Sangre de Hierro - Las puertas del olvido

Capítulo II - Jonas en la ciudad del Fin del Mundo

… “El cielo fue el único testigo de la caída de la humanidad. Uno a uno se sucedieron cinco impactos que sacudieron el planeta, incluso desde lo más profundo de su interior” …

 

      El amanecer trae luz a la oscuridad. La ciudad aun se encuentra en penumbras y comienza a iluminarse. El cuerpo de Jonas descansa sobre los escombros de un local de ropa deportiva que parece haber explotado sobre la calle al igual que el resto de los edificios.

   El salto de conciencia es brusco. Un grito desolador e inesperado le devuelve la vida. El fuerte sonido hace eco en una ciudad fría y en ruinas. Jonas está desconcertado y asustado de haber gritado así. Sus ojos se clavan en el infinito como quien despierta de una pesadilla en medio de la noche. Mueve los dedos de los pies y luego mueve cada uno de los dedos de las manos. Siente dolor, pero no se le ocurre otra manera de verificar si tiene huesos rotos. En su cabeza hace un mapa mental de su cuerpo y lo recorre, recorre cada músculo y cada hueso en busca de algo roto o perforado. Se toma unos segundos antes de moverse e intenta reconstruir los últimos segundos antes de llegar ahí.

   Se quita algunos escombros de encima. Se incorpora y pone de pie. La realidad se planta frente a frente con su rostro. Nada había sobrevivido a la explosión y hasta donde sus ojos llegan solo hay destrucción. El ruido de unos escombros lo sorprenden y gira hacia su derecha. Un hombre barbudo pasa a su lado y lo distrae de sus pensamientos. El barbudo está sollozo y su cuerpo totalmente cubierto de cenizas y polvo.

   Jonas no puede evitarlo. Baja la vista y observa el cuerpo mórbido de un niño en los brazos de aquel extraño de barba blanca. Ambos cruzan miradas cargadas de desconcierto. El barbudo mueve su mandíbula de manera eléctrica, pero las palabras no salen de su boca. Tampoco eran necesarias. Aquel hombre con un niño en brazos hace una pausa para orientarse y continúa a paso ligero dejando una estela gris de polvo que lo funde con el paisaje.

   Jonas nunca se imaginó tener que pasar por una catástrofe, ni mucho menos. No piensa y en un acto reflejo grita con todas sus fuerzas la primera palabra que le nace del alma. «Catherine». Corre en dirección a la plaza donde la había visto por última vez, antes que el tráfico se interponga entre ellos.

   Su cuerpo está dolorido y el aroma a sangre y humo le atraviesan los sentidos. Frunce el ceño con asco y tapa su boca evitando descomponerse. Sortea con dificultad los restos de un edificio y se cruza con otro sobreviviente en medio de la calle.

—Ayúdame. Ayúdame. Por favor, Ayúdeme. —grita un hombre de campera amarilla.

   Sin pensarlo dos veces, Jonas, se aferra al guardabarros de un pequeño automóvil azul incrustado en el frente de lo que era una cafetería. El extraño de campera amarilla lo mira horrorizado, está estupefacto temeroso y desconcertado porque el vehículo que está sobre la vereda atrapa las piernas de una niña pequeña.

 —No te preocupes, yo haré fuerza. Tu sácala. A la cuenta de tres —dice Jonas mirando por sobre su hombro—. Uno, dos… Tres.

   El automóvil se eleva unos centímetros, no muchos, pero lo suficiente como para que la niña logre zafarse. Con algo de dificultad, el padre de la niña, la arrastra lejos de los restos del automóvil. Entre lágrimas de alegría y alivio, la pequeña salta a los brazos de aquel hombre y lo abraza con un nudo en la garganta. Su corazón se deshace y el muchacho de campera amarilla es obligado a arrodillarse, sus piernas se aflojan y no puede mantenerse en pie.

—Gracias. Muchas gracias señor— agradece entre lágrimas, pero al volver la vista, Jonas había desaparecido.

   Años entrenando como corredor amateur le habían dado la ventaja para hacerlo sin fatiga. Sortea escombros y vehículos a medio incinerar. Deja atrás cadáveres y alguna que otra persona asistiendo a un herido, podría ayudarlos, pero está concentrado solamente en una cosa, una por la que daría su vida si fuera necesario.

   Sin darse cuenta se interna en la Plaza Central y esta lo acobija con destrucción. Un gran árbol detiene su ímpetu y lo deja estático. El coihue había perdido la totalidad de su follaje. La bicicleta de Catherine estaba tirada y partida en dos.  Jonas recorre la escena buscando a la persona por la cual haría cualquier cosa sin pensarlo. Grita una y otra vez su nombre al punto de desgarrarse la garganta con tal de encontrarla.

— ¿Jonas? —responde en un hilo de voz tras una madeja de ramas, un ovillo compacto que la envuelve por completo.

— ¡Catherine! —vocifera Jonas con desahogo.

   Jonas es delgado y atlético, pero su trabajo en los laboratorios de Elektrina, no le habían exigido mayor esfuerzo que el tipear un teclado y carecía de fuerza como para poder partir las gruesas ramas que lo separaban de Cathy. Los barrotes de madera que cubrían a la castaña de pelo largo y la dificultad que tenía para romperlos le recordaban lo débil de su relación. «Otra vez. Tan cerca y tan lejos.» Pensó.

—¡Catherine resiste! —repite una y otra vez sin pensarlo.

   Pese a conocer sus limitaciones y con gran esfuerzo comienza a partir una a una las ramas que cubren a Catherine casi en su totalidad.




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