Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

23. SABUESOS INFERNALES

Hace tan solo un par de meses Naomi había cumplido los nueve años, pero aún a su corta edad estuvo al borde de la muerte en varias ocasiones. Aquellas criaturas rojas fueron las primeras en atacarla esa noche, y no serían las únicas.

Pero hubo una ocasión en especial en la que casi lo logran.

Ya habían pasado seis meses desde otra de sus mudanzas. Dejar atrás otra ciudad fue algo difícil, no por separarse de las personas que conoció, todo lo contrario, se aliviaba al no tener que volver a verlos. Lo que sí la ponía melancólica era recordar lo acostumbrada que logró estar en ese lugar, en especial el perder contacto con sus lindas amigas dríadas. Pero no le costó conocer nuevas formas de vida mágica, como ya era costumbre la buscaban cada vez más seguido, le pedían ayuda y jugaban con ella.

Aprovechó el cambio de ciudad y de escuela para hacer lo mismo con su vida, esta vez estaba dispuesta a no ser atosigada como antes. Uno de esos cambios fue ocultarlo de la vista de todos, no deseaba que nadie nunca más conociera esa parte de ella, la causante de todas las burlas y temor de los demás. Nilsa no pudo hacer nada para convencerla, si de verdad quería tapar esa característica de su persona la complacería, lo importante era mantenerla a salvo y feliz.

Aun así, la seguían molestando constantemente, marginándola y apartándola de todos como si fuese un bicho raro. ¿Cuál era la razón? Su cabello. Desde que despertaron sus habilidades ese día en el jardín, la tonalidad azul no la había dejado. Ya tenía claro que aquel resplandor aparecía cada vez que usaba sus poderes, sin embargo, permanecía un brillo azulado como un reflejo de la luz sobre la tonalidad negra oscura de sus cabellos. Daba la impresión de haberlo teñido, por tal razón las niñas de la escuela se burlaban de ella, porque era muy pequeña para hacer ese tipo de cosas, además de haber escogido un color horrible.

Durante sus vacaciones de mitad de año permanecía encerrada en casa, ya había desistido de salir para no arriesgarse. Temía volver a estallar como lo hizo aquel día, esos niños se lo merecían sin duda, pero nadie debía ver esa parte de su vida.

—No te preocupes, cariño —había dicho su padre—, no eres un peligro para nadie, tus habilidades son una bendición. Solo que aún no sabes manejarlas porque apenas están despertando.

—Mi amor, te lo dije una vez —continuó su madre—, los demás temen a lo que es diferente a ellos, por esa razón no podemos dejar que te vean hacer esas cosas. Tu padre dice la verdad, eres buena y una niña muy dulce, no te dejes llevar por lo que digan los demás. ¿Vale?

—Vale —contestó ella sin mucha convicción.

Deseaba con todas sus ganas volver a mudarse y reiniciar su vida una vez más, pero era algo difícil de hacer mucho más a esas alturas del año. Ya había pasado el primer semestre de clases, bastaba con esperar la otra mitad para poder marcharse. Sin embargo, no sabía ni estaba segura si sus padres accederían a tal petición, no era algo fácil ni económico para hacerlo cada vez que venga en gana.

En la soledad de su habitación, se había mirado al espejo como casi todas las noches, quería saber si de verdad su apariencia era tan mala como para que la trataran tan cruel. Su estatura era promedio para una niña de su edad, su piel blanca se veía un poco pálida en contraste con su cabello negro, era delgada de pómulos firmes y mejillas sonrosadas. Según sus padres tenía una muy linda sonrisa, y su mirada reflejaba la inocencia de su corazón. Sus ojos, ese pequeño detalle que tantas molestias le había causado. Incluso ella misma temía y dudaba al verlos, aunque no sabía su razón de ser. Pero ya no más. Un par de ojos cafés la observaban desde el espejo, aún no se acostumbraba a verse diferente, aunque sea solo ese pequeño detalle.

Esa noche se acostó a dormir más temprano de lo usual, se sentía sola y hastiada de la misma situación pese a sus intentos por hacer la diferencia. Estaba destinada a la soledad y el desprecio solo por ser diferente, aunque sus padres digan lo contrario para hacerla sentir bien. En sus sueños, volvió a ver a ese niño que la visitaba por las noches. No sabía quién era, pero desde ese día que la ayudó con aquellas criaturas rojas lo veía casi a diario. No le gustaba para nada las sensaciones que causaba en ella, sentía repulsión y miedo. Demasiado miedo. Sus ojos verde-azules la intimidaban sobremanera, era demasiada frialdad en un niño tan pequeño, como si hubiese vivido la vida de un hombre de cincuenta años, pero de uno muy malo.

—Ven conmigo, Naomi —le dijo esa noche en sus sueños—, sígueme, te divertirás.

Se encontraba en una vieja casa de madera, de esas antiguas que salían en las películas como la típica casa embrujada, solo que esta vez se veía llena de luz y color. Era extraño, como si en algún momento de su vida lo hubiese visto, pero tenía más que claro que jamás había estado allí.

—No quiero —contestó llena de miedo.

—Nada malo te pasará mientras estés conmigo —susurró cerca de su oído, provocando escalofríos en todo su cuerpo—, tenlo por seguro.

La tomó de la mano con firmeza, obligándola a ir con él a algún lugar desconocido y lejano. El tacto frio de su mano sobre la de ella fue tan vívido, que dudaba estar de verdad en un sueño. Pero la falta de control sobre sus propias acciones le recordaban que nada de eso era real, o eso esperaba.

Salieron de aquella casa con paso decidido, el aire de la tarde a pesar de estar soleada se sentía fría sobre sus brazos. Las calles estaban limpias y coloridas, llenas de niños y personas deambulando por todas partes. Escaparates y mesas de diferentes negocios abundaban en aquel lugar, se veía lindo y acogedor. Sin embargo, había algo que no concordaba con todo, el frio del aire y el olor a tierra mojada, como si recién hubiese llovido. El suelo se veía seco, por lo tanto, no encontraba una explicación para eso.




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