Cardenian Blue,
decimoquinto en la línea de la monarquía Blue.
Lo primero que percibo es el frío, me cala los huesos y provoca un lento espasmo que recorre mi espalda. El que este sea un día frío me hace recordar el día en el que murió mi padre. De forma repentina, me surge el deseo de permanecer en cama todo el día. Las almohadas de plumas me hacen descansar como no podría hacerlo nada más y los ropajes son tan suaves y pesados que me hacen sentir abrazado. Puede sonar estúpido si lo digo en voz alta, supongo entonces que, en cierta manera, es un alivio no tener ninguna persona con quien hablar de mis pensamientos más personales.
Por un instante breve me planteo la posibilidad de quedarme en cama al menos un rato más, un par de minutos, un par de horas tal vez… Nadie me necesita en realidad. Salvo que, de pronto recuerdo que ahora es distinto. Todos me necesitan. O al menos todos parecen necesitar una parte de mí.
Pasar de ser una mítica sombra tranquila y sin demasiada importancia a convertirte en el personaje más solicitado de un reino, es como mucho la peor carga que he llevado en mis hombros.
Si me permito ser honesto, estoy cansado de escuchar mi nombre acompañado de la promesa “futuro rey de Calize”. Nadie sabe en realidad todo lo que pasa dentro del palacio y se supone que soy quien debe remediar cada una de las partes sueltas, pero la verdad es que, en este punto, desconozco muchas de ellas.
Debo reconocer que tal vez esta manía tan propia de guardarme todo para mí mismo es lo que me tiene más cansado, más que mi reinado y la corona que pesa en mi cabeza aun sin estar ahí. Si tan solo tuviera un alma piadosa en la que pudiera depositar toda mi confianza… sería todo un poco más sencillo. Solía tenerla, pero murió.
Me levanto de mi cama, solo para evadir los pensamientos con los que he despertado.
Ahora que toda la responsabilidad está sobre mis manos inexpertas, me resulta un tanto ridículo pensar en todas las enseñanzas que mi padre me dio sobre el reino. Está claro que las cosas tendrán que cambiar y que fueron precisamente sus percepciones las que nos trajeron hasta la inestabilidad que ahora sufrimos…
Escucho su voz diciéndome cómo debería gobernar, cómo serían las cosas una vez que ascendiera al trono, lo sencillo que es subyugar a nuestra población. Y lo único que sale de mi es una risa amarga.
Entro a mi cuarto de baño, el vapor que ha comenzado a acumularse por cada espacio es lo único que logra que la tensión acumulada en muis hombros se disperse. La tina de porcelana del color de las perlas del collar que usa la reina ya se encuentra llena de agua caliente.
Esa nueva criada tiene una habilidad casi impresionante para deslizarse en mis aposentos sin hacer nada de ruido, como un pajarillo silencioso que flota de aquí a allá. Ella solo entra, prepara lo que tiene que preparar y huye. O al menos me lo parece a mí, eso de que de forma constante esa chica huye.
Nyx…
Alguna vez Mags me confesó que provenía de la palabra Onyx, la piedra favorita de su marido. Nunca había escuchado otro nombre tan extrañamente adictivo. Es cómodo decirlo en voz alta, como si se tratara de una palabra afrodisíaca, como esos mariscos que mi padre siempre solicitaba a un amigo suyo cuando yo era pequeño. Se supone que lo afrodisiaco tiene efectos excitantes, así que quizá no sea la mejor comparación para el nombre de esa chica.
En lo único que puedo pensar mientras descanso dentro de la bañera es en lo incierto de mi futuro. Hasta hace unos días estaba completamente seguro de que gobernaría en muchos años más, hasta que mi padre fuera muy viejo para hacerlo. Y ahora, con todo lo imprevisto de la situación, me veo obligado a desposar a alguien, a tomar un trono, a actuar por supervivencia.
Pienso en esas doncellas que anhelan mi amor y en lo difícil que es brindárselo a alguna de ellas. Si al menos fuese tan sencillo como rabiar con mi sirvienta. Esa chica desde que llegó al palacio no ha hecho más que importunar. Con lo inocente que parecía al principio, jamás habría esperado algo como lo que ella mostró. Ese salvajismo…
Me asusta. Me asusta un poco lo que Nyx me hace sentir. En primer lugar y para no dar muchos rodeos, me asusta porque, no se supone que alguien como yo deba dejarse manejar por esa cursilería de “sentir”. Mi padre siempre lo decía; sentir no es para lo que un rey está hecho. Y desde que esa muchacha desordenada cruzó mi puerta, con su mirada perdida y desafiante a la vez, atreviéndose a ofenderme de una manera que nadie más tendría el valor para hacerlo, lo único que he hecho es sentir. Siento rabia a ratos, cuando la veo, un poco de diversión también, sobre todo cuando su rostro se vuelve una tela invisible de preocupación y enojo.
Mientras me ocupo de vestirme con la ropa limpia del día; un traje de terciopelo oscuro que me hace sentir aprisionado, me doy cuenta de lo mucho que me gustaría salir del palacio y visitar los establos. Quizá hasta podría pedirle a Nyx que me acompañe, solo para verla ruborizarse de ira. Nunca había conocido a una mujer tan ajena a obedecer las órdenes y eso me hace preguntarme cómo Nyx pudo sobrevivir tantos años en un lugar como Calize.
Incluso yo crecí rodeado de órdenes.
No hagas esto, no pienses aquello, no vuelvas a decir algo así. Deja de comportarte como un niño cualquiera, sé un hombre. No hables demasiado con los sirvientes, no pidas cosas imposibles. No muestres debilidad, no hagas de otra persona alguien importante en tu vida. No sueñes con cambiar las reglas, no desobedezcas. No seas grosero, habla cuando se te pide, aprende a tomar todo el poder que te corresponde. Actúa con mano dura. No hables así a tu madre. No digas que no nos importas, me importas lo suficiente para haberte hecho el único posible heredero…
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Editado: 05.05.2024