Esa noche fue diferente. No sé si habrá sido el hecho de que Chris se quedó conmigo esa noche, o si simplemente el demonio que me perseguía, sintió que ya había tenido suficiente por ese día y me dejó dormir en paz, sin pesadillas. Aunque sí tuve un sueño que me pareció realmente particular. En él, veía una puerta grande de madera oscura, como si fuera la entrada a una casa desconocida para mí. Al entrar a ese lugar, pude apreciar la belleza de un gran piano de cola, de color blanco marfil, que me dejó atónita. Siempre habia anhelado tener uno de esos. — Al menos en sueños lo puedo tener — pensé en mi interior. Siguiendo con el recorrido de la casa, veía que un hombre de gran estatura, con cabellos rojizos y ojos muy azules, me tomaba de la mano llevándome por un pasillo alfombrado, parecía antigüo. Tenia grandes cuadros colgados a ambos lados de las paredes, con retratos de quien creo yo, habrán sido los antecesores de los que allí vivían. Además, vi varias puertas que vaya a saber uno dónde conducirían. Al final del pasillo, cruzamos una de esas puertas extrañas, y entramos en otra habitación. También con ese semblante antigüo que caracterizaba el lugar. Sólo que en medio de ésta, y sentado sobre un gran sillón de color rojo, estaba un hombre muy mayor: con sus cabellos canosos, una mirada súmamente perdida, y la piel arrugada, denotando los años bien vividos que llevaba encima. Estaba mirando por una ventana hacia el exterior, y el hombre que me llevababa de la mano, me incitaba a que le hablara a aquél anciano, que por cierto no tenía idea de quién era. Me acerqué a él, y colocándole la mano en su hombro por temor a que no me escuchara, pronuncié suavemente un "hola", al cuál él respondió con una sonrisa.
— Al fin viniste Elizabeth. Llevo años esperándote. — Me dijo, mientras acariciaba mi cabello. — Recuerda, eres más fuerte de lo que crees. No dejes que te arrastre a ese horroso lugar. Deja que se vaya quién se tenga que ir. No te corresponde a tí, ocupar ese lugar. —
Desperté. Abrí mis ojos, y cubriéndolos con mis manos, intenté hacerme entender que estaba en mi cama, con Chris durmiendo en el sillón frente a mí, y con un largo día por delante. Miré el reloj, y ya era hora de desayunar. Mi madre esa mañana no me había despertado, por lo que supuse que seguiría enojada conmigo. Asi que decidí bajar y preparar café. Al pasar por su habitación, noté que la cama estaba deshecha, cosa realmente extraña en ella, que era una ordenadora compulsiva. Entré y vi que, además, había papeles tirados por el suelo, algunos rotos, otros se notaban que tenían años guardados. Pero lo que realmente llamó mi atencion, fue un cofre negro de un tamaño pequeño, con un candado puesto en lo que cumplía el papel de cerradura. Lo tomé en mis manos, y un olor a azufre me revolvió el estómago. — ¿Pero qué carajos...? — dije en voz alta, justo cuando noté que Chris venía bajando las escaleras.
— Aquí rubiecito. — Le dije con tono amoroso.
— ¿Hace cuánto estás despierta? Ni siquiera te oí bajar. — Se acomodaba su cabellera blonda.
— Hace unos minutos, sólo que quería sorprenderte haciendo el desayuno. Pero bueno, lo arruinaste. — Dije, mientras intentaba encontrar la llave del cofre en alguno de los cajones.
— ¿Qué buscas? Y además, ¿Qué es ese cofre y ese olor asqueroso? Murió algo ahí dentro. — Lo observaba con detenimiento.
— Eso intento averiguar, buscando la llave para abrirlo. Algo extraño está escondido ahí. Quizás las cartas de mi padre, o algo que me explique los secretos de mi madre. Ya no sé qué pensar. ¡He! ¡Aquí está! — Di un pequeño brinco de alegría, al encontrar la llave escondida en un sobre rojo. — Veamos... —
Introducí la diminuta llave por la cerradura, dando paso a lo que realmente me dejó en un estado de duda aún mayor del que ya estaba. Un tablero Ouija. Se notaba que era viejo. Tenía un olor a azufre insoportable. Al tomarlo en mis manos, cayó un bodoque de tarjetas y cartas: todas con mi nombre, en diferentes fechas, y con diferentes sobres de colores. Todas ellas de mi padre. Comencé a sentir como la rabia hacía arder mi estómago.
— Lo sabía, vieja bruja. — Dije remordiéndome los labios. — Sabía que las encontraría. Pero ¿qué demonios hace ésta mujer con un tablero de estos? —
— Mejor dicho, ¿qué demonios hizo con él? Huele asqueroso. — Dijo mi amigo, con una cara de asco que me hizo reir.
— Guardémoslo en mi habitación. Y escondamos el cofre debajo de la cama. No creo que se dé cuenta. Y si lo hace, no me importa. Éstas cartas son mias. Y el tablero, ahora, también. Quiero investigar más sobre él. — Dije escondiendo el cofre.
— Bueno pequeña atrapademonios. Ya es tarde para ir al colegio. Apresúrate. — Dijo mientras se servía un vaso de leche.
Corrí a mi habitación, a guardar el tablero y las cartas. — Cuando regreso, las voy a leer una a una. — Dije para mí misma, y me apresuré a alistarme. Una vez guardé todo debajo de mi sillón, procedí a cambiarme de ropa. Combiné unos jeans ajustados, con una campera negra de lana, que me abrigaba bastante bien. Tomé mi bolso y bajé corriendo las escaleras. Bebí algo de café que Chris me había preparado, y emprendimos el viaje a la escuela.
— Hoy tienes que ver a tu padre, ¿no es así? Puedo acompañarte si quieres. — Dijo con tono suave.
— Prefiero ir sola. No te molestes, pero tengo mucho de qué hablar con él. Y no sé cuánto puedo tardar. — Respondí, mientras lo empujaba jugueteando.
— Okey berrinchuda, como prefieras. Pero mantenme al tanto, y envíame tu ubicación constantemente. — Me despeinó suavemente.
— Que sí, viejo gruñón. — Le pegué suavemente en el hombro.
Luego de caminar varias cuadras, llegamos a nuestro destino. Revisé mi celular antes de entrar a clases, para ver si mi madre me había enviado algo. Pero aún no tenía señales de ella. — Bah, ya aparecerá. — Pensé, justo antes de sentarme en mi lugar de siempre, junto al resto de mis amigos.
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Editado: 26.08.2019