Dios le dijo a Moisés que le advirtiera al faraón que liberara a los israelitas para que pudieran adorarlo. Si no lo hacía, Dios enviaría plagas. Una plaga mortal afectó a los animales egipcios pero no a los israelitas. Luego vino una plaga de llagas purulentas, que también afectó a los magos egipcios. A pesar de estas advertencias, el faraón se negó a liberar a los israelitas. Dios entonces envió una plaga de granizo, algo nunca visto antes en Egipto, que destruyó todo a su paso, excepto en la región de Gosén, donde vivían los israelitas. El faraón admitió su error y pidió a Moisés que orara para que cesara el granizo, prometiendo liberar a los israelitas. Moisés oró, y el granizo se detuvo, pero el faraón cambió de opinión y continuó reteniendo al pueblo, como Dios había dicho.