- ¿Estás seguro de lo que dices Valmond?
- Es lo que ella ha dicho.
- ¿Aún duerme?
- Si, se la di a Kerstin y Amely.
- Bien...
- ¿Qué piensas hacer?
- ¿Y tú?
- Sean las razones que sean, hay que ayudarlos. Ellos no pueden pagar con sus vidas. Tienen un hijo que aún depende de ellos.
- Si... - Adelbert se pasaba la mano por su espesa barba. - Aún queda una noche para luna llena. Hay que impedir que salga.
- Iré a verle - se dió la vuelta para salir cuando Adelbert le llamo.
- Valmond ... Debes tener cuidado. La posion vuelve demente poco a poco a los que la usan. . . Por Amely.
- Por supuesto.
- Una cosa más - Adelbert sacó de su bolsillo algo en una bolsa de tela. - Úsalo. Felipe ya se habrá dado cuenta que solo Amely y tu hija lo usan.
Era un medallón igual al de ellas. Colgaba de una cuerda de cuero.
- Sabes que no puedo usarlo.
- Lo sé. Por eso éste y el de Gaely no son de plata.
- ¿Qué estás diciendo Adelbert?
- No solo la plata brilla. Hay algo llamado Niquel. Tienen el mismo color y brillan cual plata pulida.
Valmond no respondió. Meditaba en las palabras de aquel hombre.
- Ésto lo hago por ellas - afirmó Adelbert en un tono serio. No quería mostrarse débil con sus acciones. - Estarán a salvó si tú te proteges.
Él asintió. Respiró hondo y confío en sus palabras. Extendió su mano y tomó el medallón.
- Hay algo más que podemos hacer - hablo Valmond colocándose el objeto al rededor del cuello.
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Idonia despertó dando de gritos. Diciendo que el lobo venía a por ella.
Sus amigas no dejaron que se fuera. Tenía las manos mal heridas y necesitaba descansar.
- No quiero ser una molestia para tu padre Amely. Mejor dame a mi hijo. Me iré a mi casa.
- Idonia no seas necia- le regañó Kerstin. - Tu hijo está bien y Adelbert nos ha dejado quedarnos a todas aquí ya que los hombres estan ocupados. Y Valmond irá a ver hoy a Hans.
- ¿Donde está mi hijo?
- Están dormidos - le respondió Amely.
- Come un poco. He hecho sopa - le tendió Kerstin la comida.
Le dejó el plato con un trozo de pan y la dejaron sola en la habitación.
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- Me hubiera gustado más tener un varón. Seguro que Valmond seria mas feliz- mientras veía al chiquillo dormir.
- Con un hijo es suficiente Amely. Creeme.
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Idonia se fue a casa con sus hijos antes del anochecer.
Y Rons se llevó a Kerstin a su casa.
El día gris reflejaba la amargura del lugar. Amigos, familia y vecinos lloraban las pérdidas. Y el sacerdote les acompañaba en su dolor.
Silenciosamente Valmond se llevó a su familia a casa poco antes del anochecer.
Felipe hizo nuevas rondas con sus hombre por los alrededores. Insistió en que Valmond le acompañara pero éste se excusó alegando que veía necesario quedarse en casa con su familia para cuidarla.
- ¿Están seguros de esto?- preguntó Amely mientras acariciaba el pecho de Valmond. Tocaba el medallón que le dió su padre y se preguntó qué más terminarían descubriendo en la cercana luna llena.
- Si. Ya lo hemos hablado y está dispuesto.
- ¿Y si algo sale mal? No... No lo soportaré Valmond.
Se incorporó en la cama jugando nerviosa con sus dedos. Lo que pensaban hacer era muy arriesgado. Era una locura. Y más aún sabiendo que la luna llena sería mañana. A Valmond se le dificultaría controlarse. Ella lo sabía bien. Por ello el se marchaba ese día para protegerlas.
- No podría soportar que tú... O él...
La angustia en su pecho le dificultaba respirar. Solo la idea de perderlos le destrozaba. ¿Y su hija? ¿Qué pasaría si eran descubiertos? Ella estaba dispuesta a morir por salvarla. Morir, eso era seguro. No había otra salida. Pero ella, su hija, su tesoro, su luz de luna. Ella no. No podía permitirlo.
Sintió los dedos de Valmond acariciar su espalda sobre su columna. Intentaba no llorar. Tenía que ser fuerte, ser valiente por su hija. Aquellas manos le apartaron su largo cabello y comenzó a besarle sobre su hombro.
Si algo salía mal mañana, debía estar preparada para lo peor. Se giró para contemplar aquel rostro que tanto amaba. Encontró en sus ojos la angustia de su interior reflejada en ellos.
Apartó la vista pues no quería que le viera así. No servía de mucho pues sus nervios eran palpables y él podía sentirlos.
Las caricias le arrullaban para respirar más despacio. Cerró los ojos y dirigió la mano de Valmond, que acariciaba un costado de su pecho, hacia su vientre. Un sollozo salió sin poder controlarlo.
Valmond le sintió temblar. Entendía su angustia. Confiaba en lo que Adelbert y él habían planeado para mañana. Y era conciente del riesgo que ambos corrían. De salir algo mal, Amely perdería a su padre y quizás a él también.
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Editado: 15.07.2018