Sangre De Traición

4.- La fuente de la unión

El salón de oratoria estaba casi en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de los paneles holográficos apagados y las lámparas en las esquinas. Las paredes, de un metal pulido y oscuro, parecían absorber cualquier sonido. Casi siempre estaba vacío, lo que lo convertía en un refugio ideal para quienes necesitaban privacidad. Caminé hasta el centro del salón con pasos firmes, escuchando el eco de mis botas resonar en el suelo liso. Lomeryl cerró la puerta detrás de nosotros con un leve chasquido, pero en vez de hablar, se quedó quieta, mirando al suelo.

Me crucé de brazos, sintiendo la impaciencia crecer en mi pecho.

—Habla de una vez, Lomeryl —exigí con voz firme—. No tengo todo el día, mi prueba de condicionamiento empieza pronto.

Ella alzó la vista hacia mí, sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de ansiedad y determinación. Tragó saliva, como si lo que fuera a decirle quemara la garganta.

—Quiero ir a la Prueba Mortal contigo —soltó de golpe.

Mi ceño se frunció en confusión. Parpadeé un par de veces, tratando de procesar sus palabras.

—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté, ladeando la cabeza.

Lomeryl dio un paso hacia mí, apretando las manos en puños. Su expresión era seria, sin rastro de duda.

—Hace un par de días escuché una conversación de mi padre —confesó—. Mencionaban que tú eres uno de los favoritos para ir a la Prueba Mortal. Pero eso no es todo... por el quincentenario del Dominio, esta vez habrá dos ganadores... pero solo si ambos son de la misma demarcación.

Mi corazón dió un vuelco. Eso era nuevo.

—¿Y qué? —repliqué, receloso—. ¿Por qué querrías ir tú a esa trampa mortal?

Su expresión cambió. Por un momento, parecía estar debatiendo si contarme la verdad o no. Finalmente, sus labios temblaron antes de soltar las palabras.

—Porque si gano, podría librarme de él.

Su voz se quebró en la última palabra. Me quedé en silencio, observándola con atención.

—¿De quién? —presioné.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y, por primera vez en mucho tiempo, vi a Lomeryl vulnerable. Se cubrió el rostro con las manos, pero su voz salió clara aunque temblorosa.

—Mi padre me ha ofrecido para un cónclave de campeones.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—¿Qué demonios es un cónclave de campeones? —inquirí, sin ocultar mi indignación.

Lomeryl bajó las manos y me miró directamente, con una furia contenida.

—Un grupo de hombres de alto rango en el Dominio —explicó con amargura—. Antiguos vencedores de la prueba mortal, asesinos sin alma, bestias disfrazadas de humanos. Buscan esposas jóvenes, las reclaman como trofeos. Mi padre me ha prometido a uno de ellos.

Sentí un nudo de rabia formándose en mi estómago.

—¿Y prefieres arriesgarte a morir en la Prueba Mortal antes que casarte con uno de esos bastardos? —mi voz salió más dura de lo que esperaba.

Lomeryl asintió, limpiándose rápidamente las lágrimas. Su rostro se endureció, como si al decirlo en voz alta hubiera aceptado su destino.

—Mi madre tampoco tuvo elección —susurró—. Su matrimonio con mi padre fue arreglado. La golpeaba, la humillaba... la destruía poco a poco. Hasta que un día no pudo más y...

Se quedó en silencio, pero yo entendí perfectamente lo que quería decir.

—Se suicidó —murmuré.

Ella asintió, abrazándose a sí misma.

—Mi padre usó su facción para trepar hasta la presidencia —continuó con voz ronca—. Y cuando ya no le sirvió, la dejó de lado como si nunca hubiera existido.

Un silencio pesado se instaló entre nosotros. Finalmente, suspiré y pasé una mano por mi cabello, procesando toda esa información.

—Hoy por la tarde habrá una reunión en la Llanura —dije finalmente—. No pensaba ir, pero... si mi destino ya fue elegido, no puedo negarme a ayudarte.

Ella alzó la vista, con un destello de esperanza en los ojos.

—¿Hablas en serio? —preguntó con un hilo de voz.

—Siempre que esta conversación quede solo entre nosotros —advertí, mirándola fijamente.

Lomeryl asintió de inmediato, con una determinación renovada.

—De acuerdo.

—Pasaré por ti en la tarde —le aseguré—. Iremos juntos.

Ella soltó un suspiro de alivio, y por primera vez en la conversación, sonrió levemente.

—Gracias, Kyden.

No respondí. Solo asentí y me dirigí hacia la puerta, sintiendo el peso de una nueva responsabilidad sobre mis hombros. No era sólo mi futuro lo que estaba en juego. Ahora también estaba el de ella.

[.]

El salón de reacondicionamiento físico y mental estaba iluminado por luces frías que proyectaban un brillo metálico sobre las superficies de acero. El eco de mis botas resonaba en el suelo pulido mientras entraba, aún con la voz de Lomeryl en mi cabeza. Su mirada intensa, su miedo disfrazado de determinación, todo seguía pesando sobre mí. No podía distraerme ahora.

Uno de los capitales se acercó con una tableta en mano. Era un hombre robusto, con cicatrices que contaban historias en su rostro. Me observó de arriba abajo antes de hablar.

—Dado que estuviste en coma cuatro días, es posible que tu cuerpo aún lo resienta. La prueba será de resistencia —indicó, su tono firme pero sin juicio.

Sabía que tenía razón. Cuatro días sin moverme podían afectar mi rendimiento, pero no iba a admitirlo.

—Estoy listo —afirmé sin dudar.

Apenas terminé de hablar, una voz detrás de mí rompió la breve pausa.

—Es gracioso cómo todos los favoritos para la Prueba Mortal terminan aquí —comentó alguien con sorna.

No me molesté en voltear. Ignoré el comentario y seguí a los capitales hasta una cabina de reacondicionamiento. Era una sala rectangular con paredes de vidrio y suelo de amortiguación. Dentro, una cinta de correr, pesas y un sistema de gravedad ajustable esperaban por mí.

—Primero, correrás a diferentes niveles de gravedad —explicó el capitán—. Luego levantarás peso creciente mientras tu cuerpo se adapta.




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