Cuando vuelvo a despertar me encuentro con que nada fue un mal sueño. No estuve en una pesadilla en la que mi destino se veía corrompido por un par de decisiones ajenas que me llevaban a ser la sirvienta del futuro rey de Calize. Las últimas horas fueron completamente reales.
Las paredes grises me rodean y no entra ni un mínimo rayo de luz en la habitación. Eso significa que sigo en el palacio y que esta es mi fortuna final. Supongo que la suerte no siempre tiene que ser buena, es la cosa con el azar; no juega para ti sino contigo.
Suena una molesta campañilla cerca de la puerta que conduce a los aposentos del príncipe. Me primer impulso es cubrirme los oídos con las manos para atenuar el sonido, pero luego recuerdo lo que podría significar, el príncipe necesita a su sirvienta personal. A mí.
Me estoy incorporando en la cama cuando la puerta principal se abre. La señora Kahn lleva una bandeja en las manos, su rostro concentrado recae en mí.
—Ya me suponía que nadie te habría explicado tus deberes. Vamos, ponte de pie, que con lo de descansar no nos referíamos a dormir todo el día.
Comienza a hablar de inmediato, casi sin dejarme espacio para registrar su presencia. Hay apuro en su voz y sus ojos se ponen saltones. Como no quiero perturbarla más de lo que ya parece estarlo, hago lo que me dice, aunque mi poca agilidad no me permita parecer más que perdida. Ella deja la bandeja sobre la mesa, desordenando las pocas cosas que hay encima. Los ladrillos que sostienen la pata quebrada se balancean, en una amenaza de echarlo todo al piso.
—Lo siento…
—No te disculpes. —hace una mueca ante la campanilla que sigue sonando y me mira de nuevo —. A las siete de la mañana debes tener listo el desayuno del príncipe. Así que procura despertar antes de esta hora, así puedes ducharte y pasar por la cocina, yo tendré lista la bandeja. A las once tienes que llevarle su almuerzo. Como no has pasado esta mañana supuse que no lo sabías, espero que el príncipe sea comprensivo… —sus ojos se disparan hacia la campanilla y luego me mira, como dudando —. He traído el almuerzo, así que ya es tarde. Casi siempre sigue un menú ya establecido, si algún día el príncipe quiere algo distinto te lo hará saber y tú deberás comunicármelo a mí. Él te dará las indicaciones del día a día, tú solo debes encargarte de que obtenga lo que te pida. A veces le pedía a tu madre preparar su caballo o que buscara algunos libros de la biblioteca del palacio. Tienes que preparar su ropa si te lo pide, Sara y Siena Bahen siempre se encargan de lavarla, algunas piezas son delicadas, igual la modista siempre está haciéndole ropa nueva. Algunas veces el príncipe sale al invernadero y se queda ahí un par de horas, en ese caso tu madre debía mantener su vaso lleno de limonada helada. En fin, los caprichos serán distintos y ya te iras acoplando con los días.
La señora Kahn hace una pausa en la que parece genuinamente agotada. Se pasa las manos por su delantal de cocina, como si estuviera un poco nerviosa de pronto.
» —Al príncipe no le solía gustar pasar mucho tiempo fuera de su habitación, pero, supongo que las cosas habrán de cambiar con todo lo que está pasando ahora; la llegada de las chicas, las nuevas responsabilidades… — Suelta un suspiro entrecortado y recupera su postura dictadora de unos momentos atrás —. El príncipe siempre come en sus aposentos, así que esos minutos puedes usarlos para ti. Luego tendrás que volver a la cocina a la hora de la comida y de la merienda y yo tendré listas las bandejas. Quizá estos días tendrá que convivir con todas sus invitadas, así que solo sigue las ordenes lo mejor que puedas. Para hacer tus cosas personales debes encontrar tiempo, ya te las arreglarás… —termina con un gesto condescendiente y un movimiento de su mano.
Asiento, consternada.
Sé que debería aprovechar el pequeñísimo espacio que queda para hacerle preguntas sobre mis responsabilidades o cosas por el estilo, pero hay una única pregunta que sale de mi boca:
— ¿Qué día pasa el cartero por la correspondencia?
—Cada que es solicitado, pero el cartero cobra en moneda, así que mejor busca entre los proveedores a alguien que conozcas. Los de la carne vienen a medio día, el de la leche ha venido temprano. Y los de las frutas y verduras vienen cada dos días; pasarán mañana. Supongo que los conoces, tú madre los saludaba con familiaridad, así que…
—Si, sí. Bien —digo, casi sin aliento ante tanta información.
Cuando la campanilla comienza a sonar de nuevo, la señora Kahn me toma de los hombros y me hace caminar hasta la mesa. Apunta con la mirada la bandeja. Meto la carta que escribí para mi tía dentro de la bolsa oculta entre los pliegues de mi vestido y tomo la bandeja.
—Ve por esa. —apunta a la puerta que conecta con los aposentos del príncipe cuando se da cuenta que pensaba salir por la otra —. Al príncipe no le molesta, es más, lo pidió así para facilitar las cosas.
Hago lo que ella me dice y al cruzar la puerta que me ha indicado escucho la otra cerrarse. Ella se ha ido. Y la echo en falta porque siento como si hubiese olvidado todas las indicaciones que acaba de darme. Imagino a mi madre hablando con ella y sé que podrían haber sido cercanas. Tienen algo parecido.
Apenas levanto la vista me encuentro con la magnificencia de la habitación del príncipe. Es tan enorme como la recuerdo del día anterior. La puerta conduce al pequeño comedor que vi ayer, en una esquina alejada de la cama con dosel. La mesa circular está hecha de mármol puro y patas de oro. Hay un par de sillas con cojines de terciopelo rojo.
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Editado: 05.05.2024