Aquella mañana el viento soplaba más fuerte. Valmond decidió meter los animales el día anterior pues no podían darse en lujo que perderlos con aquel frío.
Las ramas de los árboles azotaban contra la cabaña. El zumbido atravesaba el bosque murmurando gritos agudos que provocaban escalofríos. Y no sólo por la baja temperatura.
El único caballo que tenían, Ross, estaba demasiado inquieto. Relinchaba y se sacudía nervioso.
Intentaron calmarlo cepillándolo o cantándole pero sus nervios no cedían.
—Quizás sea la tormenta y los ruidos del exterior.
Pero terminó contagiando al resto de los animales en su histeria.
—Puede que haya algo fuera. — Valmond tomó su hacha y su capa.
—Espera. No deberías salir. Hace mucho frío.
—Tranquila, lo más seguro es que se trate de un coyote. Volveré luego. — Depositó un beso en sus labios y salió al exterior.
Amely avivó el fuego e intentaba que Wolle y Schaf se calmaran pero no dejaban de balar.
La tarde pasó y la tormenta no disminuyó su fuerza. Valmond no volvía y el cielo cerrado de nubes ahora se veía gris.
Estaba anocheciendo y a pesar de saber que él era lo más temible que había allá afuera un extraño temor la invadió.
Al menos los animales habían dejado de hacer tanto ruido. Pero seguían moviéndose en sus lugares.
Tomó su capa y salió al pequeño porche. Encendió la antorcha que el viento luchaba por apagar.
Entorno los ojos tratando de ver en la densa niebla que rodeaba la cabaña.
—¡Valmond! ¡Valmond!
Pero no había más respuesta que el silbido del viento.
Un estruendo la hizo encogerse y ver hacia los lados. Los troncos de un abeto tronaban con el impacto de unas ramas que los golpeaban.
—¡Valmond! — Siguió la mujer llamándole.
Talvez se había alejado mucho y por la nieve y el viento hubiera perdido el rastro.
Siguió avanzando sin perder de vista la cabaña a sus espaldas.
—¡Valmond!
El viento sopló con más fuerza desde las montañas y apagó la antorcha. La nieve revoloteó a su alrededor congelando sus mejías.
De pronto el rechinar de Ross la asustó. Volvió la vista a la casa pero la puerta seguía cerrada tal como la había dejado. De manera que no pudo haberse metido un animal.
El alborotó aumentó y el miedo volvió. Algo en su interior le decía que había alguien vigilándole.
Giró para ver a su alrededor pero no vio más que nieve.
Un rugido rompió las finas gotas congeladas que pendían de los árboles.
El sonido volvió con más intensidad. Amely retrocedía hacia la cabaña sin dejar de mirar a su alrededor.
—¿Valmond? ¿Eres tú? — Sin poder evitarlo su voz era temblorosa.
Sujetó con fuerza el medallón de plata y retrocedió dos pasos más.
A penas visible la sombra de un enorme lobo gris asomó entre los árboles.
—Ese no es Valmond — susurró.
Se recogió el vestido y echó a correr hacia la casa. Las fuertes patas del animal hacían tronar la nieve.
Parecía que en dos simples saltos le había alcanzado.
Amely tropezó con el primer escalón y cayó de bruces.
Al girarse tuvo ante ella los mismos ojos del infierno. Aquel rojo y flamante como las llamas la miraba con odio. Los enormes dientes como dagas blanquecinas se lucían.
Inmóvil, no podía despegar la vista de aquellos ojos. Un fuerte dolor atacó su cabeza.
Se quejó doblándose, el animal avanzó un paso más hacia ella pero entonces fue consiente del medallón que colgaba del cuello de la mujer.
Se abalanzó sobre ella alzando sus enormes patas con garras afiladas.
Pero Amely logró alcanzar un leño y arremeter contra el hocico del animal.
No fue un golpe como para vencerlo pero si el suficiente como para darle los segundos necesarios como para entrar a casa.
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Editado: 15.07.2018