Valmond era un hombre de pocas palabras, pero conocido en el pueblo por ser honesto y responsable.
Caminaba junto a Amely sin conversar. Solo deseaba seguir disfrutando de su aroma. Era fresca y al mismo tiempo dulce con un ligero toque de canela.
—Padre ya he llegado — anunció la joven al abrir la puerta—. ¿Pero qué haces ahí? — lo reprendió al verlo trabajando en la masa.
—Mi trabajo niña.
—Ve a descansar. Ya terminaré eso. El padre Santiago ha dicho que vendrá a verte así que mejor descansa.
—Valmond, ¿Qué se te ofrece? — Inquirió al verlo en el umbral de la puerta.
—Me ha acompañado hasta aquí papá.
—No vivimos tan lejos como para tal cosa.
—Papá — se quejó ella—. Ha sido muy amable de su parte — añadió en tono dulce tocando el brazo de su padre.
—En realidad me gustaría un poco de pan señor.
—Por supuesto Valmond. — Ella le sonrió con amabilidad como a cualquier cliente—. Está fresco. Yo misma lo he hecho esta mañana.
Adelbert, permanecía con el rostro duro observando a aquel hombre de ojos oscuros que perseguían a su hija con la mirada por la pequeña habitación.
—Gracias. Esta carne seca les quedará bien con el guiso — dijo tendiéndole un pequeño paquete.
—Muchas gracias. — Sonrió deslumbrante de nuevo.
—¿Por que no vas dentro a preparar eso Amely ? Ya tengo hambre.
—Sí papá. Bueno, nos veremos después Valmond.
Él se despidió con un leve gesto.
—¿Es todo lo que quieres? — habló de nuevo en tono demasiado serio. Pues Valmond aún permanecía en el lugar.
—En realidad no señor.
—Se bien lo que quieres y no lo vas a conseguir — espetó en tono más bajo pues temía que su hija los escuchara.
—Se que no la merezco señor. Pero puedo asegurarle que la protegeré con mi vida si es necesario.
—Lo mismo dijo tu ... — Se interrumpió así mismo para tratar de sacar de su mente aquello que aún le causaba dolor—. ¿Como podrías? Debes incluso protegerla de ti mismo. Correrá peligro aún si permanece a tu lado.
—Puedo asegurarle que no será así señor. Comprendo sus temores pero debe entender que esto es más que un sentimiento pasajero. Ella es...
—No me interesa lo que es ella para ti...
—Adelbert, veo que ya no estás tan débil como para espantar a los jóvenes de tu hija.
El aludido solo murmuró por bajo y su rostro se endureció aún más arrugando su frente. El Padre Santiago era un buen amigo pero a veces podía resultar demasiado molesto o entrometido.
—Padre Santiago.
—Valmond, qué gusto encontrarte de nuevo. ¿Viniste a cortejar a la señorita Amely?
—He venido a visitar a Adelbert. Para saber de su salud.
—Este hombre no necesita más que un buen caldo y permitir que un buen hombre como tú se case con su hija — bromeó el viejo—. Eres demasiado amable con él.
—Y usted, ¿Vino a dar consuelo a los enfermos Padre? — Adelbert le lanzó una mirada asesina al viejo cura. Solía llamarlo “Padre” cuando se molestaba con él.
—Debo irme. Nos veremos después Padre, Adelbert.
—Ve con Dios hijo.
Pero éste último no se despidió de él. Se dió la vuelta enfadado.
—¿Cómo puedes tratar así a ese joven? Es un buen hombre para tu hija.
—No lo vale — decía molesto y más aún por la insistencia de sacerdote.
—Ningún hombre es bueno para su hija a los ojos de los padres. Pero deberías pensar en que nosotros no merecemos la gracia de Dios y aún así Cristo murió por todos.
—Pero yo no soy Dios. Y jamás se permita tal blasfemia. Pero mi hija no será sacrificada así.
—Pero qué sacrificio hombre. Él es un hombre responsable, trabajador. Cuidó bien de su madre aunque era solo un muchacho. Y ¿Quien mejor que él para cuidarla? Tú sabes bien eso.
—Sí — contestó sin ganas de reconocer aquello y la responsabilidad que él tenía de las penosas circunstancias que el muchacho había tenido que vivir.
—Padre Santiago, ha venido. — Una sonriente Amely le saludo al verlo junto a su padre.
—Por supuesto hija. He venido a ver al orgulloso de tu padre. Veo que se siente mejor.
Amely sirvió la comida y charlaron un poco más hasta que el hombre mayor se fue.
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Editado: 15.07.2018