Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

42. ERES BUENA, DULCE Y BUENA

Haakon, otra vez ese nombre, aquel sujeto de mirada fría e intimidante. ¿Por qué la quería justo a ella y no a alguien más? ¿Qué tenía de especial para perseguirla por tantos años? La intriga la estaba carcomiendo desde dentro, quería saber todo de una vez por todas, esperaba ansiosa poder prepararse para ello, enfrentar el problema. Pero muy en el fondo, sabía que lo único que harán sus padres es ser aún más reservados. El miedo que vio reflejado en sus rostros habló por sí solo, si deseaba obtener más información debía permanecer sigilosa y escuchar, por parte de ellos no lo conseguiría. No de forma voluntaria.

—Sabemos quiénes son los que se encargan de realizar los experimentos —dijo aquella primera voz muy cerca de su ubicación—, uno de nuestros informantes está dentro, nos mantiene al tanto de todo lo que hacen…

Ahogó un grito de sorpresa tapando su boca con la mano, esperando no haber levantado ningún tipo de sospechas. Estaba demasiado cerca de ella, justo a un lado del final de las escaleras oculto tras la pared que separaba esta con la sala. Pudo ver su sombra, alto y fornido. Con lentitud, se levantó y caminó de regreso a su habitación, quería saber más sobre los experimentos que vio en sus visiones, pero no debía arriesgarse a ser vista.

Los cuchicheos continuaron por un rato más, media hora para ser precisos. Al detenerse, sabía que había llegado el momento de saber quiénes salían de su casa, con quienes habían hablado aparte de la señora Nieves. Sin embargo, al tiempo que escuchó la puerta principal cerrarse, pasos subían las escaleras directo a su habitación. Rápido, se acostó en la cama, respiró para parecer calmada y profundamente dormida.

Con un suave chirrido, su puerta se abre y cierra para luego sentir una presión a su lado. Escuchaba sollozos ahogados, su madre lloraba desconsoladamente mientras acariciaba su frente y mejillas. Apartaba mechones de cabello de su rostro, tal y como hacia cuando de niña la consolaba al despertarse de una pesadilla.

—Mi niña —susurró en medio de sollozos—, todo estará bien. Mami te ama, y papi jamás dejará que te hagan daño.

Su dolor era tan grande que Naomi sintió encoger su propio corazón, deseaba poder abrazarla y consolarla como lo hacia ella, pero sabía que si despertaba habría demasiadas preguntas y todo empeoraría.

—Eres buena, mi pequeña Naomi —sollozó—, dulce y buena.

Le dio un suave beso en la frente dejando caer algunas de sus lágrimas sobre su cabello, se levantó con cuidado y salió de la habitación. Cualquier sentimiento de molestia hacia ellos por ocultarle la verdad se esfumó, de alguna forma sabía que eso lo hacían para protegerla, porque la querían de verdad y no pretendían hacerla sufrir. Detestaba ver a su madre de esa manera, pero no podía hacer más nada para que se sintiera mejor. No sin delatarse a sí misma.

Despertó con un leve dolor de cabeza, se duchó y tomó una pastilla para tranquilizar el palpitar de su cerebro que iba en aumento. Bajó a desayunar encontrando a su madre tranquila y fresca como una lechuga, preparaba el desayuno mientras escuchaba música suave y a bajo volumen en la radio. Podía aparentar estar bien, pero Naomi sabía que estaba demasiado tensa.

—¡Buenos días, mamá! —saludó Naomi aparentando no saber ni notar nada.

—¡Buenos…! —se interrumpió al verle el semblante a su hija, con gesto serio la miró fijamente— ¿Por qué me da la impresión que no dormiste toda la noche?

Con expresión inocente le devolvía la mirada a su madre, el dolor de cabeza no era solo por falta de sueño, sus temores y pesadillas lo acentuaban.

—Si dormí, es solo que desperté con dolor de cabeza —aseguró con firmeza—. Por raro que parezca dormí temprano, creo que es por eso.

—Hazte la graciosa —le riñó.

Félix bajó al poco tiempo y desayunaron los tres con tranquilidad, como si nada extraordinario hubiese ocurrido tan solo esa misma madrugada. Terminada la comida, se despidieron de ella con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.

—Cuídate —susurró Félix.

—Siempre —susurró Naomi de vuelta.

Se marcharon dejándola sola a cargo de los trastes y advirtiéndole el no llegar tarde a la escuela. Salió con gesto pensante, sacó su bicicleta y casi que por inercia se dirigió caminando al andén. Era tanto su ensimismamiento que no notó los primeros llamados, hasta tal punto de verse obligado a posicionarse justo en frente de ella, provocando que chocara con él.

—¡Lo siento! —exclamó con un grito ahogado de sorpresa— En serio, no te vi.

—Ya me fijé, ¿Te sientes bien? —indagó con notoria preocupación.

Delante de ella y aún en su bicicleta, Luke la miraba extrañado por su comportamiento.

—Estoy bien, solo distraída —contestó encogiéndose de hombros.

—No tengo dudas al respecto —comentó con seriedad—, te llamé tres veces y no me escuchabas.

—Es que…

—Además —interrumpió su réplica—, llevas dos cuadras caminando… mientras llevas tu bicicleta en las manos.

Desconcertada, miró a su alrededor. Luke no exageraba ni lo más mínimo, tal vez suavizó un poco la situación. En realidad, había pasado más de tres cuadras llevando su bicicleta de la mano, en vez de montarla como se esperaba sucediera.




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