Llevo años como guarda espaldas de Jonas y hemos pasado dificultades juntos, pero nunca lo vi tan preocupado. Hoy he visto en sus ojos el reflejo de la incertidumbre cuando volteó a mirarme como quien mira a un desconocido en un velorio. Alguien tan metódico como él que incluso especuló con quedar fuera de su propia multinacional se había topado con algo que no tenía previsto y pensaba enfrentarlo como si fuera una batalla personal entre el bien y el mal.
Estoy parado a su lado y observo como en sus pupilas se sumerge el frio metal de la habitación y congela su mirada en el tiempo. Dos grandes lámparas iluminan las mesas de metal donde reposan los cuerpos de Máximo y Catherine a la espera de ser examinados por médicos del laboratorio subterráneo.
Están rígidos, pálidos y cubiertos por una bata de hospital levemente celeste. La luz sobre ellos es intensa y tan blanca como la nieve bajo el sol. Su piel es casi transparente y bajo esa luz se vuelve mórbida y blanquecina. El reflejo sobre el acero bajo sus cuerpos destella de manera hipnótica haciendo que parezcan etéreos y frágiles casi angelicales. Miro el rostro de Catherine y aun no entiendo por qué Jonas le disparó por la espalda. Se la ve tan dulce y frágil que no puedo entender en qué momento la consideró una amenaza potencial. «Niego con la cabeza y llevo mis manos a los bolsillos» Es un espectáculo horrible y tengo ganas de salir de aquí lo antes posible.
La habitación está helada y el aire que exhalamos se congela mientas respiramos en silencio. Miro el rostro de Jonas, pero él no le quita los ojos a Catherine. Su mente debe estar viajando entre recuerdos del pasado y laberintos de posibilidades. Reconozco que en el fondo tengo miedo. Miedo a que dejarlo todo en sus manos termine en un fracaso para él, para mí y para los que aun somos humanos.
Pasan los segundos transformándose en minutos y comienzo a inquietarme. La paciencia es un arte que me desconoce y las cosas están muy raras como para estar en silencio y encerrados en una lata gigante bajo las montañas. Acaso… ¿Tendría que interrumpirlo?, ¿El maldito está perdido y nos hundiremos todos con él? No. No puede ser, él no es así. Siempre sabe qué hacer, el verdadero paradigma es es si realmente tenemos alguna opción ¿Estaré depositando mis esperanzas en las manos de alguien que consumido por el miedo y la desesperación nos va a guiar a un final inevitable? ¿Puede tomar las decisiones correctas en un escenario desconocido? O se transformará en un falso Mesías que exprimirá las pocas posibilidades de supervivencias que tenemos y nos arrastrará al infierno sin saberlo. Dios, en que estoy pensando…
No. No ser así. Ese no es el Jonas que conozco ¿Por qué me atrevo a dudar así? Acaso… ¿Estoy siendo presa del miedo? ¿Me estaré volviendo loco? Ya no sirvo para esto, antes no le temía de nada y es por eso que me eligió como su guardaespaldas. Fallé en muchas de las pruebas de ingreso y aún así me eligió a mi por sobre los demás y me dijo que había sido la mejor decisión que había tomado. Él Confía en mí. Le debo todo lo que soy y lo que tengo. Juré que nunca iba a renunciar. No importa lo que pase. Si voy a morir lo haré a tu lado. Confío en ti, no me defraudes.
Miro mis manos y noto que mi derecha comienza a temblar y no puedo detenerla con mi otra mano. Dejo atrás mis pensamientos negativos y analizo la situación con un poco más de cordura…El maldito será orgulloso, pero es un estratega, y puede leer entre líneas más allá de lo obvio. Su mente recorre cada detalle, cada gesto, cada decisión y sus consecuencias. Seguro está planeando que hacer y si alguien puede sacarnos de esto, de este infierno sin sentido… no tengo dudas. Ese serás tú Jonas y yo seré tu lanza en esta batalla.
Vuelvo la vista hacia su rostro y no puedo imaginar peor escenario. Quien fue su prometida, Máximo y él, los tres en la misma habitación mientras el mundo está de cabeza. Hay suministros suficientes para un par de semanas, pero permanecer bajo tierra no es una opción. Jonas te necesitamos.
—Señor, hace mucho frío aquí —digo para romper el silencio—. Tome mi abrigo —continúo al tiempo que me quito la campera y le cubro la espalda.
—Gracias Veintiuno. —Responde como un autómata cansado y algo abstraído.
—¿Que cree que esté pasando? —pregunto con la última gota de calma que me queda.
—No lo sé aún. No tenía un protocolo pensado para esto —responde con una sonrisa nerviosa—. Tenía uno para zombis o para un ataque nuclear, ya sabes los clásicos del cine, pero no para esto. Nada tiene sentido.
—¿Cree que es un virus? ¿Un arma biológica?
—No es un virus. Si lo fuera, todos estaríamos igual o los que no se infectaron deberían ser inmunes, lo cual es una locura y de los heridos ninguno se ha transformado, pero eso no es lo más sorprendente. Hay un gran muro al este de la ciudad que no tiene ningún sentido y apareció luego de una gran explosión. La mayor parte de la ciudad está en ruinas. Los ciudadanos se convirtieron en Jorys y tenemos frente a nuestros ojos una nueva especie que no sé si será enemiga, intrusa o humana.
—Quieres decir que Cath…
—Sí —interrumpió—. También es una de ellos.
—¿Cree que son como los ojos pálidos, los Jorys?