Juan se quedó sorprendido de las palabras de David. ¿Él lo sabía? ¿Sabía que estaba enamorado de su hija? Y lo más increíble… ¿Estaba de acuerdo con eso? ¡Santo Dios!
Corrió a través de los árboles y alcanzó al hombre justo cuando él llegaba a su caballo.
— ¡Señor! — Gritó alcanzándolo. David se detuvo con un pie en el estribo y se giró intrigado a ver al muchacho.
— Me voy del rancho. — Dijo Juan jadeando por la carrera. — Voy a poner mi consultorio.
— Ya me lo habías dicho. — Asintió David.
— Pido su permiso para cortejar a Lupita. — Añadió el joven con decisión. — Quizá no pueda darle lujos, pero veré que no le falte nada y, por supuesto, la voy a tratar bien.
David sonrió… Subió de un salto al caballo y lo azuzó para que empezara a andar.
— Eso, si ella te acepta. — Dijo con una sonrisa traviesa mientras se alejaba.
— Si ella me acepta… — Meditó Juan por un instante.
Cuando la comprensión lo alcanzó, corrió a su propio caballo, se subió de un salto y arrancó a todo galope a través del campo rumbo a la casa grande, a lo lejos distinguió a Lupita en su propio caballo así que apuró al suyo.
Lupita aún lloraba, iba con el corazón roto pues había entendido el sutil y discreto rechazo que Juan le había hecho. El ruido de un galope la hizo girar con curiosidad y se asombró al verlo avanzar a ella a toda velocidad.
— ¡Lupita! — Escuchó su grito. — ¡Espera!
Intrigada, detuvo su caballo y lo miró con el ceño fruncido. Juan se le emparejó.
— Me voy del rancho. — Le dijo sin bajarse del inquieto caballo. — Voy a poner mi propio consultorio en el pueblo.
La joven lo miró con tristeza, sin saber qué responder.
— No quiero que nadie diga que tu papá me mantiene. — Dijo Juan.
— ¿Por qué habrían de decir eso? — Preguntó Lupita frunciendo el ceño. — Trabajas aquí, el dinero que recibes es tu sueldo… ¡Y bien ganado!
— Porque no quiero que piensen que me hice novio de una Corso por su dinero. — Juan se encogió de hombros. — Y mucho menos quiero que seas tú la que piense eso. Te amo Lupita, estoy enamorado de ti desde hace mucho. Y si tú me aceptas, prometo trabajar muy duro para darte una vida digna.
Lupita lo miró sorprendida por un momento, y luego estalló en sollozos.
Juan, preocupado, acercó su caballo lo más posible al de ella.
— Lupita de mi alma. ¿Por qué lloras? — Preguntó con angustia. — ¿Te ofendieron mis palabras?
— ¡Creí que no me amabas! — Exclamó ella entre sollozos. — ¡Creí que me despreciabas por ser una Corso! Con todo lo que me dijiste allá en el arroyo…
— Perdóname mi Lupita. — Dijo él estirando su mano para tomar la de ella. — En realidad me estaba despreciando a mí mismo… No me atrevía a soñar siquiera con que tú me miraras.
— ¡Tonto! — Exclamó la joven soltando una risa amarga. — ¡Yo estoy enamorada de ti desde hace mucho tiempo!
Ahora fue el momento de Juan de sorprenderse. ¿Su Lupita también lo amaba? ¡Santo Dios! ¡Qué increíble!
Con reverencia, casi con miedo, se acercó a ella y tomó su barbilla entre sus dedos.
— ¿Es cierto eso? — Preguntó con anhelo. — ¿También me amas?
Ni siquiera esperó a que ella respondiera, simplemente se acercó aún más y se inclinó sobre ella para besarla ante los silbidos, gritos y aplausos de los campesinos que rondaban por ahí cerca, cosechando.
FIN
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Editado: 16.12.2020