TIERRA DE NADIE
- LAMBERT -
Corrimos hacia el lado contrario de la barricada, asestando una ráfaga de disparos contra las criaturas que venían a nuestras espaldas. Había demasiado ruido como para poder concentrarme solo en uno. Disparos, gritos, criaturas acercándose cada vez más; todo a la vez me estaba abrumando.
Krist saltó el alambre de púas que estaba a unos metros de los enormes surcos y luego entró en uno. Lo seguí y caí de rodillas al no plantar bien los pies sobre la tierra.
Dentro de las trincheras, todos estaban corriendo de aquí allá con armas en las manos, empujándose en el proceso, disparando desde la zonas de tiro hacia el campo enemigo. Había poca luz, ya que las linternas estaban tiradas, por lo que las paredes de metal eran iluminadas con el resplandor de las bombas o del estallido de los fusiles.
Fuimos en busca de los hombres con los que habíamos hablado para dar aviso, sin embargo, el refugio estaba vacío, al igual que los otros.
—¡Deben estar en el campo de batalla! —alcé la voz en medio de todo el estruendo.
—¡Olvídalo! ¡Hay irnos de aquí! —respondió Krist, agarrándose por encima de la pared para volver a subir.
Maldije entre dientes y trepé después de él.
Una granada cayó a lo lejos en el tramo solitario, entre las trincheras enemigas y las de nuestro lado, iluminando la visera de mi casco por un segundo. Me cubrí la cabeza cuando pedazos de tierra se esparcieron por los aires, regresando al suelo con la misma fuerza a la que habían sido propulsadas.
Escuché alguien gritar a espaldas mías. Un antropófago se había abalanzado sobre un hombre, provocando que este jalara el gatillo y acribillara a otro que se había acercado a ayudarle.
—¡Hay que encargarnos de esas cosas! —espeté hacia Krist —. No podremos lidiar con todo si…
—¡No digas estupideces! —rechistó —. Casi no se puede ver con todo el polvo y humo que hay, aunque quisiésemos, no podríamos matarlos a todos, ¡ni siquiera sabemos cuántos son!
—¡Somos única zona que quedó desprotegida! —mencioné —. La capitana dijo que actuaban en solitario, no creo que se hayan puesto de acuerdo para venir en masa.
—¿Estás seguro? De nuestro lado no se escuchaba ni una sola mosca y quien sabe si paso lo mismo con las otras zonas —Krist disparó hacia su costado recién escuchó el alarido de una criatura, descargando un puñado de balas antes de volver a cargar el fusil —. ¡Acéptalo! Nuestro grupo esta muerto y no creo que uno o dos monstruos hayan hecho todo el trabajo.
Tenía razón. Un par de antropófagos no podían cargarse a un grupo se seis personas, armadas y con entrenamiento específico; definitivamente debían haber sido más, al menos uno por cada integrante del grupo. No obstante, seguía sin entender. ¿Acaso habían estado esperando en las sombras hasta que bajáramos la guardia para atacarnos? ¿Sería que todavía podían razonar?
—¡Larguémonos! —dijo mi compañero por último, llevando su paso a la izquierda en una línea casi recta.
Eché a correr junto a él, estando alerta de cualquier sonido o acercamiento que llegara a presentarse alrededor.
De repente, una espesa nube de polvo nos envolvió al caer otra bomba. Me detuve cerrando los ojos y tosiendo con fuerza; fue un error haberlo hecho, pues cuando se disipó, Krist ya no estaba.
Lo busqué en medio del caos, sin éxito. Di otro vistazo a mi alrededor y avancé en dirección contraria a la que me había dirigido primero. No sabía que hacer, solo estaba moviendo el cuerpo en diferentes direcciones con la espera de encontrar una salida.
Más adelante, me dejé caer contra una de las barricadas de metal para darme un respiro, jadeando con fuerza, aire pesado entrando a mis pulmones. Sin saberlo, había llegado al tramo solitario, a la “tierra de nadie”.
Una chica a mi costado sostenía su hombro derecho entre lloriqueos, junto a un muchacho que trataba de parar el sangrado, ahí donde el restante del brazo le faltaba. A mis pies, charcos de sangre y vísceras manchaban el campo y del otro lado, a un hombre le atravesó el casco una bala.
«¿Aquí es dónde voy a morir?» la pregunta resonó en mi mente como una horrible posibilidad.
Sacudí la cabeza, desparramándome sobre el muro, juntando las piernas, como si así pudiera protegerme de aquel desastre. Al fin entendía lo que el cabo Bram había dicho una vez el coronel Radcliffe me había llamado a su oficina: “lo mejor que te puede pasar, es quedarte en la base”. No importaba si se trataba de los equipos de protección o estar en la guerra, cualquiera de las dos opciones era una condena segura, un abismo en el que estabas destinado, de una forma u otra, grotesca o sencilla, a perecer bajo las manos de un ser ajeno.
Reaccioné al escuchar el alarido de una criatura entre la ráfaga de polvo frente a mí. Levanté la mirada y no solo logré ver a una, eran cinco repartidas en la zona de combate y cuando se disipó la nube de humo, otras tres bajaban de la barricada que habíamos estado protegiendo.
No solo atacaban a los nuestros, también a los otros que llevaban uniformes diferentes. Todos estaban tratando de sobrevivir a uno de ambos males.
Le disparé a la primera que se acercó a mi posición. Pese a que Krist ya no estaba más cubriéndome el frente, debía hallar una forma de huir solo, no podía quedarme ahí aunque quisiese.
Unos cuantos disparos rozaron mi traje cuando me quité de la barricada y uno golpeo el borde del casco, haciéndome tambalear. Conforme intentaba llegar a los bordes de la conflagración, mas tenía que hacer pausas por las balas.
Sin embargo, el último intento en que volví a lanzarme a correr, una bomba cayó a unos metros de mí. La detonación me lanzó por los aires por cortos segundos, luego aterrice en la tierra, detrás de otra barricada que cubrió mi vista del enfrentamiento.