Sangre Carmín

CAPÍTULO ONCE.

OLIVER.

Oliver siempre había sido considerado un chico inteligente y amable, pero también sumamente temeroso, aunque nadie entendía la razón. 

A los seis años persiguió a un conejo desde el sendero de su casa hasta el oscuro bosque. Aquel día su padre trabajaba intensamente en su aserradero, mientras su madre cuidaba a Eleonor, quien apenas tenía dos años. Nadie se percató de su partida, nadie supo lo que ocurrió aquel día y ese siempre sería su secreto. Corría rápidamente mientras seguía al esponjoso animal, visualizando su pelaje café entre los verdes arbustos. Oliver no era temeroso entonces, pero sí que era curioso, peligrosamente curioso. Amaba a los animales, amaba a su familia y a todo lo que lo rodeaba.

Siguió avanzando hasta que perdió de vista al roedor, miró por todos lados intentando hallar una pista del paradero de aquel animal, pero no encontró nada. Pronto también se percató de que no tenía la menor idea de donde estaba, la oscuridad seguía avanzando y todo se veía completamente igual. Los árboles eran inmensamente aterradores, alzaba la vista y no lograba apreciar las copas, solo la longitud de los largos troncos. Los sonidos de las lechuzas y demás criaturas inundaban el lugar, intentó mantener la calma lo mejor que pudo. Claro que tenía grandes ganas de llorar, pero su padre ya le había aconsejado que de encontrarse en una situación similar, siempre debía mantener la calma. Suspiro asustado, sorbió su nariz y empezó a andar.

No sabía si iba en la dirección correcta, todo era demasiado similar y por ninguna parte lograba ver su casa o alguna otra estructura del pueblo. El frío se estaba intensificando y eso lo hacía sentirse más desanimado. Probablemente, ya era tarde y sus padres lo estarían buscando. Estaba asegurado un buen castigo, pero por ahora solo le preocupaba el poder llegar. Quería la calidez de su casa, quería su cama y su suéter rojo de lana con estampado de patito. Deseaba tomar su habitual leche con chocolate que su madre solía prepararle, deseaba estar con Eleonor.

El pecho le dolía y su respiración se estaba acelerando. Continuó caminando, pero un extraño sonido lo hizo parar, agudizó lo mejor que pudo su oído y nuevamente lo volvió a escuchar, era un gruñido. Oliver volteó lo más despacio que pudo y cuando finalmente su cuerpo giró por completo, el terror invadió su pequeño cuerpo. Un lobo gris lo veía fijamente mientras movía su nariz y emitía ruidos amenazantes. El corazón comenzó a latirle con fuerza, no tenía idea de cómo saldría con vida, su padre no le había advertido cómo debía actuar si algo así le sucedía. La única idea que surgió en su cabeza fue correr. Agarró todo el valor que le fue posible y salió disparado. La bestia ladró y enseguida fue tras él, pronto lo alcanzó y comenzó a rodearlo. Era evidente que no tenía ninguna ventaja, él era solo un niño y aquel animal le sacaba el doble.

Su corazón no aguantó más y comenzó a llorar, el frío le estaba calando los huesos y su respiración se aceleraba al límite de sentir que tal vez se desmayaría. El lobo saltó finalmente y lo tomó con el hocico, por uno de sus zapatos, Oliver intentó zafarse, pero el animal no parecía ceder. El niño gritaba asustado, sintiendo un cálido líquido recorrer sus piernas. Al principio pensó que era sangre, pero pronto cayó en cuenta que se había hecho en los pantalones. La bestia lo soltó de repente, pero solo para morder su playera, lo arrastró unos metros, quizás con la intención de llevarlo a su guarida. El pequeño niño seguía llorando, pero estaba demasiado cansado para seguir luchando. Sus brazos y piernas le dolían, pues al ser deslizado por el camino, las rocas y varas le arañaban la piel.

De pronto se detuvieron, Oliver pensó que sería su final, que se lo tragaría por fin, pero no sucedió nada. Unas fuertes pisadas se escucharon a lo lejos, pero no eran humanas, sino de animales. Probablemente, su manada, pensó el chico. Abrió los ojos con temor y lo que vio lo dejó asombrado. Un rebaño de ciervos corría a su lado. El lobo desvió su atención hacia aquel grupo de animales y comenzó a andar hacia él, dejándolo abandonado.

Oliver no lo pensó dos veces y comenzó a correr en dirección contraria. Nunca supo de donde obtuvo nuevas fuerzas para seguir, tampoco el cómo había llegado hasta su hogar. Aquel lapso en el que estuvo huyendo terminó por desvanecerse de su memoria.

Al llegar al sendero que daba a su casa, observó a sus padres, quienes se veían realmente preocupados. Cuando la madre de Oliver se percató de su llegada, estuvo a punto de desmayarse. El chico sangraba de diferentes partes, tenía grandes raspones y la ropa desgarrada. Su rostro estaba cubierto de lágrimas y tierra. Una parte de él estaba aliviado, pues por fin estaba en casa, pero también tenía miedo, estaba preparándose para ser regañado. Aunque al final resultó ser todo lo contrario, su madre corrió asustada y lo tomó por los brazos. Su padre le preguntaba una y otra vez la razón por la que se encontraba en ese estado, pero el chico solo quería llegar hasta su cama y llorar un poco más.

Sus padres siguieron insistiendo un par de días, querían saber lo que había sucedido con Oliver, pero nunca obtuvieron respuestas, y después de unos meses dejaron de insistir. El chico pareció olvidar lo que sucedió o al menos lo fingía, pues por las noches tenía terribles pesadillas y no había pisado otra vez el bosque.

Conforme pasó el tiempo, Oliver fue creciendo, se volvió alguien responsable, amistoso e ingenioso, pero también un cobarde, o al menos eso es lo que la gente solía decir y lo que pronto comenzó a decirse a sí mismo.

Ninguno de sus compañeros quería ser su amigo, todos pensaban que Oliver era raro, todos excepto Carmín, la chica cuyo cabello era de un rojo tan intenso como las cerezas, la chica que era alegre y divertida, que no dudaba en ayudar a los demás y siempre sonreía. Ella fue la primera en acercarse, la única que lo invitaba a su casa después de la escuela, con quien pasaba las tardes junto al lago y comía los fines de semana. La pelirroja era todo lo contrario a él y aun así lo hacía sentir como si fuera la parte que le faltaba, como si fuera su otra mitad.




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