La caminata comenzó. Los hombres parecían eufóricos por haber salido en aquella partida para cazar a la bestia.
Unos se adelantaban la victoria bebiendo animadamente. Entre ellos por supuesto estaba Hans.
Valmond y Adelbert permanecían en el grupo del frente. Valmond se había encargado de dejar huellas reales que pudieran seguir los hombres para llegar hasta donde él perdió el rastro.
Tuvo cuidado de no dejar mechones de su pelaje oscuro en las ramas de los arbustos pues eso no ayudaría.
Los hombres lo seguían y su confianza en él aumentaba al toparse con una nueva pista.
Antes de llegar a mitad del camino Valmond aseguró que había llegado hasta ese punto la noche anterior. Ya habían recorrido un buen tramo, era decisión de todos seguir la marcha o devolverse al pueblo.
Todos aseguraron que querían continuar y así lo hicieron.
Llegada la noche hicieron una fogata y se dispusieron a descansar. Todos permanecían alertas y acordaron vigilar mientras algunos dormían.
- Mañana continuaremos por el paso que lleva a la montaña- aseguró Hans mientras comía su trozo de liebre.
Los cinco hombres a su lado asintieron y comenzaron a pensar poner algún tipo de trampa para la bestia. Y que rutas tomar para llegar lo más pronto posible a la aldea que estaba cerca.
- No creo que sea prudente continuar- intervino Valmond en su tono serio de siempre.
- ¿Por qué no? Acaso ¿Te da miedo seguir? ¿Le temes al lobo, Valmond? - se burló Hans bebiendo más de su cerveza.
Sus acompañantes rieron junto a él y compartieron sus burlas. Adelbert, quien observaba todo desde su asiento alejado del resto volvió su mirada a la reacción del serio hombre.
- No es prudente alargar tanto el viaje. En una noche más la luna estará llena. Y todos sabemos que esa criatura es más poderosa bajo la presencia de la luna. Es arriesgarnos.
- Es ser hombres. Valerosos - contra atacó Hans intentando ponerse en pie.
Muchos presentes asintieron al escuchar la varonil respuesta del muchacho ebrio.
- ¿Es que tu mujer te ha hecho blando?- se burló otro saltando una risotada que más acompañaron.
- No comprendo tu prisa por irte Valmond- intervino Hackett - tu mismo nos recordaste que veníamos por cuidar de los nuestros.
- Déjalo padre. El idiota tiene miedo- volvió a reírse con el resto a pesar de la mirada de reproche de su padre- Eres un maldito cobarde Valmond. Pero sabes qué, es mejor que te vayas. ¡Lárgate de este pueblo! Solo...- se tomó un momento para beber de nuevo- solo déjame a tu bonita mujer, aún me sirve - sonrió con una expresión insinuante que a Valmond le revolvió las entrañas.
- Es mejor que te calles de una vez si no quieres que lo haga yo- impuso el hombre poniéndose de pie.
Hans se tambaleaba sobre sus pies por lo borracho que estaba. Pero la evidente desventaja en la que se encontraba no lo retuvo de continuar.
- Solo llévate a tu hijo, no soportaré estar viendo a un bastardo...
Pero las palabras de éste fueron interrumpidas por un puñetazo que lo dejo en suelo frío.
- Te crees muy fuerte no- Hans se limpió la nariz y se incorporó lleno de ira.
Dispuesto a devolver el golpe a su contrincante dirigió su puño al rostro de Valmond, pero éste lo esquivó fácilmente.
Valmond se dió cuenta que era inútil siquiera discutir con aquel hombre en el estado en que se encontraba así que volvió a su lugar.
- No es prudente pasar demasiado tiempo lejos de nuestras familias. Pero la decisión es de ustedes- terminó Valmond sentándose de nuevo junto al fuego.
Hans no quiso descansar su absurda discusión, de manera que se acercó de nuevo al que tanto odiaba por haberle arrebatado a la mujer que quería.
Aquella que tanto tiempo tenía de esperar a verla hacerse mujer para reclamarla como suya. Pero sin importar nada, Valmond se la había quitado.
Odiaba verlo junto a ella y ahora enterarse que tendrían un hijo lo ponía enfermo. Pero no todo estaba perdido, no se rendiría fácilmente.
Es cierto que ella era la única que siempre le había rechazado. Pero según Hans todo se debía a que necesitaba una mano firme y un hombre de verdad como él.
Aquello que él llamaba amor, no era más que capricho. Un gusto que siempre quiso darse y se lo habían negado.
- Si tanto insistes lárgate tú. Amely nunca debió ser tuya - escupió acercándose a Valmond.
Al instante Valmond se levantó dispuesto a darle una lección a aquél borracho. Pero la firme mano de Adelbert lo detuvo por el hombro.
- ¡Es suficiente! No hemos venido aquí a pelear por mujeres como si fuesen unos críos. Si siguen así es mejor que ambos se vayan y arreglen sus asuntos.
Hans retrocedió luego de sentir a su padre a su lado. Molesto y avergonzado camino hacia el bosque dando de golpes al suelo al pisar.
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Editado: 15.07.2018