Las luces suaves de los pasillos proyectaban sombras alargadas mientras Lomeryl y yo avanzábamos en silencio. El eco de nuestros pasos se entremezclaba con el murmullo de las voces que provenían de la entrada del Cuarto de la Verdad. Conforme nos acercamos, reconocí las figuras de los dirigentes de cada facción, congregados en una conversación tensa pero mesurada.
Elessara y Lazzlo Vaelcourt, los padres de Lyraa, hablaban con Xanthor Akz y mi madre, Creela Halegrave. A su lado, los demás dirigentes de Resiliencia, Autenticidad y Generosidad ya parecían dispuestos a retirarse. El aire estaba impregnado de una formalidad calculada, de esas que ocultaban verdades tras sonrisas educadas y miradas inescrutables.
Elessara fue la primera en notar nuestra presencia y, con la elegancia natural que la caracterizaba, me dedicó una sonrisa afable.
—Kyden, qué gusto verte por aquí —expresó con una familiaridad casi maternal, como si saludara a un sobrino perdido.
Mantuve mi expresión neutra y respondí con un asentimiento cortés.
—Dirigente Vaelcourt —murmuré, sin inflexión alguna en la voz.
Xanthor desvió la vista de la conversación y se dirigió directamente a su hija. Sus ojos afilados recorrieron a Lomeryl de pies a cabeza con una inspección rápida pero severa.
—Es tarde, volvamos a casa —pronunció con la autoridad de quien no acostumbraba a recibir objeciones.
Lomeryl apenas asintió antes de despedirse con una leve inclinación de cabeza. Me sostuvo la mirada fugazmente antes de apartarse y seguir a su padre. Observé cómo Xanthor se despedía con una inclinación breve del resto de los dirigentes antes de marcharse, sus pasos iban resonando con firmeza en los pasillos.
Mientras tanto, mi madre estaba inmersa en una conversación con Lazzlo Vaelcourt. Había algo en su postura, en la manera en que inclinaba levemente la cabeza y hablaba con tono mesurado, que me hizo pensar que lo que discutían era algo más delicado de lo que parecía.
Elessara aprovechó ese momento para dirigirse a mí de nuevo, su expresión serena pero inquisitiva.
—Kyden, ¿no has visto a Lyraa? —preguntó con suavidad.
Mi mandíbula se tensó apenas, pero me obligué a mantener la misma indiferencia de antes.
—No —contesté escuetamente.
Pero en ese momento, se escucharon pasos acercándose por el pasillo. No hizo falta girarme para saber quién era. Había aprendido a reconocer su andar, la manera en que sus pasos eran firmes, pero contenían un matiz de ligereza.
Al voltear, encontré los ojos grises de Lyraa clavados en los míos. No dije nada, simplemente volví mi atención a Elessara y hablé con voz tranquila.
—Allí está —señalé, antes de alejarme sin más.
Me acerqué a mi madre y le murmuré en voz baja:
—Es tarde, deberíamos irnos.
Lazzlo Vaelcourt apartó la vista de mi madre y la dirigió hacia mí, evaluándome con un matiz de interés velado. Después, miró a Creela y comentó con tono mesurado:
—Lo hablaremos en otro momento, es mejor que vayas a descansar.
Mi madre asintió, lanzándome una mirada de aprobación silenciosa.
—Vamos, Kyden —indicó con suavidad.
[...]
El viaje de regreso en el buga fue tranquilo, solo interrumpido por el leve zumbido del sistema de navegación. La noche afuera se extendía como un mar de sombras interrumpido por las luces de la ciudad. Mi madre miraba por la ventana, su perfil iluminado tenuemente por el resplandor de los indicadores del vehículo.
Decidí romper el silencio.
—¿De qué trató la reunión? —pregunté, manteniendo la voz casual.
Mi madre desvió la vista hacia el conductor por un instante antes de responder con una calma ensayada:
—Fue una junta sobre la nueva fuente de Zenith. Se planea hacer un evento para conmemorar la unión entre Némora y Zenith.
Asentí con aparente desinterés.
—Interesante.
Pero la conocía demasiado bien. Su tono era medido, cuidadosamente neutral. No me estaba diciendo todo.
No la presioné. No aún. Había aprendido que a veces era mejor dejar que la información llegara por sí sola.
Miré de nuevo por la ventana, dejando que mi mente se enfocara en lo que realmente importaba. Mi madre tenía sus secretos, igual que todos los dirigentes. Pero yo tenía mis propios planes. Y no pensaba perder tiempo en distracciones.
Por ahora.
.
.
.
La voz mecánica de la alarma resonó en la habitación con su tono impersonal, sacándome lentamente del sueño.
—Son las nueve de la mañana. Sábado.
Gruñí entre dientes y enterré la cara en la almohada. Mis músculos se sentían pesados, como si mi cuerpo se negara a dejar la cama. Podía permitirme unos minutos más, solo unos cuantos...
Unos golpes suaves en la puerta me sacaron de mis pensamientos adormilados. Era mi madre.
—Kyden, —llamó con voz serena—. Voy a entrar.
Me pasé una mano por la cara y exhalé lentamente.
—Adelante.
La puerta se deslizó con un leve zumbido y ella entró, erguida como siempre, con esa mirada que combinaba frialdad y calidez de una manera que solo Creela Halegrave podía lograr.
—No olvides que hoy tenemos que ir al Parián a gastar los talones de valor —señaló, con ese tono que dejaba en claro que no aceptaba excusas.
Asentí desperezándome, mientras me frotaba los ojos con una mano.
—Lo sé, estaré listo en diez minutos.
Mi madre inclinó ligeramente la cabeza, satisfecha con mi respuesta, y se dio la vuelta para salir. La puerta se cerró tras ella con un leve chasquido.
Me obligué a ponerme de pie y me estiré, sintiendo el crujido de mis articulaciones. Aún con el sueño pesándome en los párpados, busqué en mi armario ropa cómoda. Me puse mis botas estilo soldado, un pantalón cargo oscuro y una camiseta de manga corta. Simple, funcional.
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Editado: 25.04.2025