Sangre Azul

11. AMARGA DECEPCIÓN

 

Estoy de pie, bajo el sol del mediodía. Mis ojos se entrecierran, en parte por el cansancio y en parte por el sueño. Anoche no pude dormir plenamente, pues mis pensamientos se agravaron por la emoción de por fin salir de ese palacio.

Todo lo que deseaba desde hace días era poder abrazar a la familia que me queda, pasear por los caminos por los que llevo toda mi vida andando, aun si antes me parecían tristes y precarios. Quería volver a casa, acariciar la frente de mi cabra y sentir la tierra mojada de mi pequeño patio trasero en los pies descalzos.

Pero tuve que hacer esperar todo esto, porque, quería una cosa mucho más que las anteriores. Quería ver a Frederick Lisben. Así que, como se lo indiqué en la nota que le envíe con Tobey, fui directo al río que se encuentra cerca de la escuela, para encontrarnos.

Al principio pensé que era un pequeño retraso, que algo debió interponerse en su camino, pero, al cabo de una hora, tuve que aceptar que él no llegaría. Me sentí tonta al principio, por haber perdido una hora de mi valioso tiempo esperándole. Luego, con el pasar del día, se volvió peor. Porque entonces comencé a sentirme decepcionada, triste y desesperanzada.

Si Frederick decidió no aparecer eso puede significar que ahora está al tanto de la situación y ha concluido en que no es lo que quiere, que yo ya no soy lo que quiere. Para el momento en el que cruzo la puerta de la casa de mi tía, mis ojos están hinchados por llorar todo el camino y mi corazón late perezoso, me crea agotadoras respiraciones que suenan a suspiros dolorosos.

Mara me observa y una sonrisa sorprendida se forma en su rostro al tiempo que levanta las manos; una con un cucharon, la otra con un trapo de manta. Su sonrisa decae en cuanto me ha mirado el tiempo suficiente para notar la huella del llanto en mi rostro.

—Nyx —dice, preocupada, se acerca en seguida a rodearme con sus delgados brazos —Oh, mi niña… ¿Qué ocurre?

—No ha llegado, tía.

— ¿Qué? ¿Quién?

Mi tía me observa con confusión impregnada en su seño arrugado.

—Frederick Lisben.

— ¿El profesor? —pregunta, estudiándome.

Sus ojos pasan de la confusión a la sospecha y luego al entendimiento, todo en segundos. Entonces, con una mirada encarecida, me conduce al interior de su hogar. Me obliga a sentarme a la mesa y me sirve una porción generosa de arroz. Después de contarme que Lexi ha ido a vender la leche de mi cabra, se sienta y me mira, con esos ojos tan parecidos a los de mi madre.

—Cuéntamelo todo antes de que te mate por no haberlo hecho antes.

— ¿Todo? —pregunto, extenuada de pronto.

—Todo lo del profesor Lisben, por ahora. Después puedes seguir con lo que ha sucedido estas tres semanas.

La miro con atención y a instantes es como si estuviera con alguien que no conozco, luego, es como si volviera a sentir que pertenezco a algún sitio. Tan confuso que duele. Tan confuso que hace que el dolor se intensifique y se multiplique.

Comienzo por relatar la hasta ahora secreta confesión de amor que Frederick me hizo en las vísperas de mi reclusión en el palacio. Mi tía escucha con atención, se emociona en las partes en las que yo lo hago y cuando le describo lo que sentí esa misma mañana, mientras caminaba al encuentro de mi posible amor, con la esperanza de un futuro mejor y la felicidad de poder verle, para luego hallar vacío nuestro sitio de encuentro, ella parece tan decepcionada como yo.

Me hace explicar dos veces un par de detalles. Y me consuela diciendo que debió pasarle algo importante y que el día aún no termina. Sus palabras resuenan en mi cabeza. Tanto, que me encuentro a mí misma ansiosa por estar en casa, solo por si él aparece.

Cuando me pide que le cuente lo que ha sucedido en el palacio, lo hago, un poco a medias, un poco menos expresiva, ahorrando muchos detalles. Porque es mi destino y lo he aceptado, pero, no quiero que ella se sienta obligada a tomar mi lugar, o que se preocupe demasiado al notar mi infelicidad.

A mitad de mi relato aparece Lexi, se cuelga de mi cuello y me hace preguntas sobre la comida del palacio, sobre el príncipe y sobre las seis, respondo todo con dulces palabras evasivas, pero a ella le basta con poco para emocionarse. No deja de abrazarme hasta que digo que quiero estar en mi casa. Ambas se niegan al principio, pero, saben que no podrán hacerme cambiar de opinión y terminan despidiéndose de mala gana. Prometen ir a la mañana siguiente a despedirse de mí en mi casa, pero les pido que no lo hagan. Porque odio las despedidas y sé que lo más probable es que yo no pueda seguir tragándome las lágrimas. Y porque el lunes es uno de los mejores días en sus ventas de mermelada y conservas.

Paso media hora acariciando a Mina, su pelaje blanco está lleno del pasto en el que estuvo acostada. La cabra pasa todo el rato balando, como si me estuviese contando las aventuras que ha vivido en mi ausencia.

Me despido de mi tía y prima. Abrazo a ambas unas cuatro veces antes de irme de forma definitiva de su casa. Y me dirijo casi corriendo a la mía. Ha comenzado a caer la tarde.

Al entrar en mi hogar encuentro todo mucho más ordenado de lo que recuerdo, mi tía ha estado cuidando de mi casa. Camino despacio por cada pequeña habitación, saludando la vida que ha tenido que soltar.  Me siento en una de las sillas; la que solía usar mi madre. Siento que me viene grande, como todo a mi alrededor.




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