Valmond no esperaba que ella se desmayara. O tal vez si. La envolvió con una piel para alejar el medallón de él y la tomó en brazos. Aún en aquel estado, era hermosa.
Caminó hacia la cabaña pero el ruido de unos pasos lo alertó.
Su cuerpo se tensó y presionó a la inconsciente Amely contra su pecho.
—Ella se encuentra bien Adalbert.
A pesar del denso bosque, conocía la posición del visitante.
—Solo se ha desmayado — explicó.
Salió de su escondite y envainó su espada. La daga de plata se hizo notar en su cinturón. Miró con desconfianza al joven y se apresuró a tomar a su hija en brazos.
—Quédate en la cabaña un momento — pidió Valmond—. El calor del fuego le vendrá bien. Yo debo irme.
Y sin más palabras de separaron.
Amely despertó envuelta en pieles sobre un suave lecho. No sabía dónde se encontraba y la última imagen que contemplo volvió a su mente.
Un enorme lobo a la luz de la luna y la confesión más grande que había recibido. Se incorporó bruscamente provocando un mareo.
—Descansa hija.
—Papá. ¿Donde ...? ¿Donde estoy? ¿Qué pasó?
Pero su voz se fue apagando de nuevo y cedió a los sueños.
La luz del sol matinal invadía la habitación. Hacia unas horas que había amanecido. Pero no fue eso lo que la despertó. Una esencia diferente la abrazaba. Madera, pinos y robles, musgo e incluso una leve pisca de cenizas.
Aún seguía cobijada por una enorme piel. Era la prueba que lo acontecido no había sido un sueño.
Se levantó y bajó de prisa para buscar a su padre.
Lo encontró despachando unos clientes y hablando con el padre Santiago.
—Buenos días Padre. Papá.
—Buenos días hija.
—Vaya que has dormido hoy chiquilla. Es muy tarde.
—Si padre yo...
—Oh no te preocupes. Así es el amor en la juventud. Te quita hasta el sueño por las noches. — Se rió el anciano—. Bueno Amely, todo está listo para tu boda.
—Respecto a la boda Padre Santiago, me gustaría pediros un favor.
—Tu dirás hija.
Su padre la observó cauteloso un momento.
—Es que ¿Ya no quieres casarte? — Preguntó éste último como si no le sorprendiera un cambio en la decisión de su hija.
—Claro que quiero casarme papá. Solo, me gustaría que la boda fuera al aire libre. Ya que estamos en primavera y hace buen tiempo.
—Es una buena idea mi niña. Me encargaré de todo. Tu no te preocupes.
—Muchas gracias Padre Santiago.
Una pequeña mirada de complicidad cruzó entre el sacerdote y el padre de ella cuando se despidieron.
—Entonces, ¿Aún vas a casarte?
—Sí.
Adelbert asintió con la cabeza y caminó de nuevo por la estancia.
—Comprendes el riesgo que conlleva tu decisión, cierto.
—Sí papá.
Él volvió a asentir sin mirarla. Su pequeña niña había dejado de serlo hace ya mucho tiempo. Era un sentimiento extraño. Un dolor indescriptible y un orgullo que sobrepasaba los mismos cielos. ¿Qué padre no estaría orgulloso de una hija como ella?
La extrañaría demasiado. La casa se quedaría sola sin su preciosa sonrisa. Sin su dulce voz cantando mientras hacía sus tareas. Sin sus dulces abrazos y hasta extrañaría sus regaños cuando no quería comer lo que ella había preparado.
—Bien... Recuerda siempre llevar contigo ese medallón. Te protegerá.
—Sí papá. Así lo haré. Él... Él me ha prometido que jamás me hará daño. Yo le creo.
—No debes fiarte de ello. No todo el tiempo es un hombre. No puedes confiar en la bestia.
Amely comprendía su preocupación. De hecho la compartía. Pero una buena parte de ella confiaba en la palabra de Valmond.
Se acercó a su padre y le abrazó. Deseaba trasmitirle todo el amor que sentía por él. Quería que sintiera que aquello también era triste para ella.
Desde la muerte de su madre, solo habían sido ellos dos. Unidos y cuidando uno del otro. Sería una separación muy dolorosa.
Pero con ayuda del tiempo, sanaría. Además no dejarían de verse.
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Editado: 15.07.2018