Aquella noche no fui consciente de lo mucho que las cosas cambiarían, del caos que estaba a punto de convertirse una vez más en mi vida. Mi rutina fue exactamente igual a la de los últimos 354 días, devastadora, pero constante.
Era un jueves por la noche; el viento soplaba fuertemente, haciendo que mis mejillas se congelaran hasta adquirir un tono rosáceo y las ramas de los árboles se movieran de forma salvaje. El pequeño abrigo rojo apenas alcanzaba a cubrir lo suficiente, pues con el paso de los años la prenda se había desgastado y dejado de quedarme.
Caminaba de manera apresurada, intentaba concentrarme en las cosas que tenía a mi alrededor, el sendero repleto de grandes piedras, las casas de madera a los costados que ahora estaban destrozadas, enormes troncos dispersados a lo largo del camino y trozos de lápidas regadas por todas partes. Nada parecía cambiar, pues poca gente solía recorrer las calles del antiguo cementerio.
La palma de mi mano comenzaba a sangrar a causa de las espinas de las rosas que había hurtado del jardín de mi vecina. Me decepcionaba el hecho de que sus pétalos comenzaban a tornarse amarillos y gran parte de la flor se había deshojado en el camino, pero era consciente de que no encontraría algo mejor en este lugar.
Las calles del pueblo estaban llenas de escombro y maleza, las casas parecían a punto de caerse y la pintura de las paredes se descascaraba con el pasar de los días. Todo había adquirido un toque color marrón, resaltando su decadencia.
Pensar en como lucia en el pasado me ponía nostálgica, imaginaba lo confundida y aterrorizada que estaría mi yo de hace uno o dos años al encontrarse en mi situación actual, en vagar por la oscuridad sin compañía. Aunque claro, estar ahí era más reconfortante que quedarme en lo que restaba de mi casa, fría y sola.
Después de unos segundos me detuve, finalmente me encontraba frente a la tumba de mi padre. La observé por unos segundos y suspiré. Faltaban unos días para que se cumpliera un año desde su asesinato, mi hermana y yo habíamos encontrado su cuerpo tirado junto a los árboles del jardín, Vera no lo soportó, así que meses más tarde cedió a la locura y se quitó la vida enterrando dos agujas de tejer en su garganta, ahora su lápida yacía también aquí. Por lo que a mis 19 años ya me encontraba completamente sola.
En Haldenmoss restaban menos de 100 personas, de los cuales la mayoría eran ancianos y adultos, solo había un par de adolescentes y menos de 10 niños. El resto habían sido exterminados, asesinados por experimentos creados bajo las órdenes del presidente; híbridos modificados genéticamente. Muchos de los ciudadanos fueron devorados debido a que las criaturas aún no controlaban su instinto de sangre, otros cuantos tomados como esclavos o sacrificios, y según algunos rumores, el resto se había unido al ejército de theriones ya fuera por voluntad o porque no tenían otra opción
Así que cada día esperaba a que el sol se ocultara, para poder escabullirme en la oscuridad y visitar a mi familia, de esa forma procuraba que nadie pudiera verme y me evitaba cuestionamientos. Llevaba aquellos objetos con los que mi hermana había terminado su sufrimiento, en parte para protegerme, era lo más cercano a un arma que tenía, pues casi todos los residentes habían sido despojados de todo tipo de artefactos con los cuales defenderse. Por otro lado, era un recuerdo, una forma de no olvidar lo que una vez tuve.
Me hinqué unos instantes, deje las flores sobre sus lápidas y después de unos minutos comencé a bailar suavemente, cerré los ojos e imaginé una melodía tranquila. Hacer eso me ayudaba a recordar los días en los que mi padre terminaba de trabajar, escogía un disco de forma aleatoria y mi hermana y yo nos uníamos a él en un baile, reíamos y luego cenábamos juntos. Había amado a mi padre, aún lo amaba y sobre todo lo extrañaba. Él fue el único que cuidó de nosotros después de que mi madre muriera, ella enfermó y no pudo recuperarse jamás. Yo no la recordaba, todo lo que sabía era gracias a él.
A veces me sentía patética, me avergonzaba pensar en la reacción que alguien tendría si me descubriera en aquella situación, asumirían que estaba loca, pero no era así, simplemente no quería dejar ir aquella costumbre, ese tipo de cosas me mantenía cuerda.
―¿No esperarás que los cadáveres se alcen solo para bailar contigo o sí? ―preguntó un joven un par de años mayor que yo, saliendo de entre los árboles.
Portaba un uniforme dorado; característico de los soldados del ejército de la Ciudad Central, su cabello era rubio opaco y sus ojos grandes y de un gris oscuro. Al parecer era uno de los hombres de Nerón e iba acompañado de un Therión. Al verlo, una parte en mi interior se alertó, pues la criatura era enorme y amenazante. Aun así, no tenía intenciones de parecer débil, no era la primera vez que veía algo parecido y de ser la última, no pretendía morir temblando.
―¿Qué hace la gente del presidente en esta zona? Creí que ya no tenían interés por los restantes—contesté mientras me aseguraba de llevar aún el par de agujas.
―Estamos en busca de algunas cosas. Cosas que no te incumben, pero no te preocupes, una vez que las tengamos, los dejaremos en paz. En realidad, ya no hay mucho que puedan ofrecernos —dijo y me sonrió cínicamente. Aquel tipo lucia como alguien a quien no le importaba si la manera en que respondía afectaba a los demás, cosa que me molestaba demasiado.
―Egan ¿crees que ella sea buena opción para el jefe?—interrumpió el Therión tomándome por sorpresa, acortando la distancia, lo que hizo que luciera más atemorizante.
Era sorprendentemente alto, con ojos desmesurados y verdes. En donde debía estar su nariz colgaban unos largos tentáculos cafés que cubrían su boca y el resto de su cara, así como parte de sus brazos y pecho. Lo demás en él lucía humano, al igual que su voz, solo que con un toque oscuro.
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Editado: 15.03.2024