Sangre sucia.

7

—Si no tuviera tu apellido bordado no hubiera sabido que la chaqueta te pertenece —musitó Renacer amable con un deje de tristeza en su voz, sonriendo sin ganas mientras le entregaba la prenda al oficial Navas—. Te lo agradezco. Creo que ésto también es tuyo —entregó la manta que había cubierto los hombros de Martha.

              El militar de silencioso comportamiento simplemente asintió, mirándola a los ojos y tomando sus pertenecias con calma.

              El funeral no fue nada íntimo, puesto que más de la mitad del pueblo asistió al velorio a urna cerrada. Martha mantenía sus ojos enrojecidos e inflamados escondidos tras gafas oscuras igual que su vestido de diseño sencillo, permanecía sentada en silencio, frente a su familia muerta.

—No hay nada que agradecer —contestó el oficial con tranquilidad y voz monótona, como si no se compadeciera en lo más mínimo del dolor que estaba sobrellevando aquella mujer de cara triste.

              Si estuvieran en otro ambiente y escenario distinto, Renacer le hubiera cuestionado esa actitud fría y lela que lo caracterizaba, como si la vida para él no tuviera el menor sentido, o como si en cada momento que hablaba estuviera pensando en otra cosa. Su calma era casi palpable y el brillo apagado de sus grandes ojos de color café daban la señal de la existencia de algún universo paralelo al otro lado de sus pupilas. Renacer asintió. Alejándose de él y preparándose para dirigirse junto a las urnas de los fallecidos y los demás familiares hacia el cementerio del pueblo.

~ ~ ~

              Las hojas de los árboles caían sin estar secas aún mientras la familia de los antiguos sirvientes de la casa Williams lloraban y se lamentaban. El cementerio era grande, bastante amplio y cubierto por verde césped bajo un cielo nublado con amenazas de lluvia, aunque eso no sucedió hasta la mitad de las palabras dichas por cada uno de los familiares, pues, debido a los asesinatos recientes, no había sacerdote que se manifestara.

—...es imposible vivir con la mente tranquila en un lugar dónde nos sentimos atacados, acorralados. Como si fuésemos animales escondiéndonos de cazadores que corren tras nosotros —expresó Renacer con voz entrecortada mientras su hermana se secaba las lágrimas tras las gafas oscuras—. ¡¿Es que nadie puede tener libre albedrío en éstos tiempos?! —gritó—. ¿Por qué simplemente no se limitan a respetar el derecho que tienen los demás de vivir cuando no están dañando a nadie? ¡Maldita sea!

              Su hermana la abrazó, intentando hacer que se tranquilizara un poco más.

—Ellos no le hacían mal a nadie —procedió derramando lágrimas, sintiéndose ahogada como Martha, que no la soltaba—, ellos no tenían por qué morir. ¡Y menos de ese modo!

              Renacer sentía que su garganta pedía auxilio, se sentía lastimada, soltando sus pensamientos en palabras a gritos desgarrados. Las gotas de agua comenzaron a caer sobre ellos, pero eso era lo que menos importancia tenía en ese momento, no era una tormenta, ya que siempre llovía en esa región del país, por ende, el ambiente siempre era ligeramente frío.

              Un par de horas después los occisos ya estaban sepultados, las personas se habían dispersado y cada quién tomó rumbos distintos. Incluyendo Martha, que quiso ir a cualquier lugar en el que pudiera descansar, por el contrario, Renacer se quedó al pie de las tumbas de sus padres y su hermano. Ya el llanto prolongado había quedado atrás, ahora sólo lloraba en silencio, mientras las lágrimas se confundían con las gotas de agua que descendían desde el cielo. Permaneció tendida sobre la tumba de su padre, sin importar que su traje de abrigo negro pudiera ensuciarse.

              Los minutos pasaron como siglos frente a sus ojos, no se hubiera percatado de la presencia de alguien más junto a ella de no ser porque dejó de sentir el agua cayendo sobre su piel mientras lo veía caer más allá de su cuerpo como chispas que sobresalen al pie de un acantilado. Entonces se dio media vuelta apenas para ver de quién se trataba.

—Oficial Navas —pronunció ella débilmente. Intentando levantarse.

—Sólo Erick —dijo él con su típica voz suave aunque sin alejarse de lo varonil, sosteniendo un paraguas sobre ella—. Debes estar muriendo de frío.

              Renacer estaba toda empapada de pie frente a Erick, mirándole a los ojos, sintiéndose tan conectada como distante de él. Así permanecieron durante algunos segundos.

—¿Vas a estar así todo el tiempo? —preguntó él, sacándola de sus cavilaciones sin siquiera alzar la voz.

—¿Por qué haces ésto? —quiso saber ella, sin importarle si en algún momento esa misma persona la vio completamente desnuda, habían otras cosas más fuertes en las cuales pensar—. No es necesario tu amable atención; aunque lo agradezco.

—No es mi intención fastidiar —se disculpó él sin que su tono dijera lo mismo, pues, parecía que quién hablaba era un robot y no un ser humano. Renacer sacudió la cabeza ligeramente.

—No es mi intención que te fastidies por mi causa —respondió ella sin dejar de tener contacto visual con él.

—No eres un fastidio para mi —dijo nuevamente el hombre uniformado.

—Entonces, ¿por qué eres así conmigo? —insistió ella, lo cual pareció un motivo de frustración para él.

—Es sólo amabilidad y cortesía —contestó indiferentemente tras otro gesto de nerviosismo profesionalmente disimulado—. Así lo haría con cualquier otra persona que esté en una situación similar a la tuya.

              Renacer bajó la mirada, asintiendo.

—Bien. —Habló luego de varios segundos, tragando saliva con fuerza—. Preferiría que toda tu amabilidad y cortesía la vaciaras buscando a los culpables de la muerte de mi familia —dijo sin la menor discreción—. Después de todo es tu deber. Parece que no están haciendo mucho.

—Estamos haciendo todo lo posible —informó el joven.



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En el texto hay: miedo, secuestro, sangre

Editado: 28.04.2020

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