El departamento estaba en penumbra. Solo la luz tenue de la ciudad se filtraba por las persianas, proyectando líneas irregulares sobre el suelo de madera pulida. Zenith era una ciudad resplandeciente, siempre viva, pero dentro de estas paredes el tiempo parecía suspendido. Mi hogar tenía todo lo necesario y más, lujos que jamás había pedido ni apreciado. Una contradicción entre lo que la sociedad esperaba y lo que yo realmente quería.
Me quité la camisa que llevaba puesta y la arrojé sobre la silla de mi escritorio. Saqué una nueva de tonos fríos del armario y me la puse sin mucho interés. Vestir de manera sobria me hacía sentir menos parte de esta ostentación innecesaria. Mientras me abrochaba el último botón, deslicé la yema de los dedos sobre la superficie de mi escritorio, activando la pantalla holográfica integrada en la mesa. El sistema reaccionó al instante, proyectando una interfaz translúcida en el aire. Tecleé el apellido "Akz" y de inmediato apareció la información de Lomeryl. Envié un mensaje simple: "Te esperaré abajo de tu edificio."
No pasó ni un minuto antes de que la respuesta apareciera en la pantalla: "Mejor en el tercer puente del nuevo río."
Exhalé por la nariz y asentí para mí mismo antes de escribir: "Está bien."
No sabía exactamente dónde estaba ese tercer puente, así que abrí un mapa interactivo y lo localicé rápidamente. Un simple movimiento de mis dedos transfirió la ubicación a mi reloj inteligente. La vibración sutil del dispositivo en mi muñeca me indicó que la ruta ya estaba establecida. Cerré la interfaz holográfica y tomé mi chaqueta.
Antes de que pudiera salir, la voz de mi madre me detuvo desde la sala.
—¿A dónde vas? —preguntó sin siquiera girarse, como si su sexto sentido le hubiera indicado que intentaba escabullirme.
—Quedé en verme con Jolean, para entrenar en el gimnasio del centro de pruebas —respondí con la mentira ya lista en mi mente.
Ella asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta, y me entregó un pequeño sobre dorado.
—Llegaron los talones de valor. Este mes nos han dado veinte.
Observé el sobre sin tomarlo aún. Sabía lo que significaba. No era dinero en efectivo ni créditos digitales. Eran bonos que los Altos Visionarios le otorgaban a cada familia para usarlos en bienes esenciales, pero su valor era ilusorio. Servían más para mantener la ilusión de un sistema equitativo que para ofrecer verdadera libertad económica.
—Todavía tenemos los de los últimos tres meses —murmuré, sabiendo que ya los habíamos acumulado sin necesidad de usarlos.
—No se pueden guardar, Kyden —espetó con impaciencia—. Debemos gastarlos.
Solté un suspiro y asentí con desgano.
—Mañana podemos ir al parián —propuse. El parián era un mercado, un sitio donde la gente gastaba estos talones en alimentos, ropa o artículos para el hogar y tecnología.
Mi madre pareció aceptar la idea con un leve gesto de cabeza y volvió su atención a lo que estaba haciendo. Pero antes de que pudiera marcharme, me lanzó una última advertencia.
—No vuelvas tarde.
—Programa el seguro a las diez —dije, refiriéndome al sistema de cierre automatizado de la puerta del departamento.
Su expresión se endureció al instante.
—¿Eso significa que planeas llegar después de las diez? —espetó con suspicacia.
Le dediqué una sonrisa irónica.
—Programarlo no significa que voy a usarlo. Es solo una medida de seguridad, ¿no?
Mi madre me fulminó con la mirada.
—No llegues tan tarde o dormirás en el vestíbulo, como la última vez que también saliste con Jolean —insistió con una firmeza inquebrantable.
Sonreí levemente, sin intención de seguir discutiendo, y salí. Bajé por el ascensor hasta el vestíbulo, donde algunas personas cruzaban el pasillo con prisa. El aire era fresco, con ese aroma metálico tan característico de la ciudad, una mezcla de tecnología y asfalto mojado.
Me dirigí a la parada del "marcha". Autobuses operados por inteligencia artificial que levitaban por la ciudad con precisión matemática, sin demoras ni fallos humanos. Cuando uno se detuvo frente a mí, las puertas se abrieron con un leve zumbido y subí.
Dentro, cada asiento tenía una pantalla táctil para programar las paradas. Me dejé caer sobre uno de los asientos y acerqué mi muñeca al lector. El reloj proyectó mi perfil en la pantalla, permitiéndome seleccionar mi destino con un solo toque. El sistema confirmó con una luz verde y me mostró un mapa de la ruta.
En la esquina de la pantalla, un detalle llamó mi atención. El nuevo río que los artesanos habían creado tenía un nombre: "Zenném". Fruncí el ceño con cierta ironía. El nombre evidentemente hacía alusión a Némora, la demarcación marítima. Pero no podía evitar preguntarme si había algo más detrás de ello. Zenith nunca hacía nada sin una razón. Cada construcción, cada decisión, cada nuevo proyecto tenía un propósito más profundo de lo que mostraban al público.
Apoyé la cabeza contra el respaldo y cerré los ojos por un momento. Había muchas cosas que me inquietaban esa noche, pero no tenía tiempo para pensar en ellas ahora. Por ahora solo tenía que llegar al tercer puente.
El marcha se deslizó suavemente hasta su parada, emitiendo un pitido sutil antes de que las puertas se abrieran. Bajé con pasos tranquilos, sintiendo el cambio de temperatura en el aire con la brisa de la tarde que comenzaba a instalarse sobre Zenith. El tercer puente del nuevo río se alzaba ante mí, una estructura elegante de metal oscuro con iluminación tenue a lo largo de los pasamanos. Desde allí, podía ver cómo el agua fluía con calma bajo mis pies, reflejando las luces de la ciudad con tonos azulados y plateados.
Me apoyé en la baranda y crucé los brazos mientras esperaba. No tardé en notar una silueta aproximándose desde la otra dirección. Su andar era seguro, pero relajado. A medida que se acercaba, los faroles del puente iluminaron su figura, y no pude evitar notar algo que me causó gracia: Lomeryl vestía casi igual que yo. Ropa en tonos fríos, una chaqueta ligera con el cuello alto y botas funcionales. Arqueé una ceja con cierta diversión oculta.
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Editado: 25.04.2025