Desperté.
Nada parecía haber cambiado. El cielo permanecía del mismo tono rojizo naranja al igual que el ambiente desértico. Luego una chispa de conocimiento se apoderó de mi cabeza. Había caído por un agujero de kilómetros de profundidad para mi perspectiva. Ahora ya tenía una idea de cómo se sintió Alicia[1].
Bueno, había que verles el lado positivo a las cosas. Mientras caía me desmayé, pero soñé con un Adonis que me acogía entre sus brazos haciéndome sentir segura. Lástima que en la vida real sea demasiado engreído y arrogante.
—Al fin despertaste. Empezaba a preguntarme si aún creías en cuentos de hadas y necesitabas algo de motivación para abrir los ojos.
— ¿Leo? —murmuré. En verdad esperaba que esto fuera un sueño o debería buscar un agujero para meter la cabeza como el avestruz.
— ¿Te encuentras bien?
Oh, sí. Seguía soñando. Leo nunca se preocuparía por mí. Y menos me prestaría sus piernas para que hicieran de mi almohada.
—Sí. ¿Y tú?
—También.
—Me alegro. —Le ofrecí una pequeña sonrisa mientras me volteaba para acomodarme en su regazo y continuar soñando.
—Veo que estás cómoda.
—No te imaginas cuánto.
—Quizás sí. Tú sonrisa me lo dice todo.
—Pues yo no quiero que digas nada. Solo cállate y quedémonos así hasta que despierte.
Pegó una carcajada. — ¡Pero si ya estás despierta! O al menos una parte de ti.
—No. Aún duermo. Si no, ¿cómo explicarías que estuvieras aquí conmigo?
—Fácil. Tú novio fue invitado a bailar muy bruscamente mientras tú caías por un abismo, y como no tenía planes para esta noche, decidí hacerte compañía.
— ¿Lo ves? Mientras caía me debí de golpear con algo y me desmayé. Por tanto, mientras no recobre la conciencia, será mejor que te calles y me dejes disfrutar de la paz y tranquilidad de este lugar.
—De acuerdo. Pero te advierto que el abismo más profundo de Citrina no es mi lugar favorito para vacacionar.
— ¿Quién habló de vacaciones en lo profundo de Citrina? —espeté con tono relajado.
Sentí como si se encogiera de hombros. —Nadie. Pero sucede que es allí en donde estamos ahora.
Un balde de agua congelada me cayó en la cara haciendo que abriera los ojos.
— ¿Qué... qué estás diciendo?
—Dije que ahora estamos en el verdadero y tenebroso Citrina. Pero según veo, para ti eso no es un problema.
¡Tierra, trágame!
Me sente déprisa. Todo el mundo a mi alrededor dio vueltas, pero eso era lo de menos. Me sentía más roja que un tomate y mis mejillas ardían.
— ¡Cielos! ¿Tan rápido te has recuperado? Deberías descansar un poco más.
—Creo... no... Debemos irnos.
— ¿En verdad te sientes bien?
—Sí. Quizá solo me levanté demasiado rápido.
Me escudriñó con la mirada y luego sonrió. —Sí, ya lo creo.
Terminé de incorporarme.
Miré a mí alrededor, examinando el lugar. Todo era idéntico al paisaje que había dejado atrás minutos antes, pero a la vez un tanto diferente. El suelo era completamente hecho de carbón y ceniza, no había ningún tipo de vegetación ni construcción. Estábamos solos en el infierno.
Dirigí mi vista hacia Leo que seguía aún sentado en el suelo como si fuera un muñeco de trapo.
— ¿Te encuentras bien?
—Solo necesito un minuto.
Por su aspecto diría que una hora. Su piel había tomado un extraño color gris opaco humectada por gotas de sudor, los labios se le veían agrietados y sus ojos demacrados albergaban ojeras.
¡Oh, por Dios! Esto no estaba pasando.
— ¿Qué pasa? ¿Empiezas a preocuparte por mí de nuevo? —dibujó una sonrisa lobuna.
— ¿Necesitas... beber? —pregunté sin querer. Sin embargo, no sabía qué hacer en ese caso. No creí necesario saber las recomendaciones de emergencia antes de venir.
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Editado: 23.02.2019