Mi madre aparcó el coche justo delante del instituto.
- Que tengas un buen día, cariño.
- Lo mismo digo mamá – me acerqué a ella y besé su mejilla para después salir del coche.
Esa mañana volví a mi rutina habitual. Sabía que a partir de ahora mi vida sería otra vez completamente normal, o al menos casi. Seguía teniendo mis poderes, aunque esta vez mejorados.
Julia me esperaba sentada en uno de los bancos de la entrada, como siempre lo hacíamos. Ella estaba con la cabeza echada hacia atrás, con los ojos cerrados y los cascos puestos. Me senté a su lado y le quité uno de los auriculares.
- Buenos días.
- Irene - me abrazó –, que alegría verte. ¿Crees que aquí tampoco nos han echado en falta?
- Creo que, a juzgar por lo de ayer, es lo más probable.
-¿Sigues teniendo tus muchos poderes?
- Creo que sí.
-¿Crees? ¿Quieres decir que no lo has comprobado?
- Lo creas o no esa no era mi mayor preocupación ayer, y esta mañana no he tenido tiempo.
- Y… - sus cejas se alzaron, como cuando se le acurre alguna de sus maravillosas ideas - ¿Por qué no lo pruebas?
-¿Ahora? – esta chica estaba loca – Me pueden pillar.
- Venga – me suplicó –, algo pequeño. Por ejemplo - señaló con la cabeza a un par de personas jugando al fútbol en el campo –, mueve la pelota.
Sabía que era una mala idea, lo sabía, pero lo acabé haciendo.
Justo cuando uno de los adolescentes iba a darle una patada al balón, hice que este se moviera hacia la derecha, por lo que el chico resbaló y se calló al suelo.
- Vale, sí que funciona – dijo ella riendo.
- Me siento mal por haberlo hecho – dije levantándome.
- Venga, tan solo es un pequeño rasponazo, se le pasará – ella me siguió y entramos al edificio.
Dentro los alumnos no parecían sorprendidos de vernos, ni un poco.
- Bueno - dijo -, parece que estabas en lo cierto.
- Eso siempre – sonreí. Julia me sacó la lengua como burla y entramos en nuestra clase.
Nos sentamos en nuestras mesas y sonó el timbre que indicaba el comienzo de las clases.
La mañana fue totalmente normal. Al salir del instituto volví andando a casa, me apetecía despejarme y de paso quitar a Michael de mi cabeza. Casi no había atendido a las clases por su culpa.
Las ventanas de mi casa estaban completamente cerradas, algo extraño, ya que mi madre, justo después de irme, abre todas de par en par. Metí la llave en la cerradura y abrí la puerta. La casa estaba completamente en silencio, excepto por Tobías, que estaba rascando el exterior de la puerta trasera desde el jardín.
-¿Mamá? – no obtuve respuesta.
Todo era realmente extraño. Fui a la cocina y revisé la puerta de la nevera. Esta estaba decorada con dibujos que hacía de pequeña, pero ninguna nota de mi madre avisándome de que saldría. Justo cuando salí al pasillo el teléfono fijo empezó a sonar. Corrí hacia él y descolgué. Pensé que era mi madre, pero en su lugar escuché la voz de mi tía.
- Irene, ¿eres tú? – su voz era entrecortada, como si estuviera llorando.
- Sí. ¿Qué ha pasado? ¿Sabes dónde está mi madre?
- Cariño, tu tío irá en unos minutos a recogerte en tu casa.
- Dime que ha pasado – exigí. Me estaba preocupando, sabía que algo estaba pasando.
- Tu madre ha tenido un accidente – en ese momento el mundo se me calló a los pies, las lágrimas empezaron a nublar mi vista –. La han llevado al hospital, pero aún no tengo noticias. Antonio está de camino y te traerá aquí directamente – hizo una pausa –. Irene, ¿estás ahí?
- S-sí – tartamudeé. No fui capaz de decir nada más.
Colgué el teléfono y me quedé unos segundos llorando, en silencio, allí. Reaccioné cuando escuché la bocina de un coche fuera. Agarré rápidamente las llaves de mi casa y salí corriendo. Mi tío estaba dentro de su viejo coche, viéndome. Me subí al auto y arrancó justo en el mismo momento en el que cerré la puerta del copiloto.