuro rey. Es casi una leyenda el hecho de que al menos cuarenta mujeres trataron convertirse en las criadas del príncipe en el periodo de su primer y decimosegundo cumpleaños. Pero ninguna lo logró, todas salían despavoridas en su primera o segunda semana de prueba y el motivo era el carácter del más joven de los Blue. Nunca he sabido cómo fue que mi madre terminó por convertirse en la sirvienta personal del príncipe desde hace años y nunca huyó.
Fue considerado por muchos de nuestros vecinos un acto de valentía que una mujer viuda y con una hija pequeña se decantara por tomar el trabajo que nadie —por más pobre que fuera— quería. Aunque para ser franca, mi madre nunca me ha hablado demasiado del príncipe. Irónicamente, la información siempre proviene de personas aficionadas a la vida de la familia real, pero no de los sirvientes del palacio, supongo que es cuestión de lealtad. Mi mamá siempre ha dicho que la prudencia debe ir acompañada de lealtad y agradecimiento, y es por eso por lo que nunca me ha contado alguna aventura descarriada del hijo de los reyes. Eso y que en realidad, aprovechamos su tiempo fuera del palacio para hablar de mi vida, la pongo al día de lo que sucede durante la semana y hablamos de cosas sin importancia.
Afuera, el cielo aun es oscuro pero el sol ha comenzado a asomar por el horizonte, lanzando sus primeros rayos de luz. Salgo al patio a llenar con agua el cazo de aluminio de Mina, mi cabra. Mientras los pensamientos no dejan de dar vueltas en mi cabeza, observo la cerca que rodea mi pequeña casa, encontrando en las vigas astilladas un punto cómodo. La cabra me mira en silencio, como si no fuera yo la única intranquila. Le acaricio el entrecejo un par de veces antes de volver al interior.
La única esperanza que me otorga la visita obligatoria al palacio es que quizá pueda cruzarme con mi madre en el homenaje fúnebre del rey. Me pregunto cómo estará ella en este instante, llevando el caos que seguramente se ha desatado con el deceso real.
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Editado: 05.05.2024