El nerviosismo que invadía mis sentidos no me dejó pensar con claridad durante la hora, o quizás dos horas, que anduvimos recorriendo sin rumbo y prácticamente en silencio el inmenso desierto de Citrina.
Reí entre dientes.
— ¿Puedo preguntar qué es tan gracioso?
—En realidad no mucho. Si alguien me hubiera dicho de joven que en el futuro sería perseguida por un fantasma confundido, vendría en cuerpo y alma al infierno y mi única compañía sería un damphiro engreído, narcisista, superficial, antipático...
—Bien, bien, ya entendimos el concepto.
Di una carcajada. —En fin, lo que quiero decir es que ni en un millón de años me lo hubiera imaginado, y si alguien me lo hubiera augurado, pues bien, me habría burlado de él en su cara.
Se rio roncamente. — ¿Por qué no puedes ser tu misma siempre?
— ¿Qué?
—Por lo que he podido analizar, tú yo verdadera es una chica directa, sarcástica, que toma sus propias decisiones y hace las cosas a su manera sin importar lo que los demás digan. Muy diferente a lo que has pretendido mostrar desde que has llegado a casa.
— ¿Crees que soy falsa? —No lo podía creer. ¿Por qué había pensado que Leo podía mantener su álter ego idiota a kilómetros de distancia y tratar de llevarnos bien? Según parecía, mi mundo perfecto no existía.
—No. No lo creo. Es un hecho. Y es precisamente ese capullo fresa que has creado el que me desagrada por completo.
—Gracias. Tú también tienes una faceta que me desagrada rotundamente.
— ¿Ves? Allí está la Fairy que me gusta, aunque use palabras de la chica fresa.
— ¿No tienes por qué hablar mal de las fresas? ¿Te gustaría que alguien hable mal de los vampiros en tu cara?
—Hasta que no sea uno, no me importa.
—Genial. Nunca creí llegar a conocer a un completo idiota.
—Y yo no creí llegar a conocer a un hada tan molesta como tú.
—Pues date por dichoso. Pocos como tú tienen la buena suerte de conocerme.
—No lo sé. Quizás mi mala suerte fue la que hizo que te conociera.
Leo detuvo el paso en ese momento. Sentí como sus brazos oprimían con más fuerza la hendidura detrás de mis rodillas como si el sentimiento fuera el miedo de que pudiera apartarme de él. O caer.
— ¿Qué sucede?
—Tú adorado tormento ha venido a buscarte.
— ¿Mi qué...?
Dirigí la vista hacia la dirección en que la de Leo veía. Efectivamente, una figura se aproximaba a nosotros peligrosamente.
¿Amigo o enemigo? Ataca primero, pregunta después, era la respuesta correcta.
Se veía alto. Quizás de la misma altura que Alden. Conforme iba aproximándose pude distinguir mejor su rostro. Nunca lo había visto antes, pero tenía un aire que me parecía familiar. Demasiado familiar para mí gusto. Y el abrigo oscuro no ayudaba en nada a cambiar la impresión que mi mente había dibujado de él.
Un viento helado atravesó hasta lo más profundo de mis entrañas consiguiendo hacer desaparecer el ambiente más o menos cálido que reinaba segundos antes.
—Pase lo que pase Fernanda, no te separes de mí.
Asentí mientras me bajaba de la espalda de Leo.
El desconocido sonrió. —Imaginé que estarías con Aarón. Veo que me equivoqué.
— ¿El chico te envío?
—No he hablado con Aarón desde hace, como, ¿veinte años?
¿Está bromeando?, pensé. Aarón me llevaba años, pero no tantos. Definitivamente trataba de engañarnos, o estaba loco. Optaba por la segunda.
—Vine por mi cuenta. Ese mocoso creo que ni siquiera sabe que yo he estado aquí todo este tiempo.
—Explícate —dijo Leo.
—No creo que sea lugar ni momento para ello.
— ¿Quieres probar cómo se siente una yugular desgarrada? —la tensión de Leo comenzaba a llegar a punto crítico.
—Me encantaría. Aunque creí que estarían más urgidos en salir de Citrina, pero si insistes.
#21616 en Fantasía
#45415 en Novela romántica
pesadillas, fantasmas y maldiciones, vampiros hadas y seres sobrenaturales
Editado: 23.02.2019