La humedad que inundaba el lugar era relativamente asquerosa. El sol maltrataba su preciosa piel todos los días a la misma hora, y lo que era peor, no podía regenerarse porque al día siguiente era maltratada de la misma forma. Tenía que escapar, cumplir su promesa. Vlad no podía tener razón siempre.
La sangre de su costado había dejado de fluir hace tiempo y su captor no había aparecido en dos meses desde la última vez que lo vio, claro, había asegurado todo con solo tener esa rendija de luz sobre su cabeza. No había escape… o más bien no lo había intentado. Pero esta vez sería diferente.
Primero que nada, ¿en dónde se encontraba? No era París, de eso estaba seguro, y tampoco Londres… ¿entonces en dónde?
El agua bendita que su captor había utilizado solo era recuperada por la bendición de un sacerdote incorruptible, él único que quedaba —por lo menos en Europa— era en…
—He sido un imbécil… —murmuró ladeando una sonrisa de ingenuidad.
Quizá Vlad si tenía razón, pero no en todo, no podía tener razón en todo.
Con la poca fuerza que había reservado se soltó las cadenas que lo mantenían atado y se puso de pie, entonces se detuvo al estar frente al límite entre él y la salida. Solo la barrera del agua bendita y la ostia sagrada lo detenían.
—Pero él no debe tener razón en todo… —se repitió. Estaba en Viena, de eso estaba seguro, ¿en qué otro lugar se encontraría Arminius Szegely?
Arminius era el sacerdote más bondadoso, caritativo, humilde y sobre todo incorruptible que había existido. Ahora está enfermo de tuberculosis, pero eso no impedía que sus objetos fueran sagrados, después de todo, ¿qué es más sagrado que la posesión de un sacerdote?
Según su hermano, si pertenecías a la luz, la luz no podía dañarte… ¿por qué había sido tan estúpido todo este tiempo?
La libertad estaba a solo un paso de distancia y él se había dejado cegar por los sentimientos, la frustración de haber fracasado le hizo mal, le hizo hacer cosas que no debería haber hecho, ahora lo comprendía; tiempo atrás había sucedido igual. Seguía siendo tan humano como cualquiera a pesar de su actual naturaleza.
Sin temor, dio un paso enfrente viendo que nada sucedía. Dios estaba de su lado todavía, pero no lo suficiente, estaba débil, cansado, humillado y herido. Debía llegar con Vlad antes de que sus fuerzas le abandonaran. No tenía más tiempo que perder… tiempo, había contado los días con sumo cuidado, no tenía otra cosa más que hacer, así que se dedicó a pasar el tiempo de esa manera.
En un mes el eclipse se concretaría y entonces todo fallaría si él no hacía nada para evitarlo. Lo tendría que hacer, no por él, sino por la única persona en la cual había depositado su confianza total.
× × ×
Castillo de Dracul. Transilvania, Rumania.
Faltaba un mes para el eclipse de luna que traería consigo la mayor de las desgracias. Ni siquiera el propio Vladislav estaba preparado para ella a pesar de haber peleado y ganado innumerables batallas cuando era cálido. Ahora no se sentía tan seguro para enfrentar a esta fuerza. ¿Qué le ocurría? No podía responderse esa pregunta. El afecto que había llegado a sentir por Quincey le estaba venciendo, debía mantenerse consciente de lo que hacía. Lo prometió a su amada Mina, y lo cumpliría, aunque no tuviera otra opción que encerrar a Quincey en el castillo o en una iglesia, no lo pondría en peligro. Él luchaba por lo justo, pero no pondría en peligro la existencia de su protegido.
Tras varias semanas preparándose, Jesper se sentía más fuerte, pero incapaz de cumplir con la promesa que había hecho a Vlad.
—¿Tan necesario es? —preguntó observando la daga de oro de la que emanaba el extraño brillo escarlata en la hoja.
—Tan necesario como salvar no solo la vida de los humanos…, piénsalo como la liberación de un alma.
Tras esa conversación se sentía tan frustrado que no tendría corazón como para dañar aquello que tanto anhelaba, pero ¿qué más podría hacer? Si era su deber, lo haría, aunque derramara lágrimas y sangre en el proceso.
«¿A poco sí te casarás con la asesina?», la voz de Evana se hizo presente en su mente. «Ella no es buena… ella me pertenece por propia reclamación».
—¡Mentira! —gritó atrayendo la atención de Abraham quien se encontraba tan centrado leyendo un libro de historia transilvana.
Poco después, y antes de que el profesor le dijera algo decidió salir de la biblioteca e ir a la habitación que el Príncipe le había asignado. Al entrar en ella, se paseó de un lado a otro tratando de calmarse, se pasó una mano por su rubio cabello y luego se frotó los ojos.
—¿Qué me está pasando? —murmuró sentándose sobre la cama.
La presencia invisible de esa mujer le perturbaba. Evana era la viva imagen de la lujuria y la maldad, él no podía dejarse seducir por esa criatura desagradable de largos colmillos y labios carmesí. Evana quería asesinar a Sarah, arrebatársela después de todo lo que había hecho por ella, pero no lo iba a permitir.
Buscó en su mesa de noche el celular y envió un mensaje a Sarah, esperó… esperó… pero ella no respondía. Un extraño presentimiento le inundó:
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Editado: 17.08.2021