Sangre Azul

13. TRAICIÓN E IMPROBABILIDAD

 

Carden

Cada uno de los días de la semana se vuelven insoportables porque no puedo evitar la única cosa que debería estar evitando: pensar en Nyx Rubssen.

Seguirla con la mirada en cada ocasión que pasa por delante de mí se ha vuelto la peor de mis costumbres. Observo sus gestos hasta que se tornan un poco descifrables. Oculta sus sonrisas burlonas con una tos forzada, se encoje de hombros cuando algo le da igual, siempre mira dos veces antes de dejar una habitación, como para asegurarse de no olvidar nada, o de ocultar algo muy bien. Suele hacer toda clase de gestos despectivos, he memorizado la curvatura hacía debajo de su boca cuando se decepciona y el fastidio en su mirada cuando se encuentra conmigo. Tiene un poco de gracia que en una ocasión me sorprendí a mí mismo sonriendo hacía sus reacciones mientras a ella no la he visto tener ni un asomo de felicidad genuina en el rostro desde hace días.

Lo peor no es que haya malgastado mi tiempo durante días en observar a mi sirvienta, lo peor es que no dejo de hacerlo. Lo peor es que cada día pienso más en ella. En ella sonriendo como la única ocasión en la que la he visto sonreír. En Nyx. Pienso en ella, en mi cama.

Y cada día se vuelve progresivamente peor.

Todo termina por romperse a un día de verla partir.

Es sábado y he despertado con un mal humor injustificado que me llevó a inventarme un resfriado para quedarme en cama. Mi terrible y falso malestar ha sido la única excusa que me ha permitido pasar un día entero encerrado en mi habitación, sin ser molestado, ni requerido. Todo el día me dediqué a permanecer acostado, lo único que me robó la atención fueron las dos ocasiones en las que Nyx entró a dejarme comida caliente y los tés sanadores de la señora Kahn cuyo contenido espantoso lanzo por la ventana a penas me quedo solo.

Estoy preparándome para dormir cuando escucho la puerta abrirse. Pienso en gritarle que se lleve la cena, que no me apetece nada, pero mis ojos chocan con su presencia. Me invade una sensación ardiente cuando la veo entrar a mis aposentos. Sus manos sostienen la bandeja de una manera más delicada que los primeros días. La observo fijamente desde mi cama. Ella me ignora. Me vuelvo consciente de que ha transcurrido un mes por lo que ella dice a continuación.

—Lanish me ha pedido que deje listos los preparativos para la cena de mañana, me preguntaba si usted tiene alguna indicación especifica o…

— ¿Cuál cena? —pregunto, incapaz de ocultar la hostilidad en mi voz.

Nyx me da la espalda para dejar la bandeja sobre la mesa. Deja también un cuaderno que sostenía entre la bandeja y su mano para poder estar libre y poner los brazos en jarras, indignada.

—Con las seis, para celebrar que llevan un mes aquí. Se supone que alguna de ellas tendría que irse, pero Lanish cree que es mejor conservarlas a todas. Dado que su alteza no está poniendo lo mejor de su parte para conocerlas.

Escucho con una claridad ensordecedora la burla y el reproche en su voz.

—Su alteza tiene cosas más importantes que hacer que perder el tiempo escuchando historias absurdas o pretensiones que solo buscan impresionarlo…

Se gira y me mira con una mueca de desagrado.

—¿En serio? ¿Cómo qué? ¿Como estar todo el día acostado?

—Eso no es de tu incumbencia. Además, me siento fatal.

Me mira, incrédula. Y lo mejor que puedo hacer es fingir una tos que no me creo ni yo mismo. Parece querer reír y por algunos microsegundos espero que lo haga. Quiero verla reír.

—Yo te veo muy bien. Creo que ese resfriado tuyo es un invento.

—Acércate un poco y veremos…

—Lo que dices carece de sentido —. Me observa con atención por algunos segundos y su semblante cambia por completo, pero veo la farsa detrás de su preocupación —. Oh no, no me digas que en verdad estás enfermo ¿has comenzado a delirar por la fuertísima fiebre?

Su voz es cada vez más mordaz y me divierte por algún motivo.

—No es así, querida. Lo que quiero decir es que si te acercas y estornudo un par de veces en tu cara podremos comprobar que mi malestar es real, cuando te contagie.

—Si sigo aquí lo que me contagiarás será la idiotez.

Agudizo la mirada y todos mis sentidos siguen el mismo camino. Eso que llevo días tratando de borrar vuelve a arder en mi interior. Quiero levantarme y empujarla contra la pared y decirle que mi padre nunca me permitiría dejarla vivir después de llamarme idiota.

—Tu voz aumenta mi dolor de cabeza, así que es mejor que te largues —le digo, acompañando la oración con un movimiento despectivo de mi mano y una sonrisa forzada.

Ella me mira por algunos segundos, entrecierra los ojos y levanta la barbilla. Es un gesto que resuma desprecio hacia mi persona y, sin embargo, encuentro fascinante la forma en la que su cuello se estira.

—No puedo creer que tendremos un rey tan holgazán… si las personas del pueblo supieran tus hábitos tan poco productivos harían un complot para destituirte…

Algo en mi interior se aprieta. Siento a mi mandíbula tensarse y todo mi cuerpo también. La miro con recelo. Se vuelve real el hecho de que no quiero seguir escuchándola.




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