París, Francia
La hora al fin había llegado. Vladislav esperaba junto a sus allegados, Nicolav y Donovan Malinov, Mikhail y el humano Szabó.
El único nervioso era Vlad, sabía que Armand haría algo, ya habían pactado, pero no estaba seguro si él cumpliría la promesa, después de todo, nunca se debía jugar con un ente como él.
Nicolav y Donovan mantenían una conversación mental. Entre las palabras figuraban un “te admiro”, “eres el mejor”, “si muero, sé feliz por mí”. Esta no era hora para sentimentalismos, pero el momento y el lugar no lo impedían.
Aaron Boisseu permanecía quiero, esperando la señal de Vlad para actuar. La mano le temblaba, pero aun así no podía creer que estuviera a punto de vengar la muerte de su querido profesor.
Por el contrario, Quincey se mantuvo cerca de Stephan que a pesar de caer rendido y seguir tan débil, se rehusó a quedarse en el departamento sin hacer nada. Su misión estaba clara: debía morir por amor.
Los jóvenes híbridos se miraron cual cómplices y el rubio miró su reloj de pulcera.
Las nubes comenzaron a ponerse. En la radio habían escuchado del gran eclipse de sangre que se alzaría sobre París, muchos espectadores habían salido a las calles listos para presenciarlo.
—¡Vaya inocentes! —dijo Donovan tomándole el hombro a Nicolav—. Si fuera ellos, permanecería a salvo en casa.
—Ella vendrá —murmuró Nicolav haciendo caso omiso al comentario de su hermano.
—Helena llegará con el ejército de Vlad, pero dime, hermanito, ¿por qué el obeso tuvo que venir? —señaló a Szabó. Nicolav se encogió de hombros—. ¡Oh, ya sé! ¡Será la carnada de Evana! —soltó a reír.
—¡Donovan! —gritó Vladislav—. ¡Cállate o morirás antes de empezar la batalla!
Donovan repitió esa frase en tono burlesco. Al fin y al cabo, se aprovechaba del hecho de que Vladislav necesitara toda la ayuda posible para enfrentar a Orlock.
Stephan que seguía mirando el reloj, se puso nervioso al ver la hora acercarse, cinco minutos para las seis de la tarde.
El eclipse comenzaría en cualquier momento y esa pobre gente lamentaría su curiosidad.
Quincey miró al cielo que comenzaba a nublarse y el sol empezaba a ser opacado por la luna y al mismo tiempo, se tornaba anaranjado.
—¿Listo? —le preguntó a Stephan.
El rubio, apretando los puños y manteniéndose firme le respondió:
—Listo.
—Toma esto —Quincey sacó de su bolsillo un pequeño frasco con un contenido azulado en su interior—, te ayudará a llegar a lo alto de la Torre.
—No la necesitaré. Estoy bien.
—Al final no te quejes si te quedas sin aliento al final.
—No lo haré, sé lo que estoy haciendo, amigo mío.
—Lamentablemente no puedo convencerte de otra cosa —Quincey bajó la mirada, no quería ver a Stephan porque a pesar de tratar de persuadirlo era imposible. El esposo de su mejor amiga estaba más que decidido a morir y si le era de utilidad, le ayudaría a cumplir con su propósito—. Fuiste muy valiente como Jesper Perman y ahora eres un guerrero como Stephan Malinov.
Stephan enmudeció.
—Si es tu decisión, no te voy a detener. Ya eres adulto y sabes lo que haces.
El rubio asintió.
—Es hora —dijo Stephan mirando hacia la Torre Eiffel.
—¡Han llegado! —gritó Szabó emocionado. Para su mala fortuna, Vlad arremetió contra el pobre hombre lanzándolo de cabeza a un contenedor de basura que se encontraba cerca.
—Lo que no sirve va directo a la basura —dijo Vlad alejándose de Szabó.
El humano no dijo nada y solo se recostó en el contenedor a esperar, si salía librado correría a contarle a Zsuzsi sobre su aventura, y si no… pues ya después pensaría qué hacer.
Szabó metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó de él el collar de Ilona, recordaba que Vlad le había pedido guardarlo, quizá y lo necesitaba ahora.
—¡Señor! —gritó, pero Vlad le ignoró—. Le tengo que devolver esto —pensó en voz alta tratando de salir del contenedor de basura.
—Caballeros —dijo Vlad dirigiéndose a los hermanos Malinov—, subamos, no quiero que comiencen sin nosotros.
× × ×
Sarah permanecía de pie mirando todo lo que pasaba a su alrededor. Orlock se había posicionado a su lado mientras ordenaba a Kostaki preparar el pentagrama en el suelo del balcón de la gran Eiffel.
Velas negras se encontraban posicionaban en cada punta de la estrella y un cáliz dorado descansaba en el centro.
Báthory se acercó al pentagrama. La Condesa iba completamente desnuda y en sus brazos sostenía un pequeño bulto que no dejaba de llorar.
Horrorizada, Sarah se mordió la lengua. No podía hacer nada mientras Orlock se encontrara justo a su lado, mucho menos porque el “vestido ceremonial” estaba hecho completamente de metal y le impedía el libre movimiento de brazos y piernas; aquel terrible vestido se componía de un corpiño cuyos tirantes eran pesadas cadenas y una falda que apenas y le cubría lo suficiente para verse “decente”; los zapatos de tacón alto le lastimarían los pies sin dudar alguna, ya que la correa de ambos zapatos tenían púas que se le clavaban a los tobillos.
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Editado: 27.06.2022