20 de Junio de 2015. Las Vegas, Nevada.
La mujer lloraba desconsolada en la sala de espera del hospital, nunca podría haberse imaginado el desenlace de aquel día, que debería haber sido el mejor de toda su vida. Aquella misma mañana su entonces novio y ahora prometido, le había pedido matrimonio con un anillo de plata. Ahora, la mujer morena y de cabellos rizados, giraba aquella sortija alrededor de su dedo anular con cierta angustia.
El cirujano salió entonces de la sala de quirófano con una expresión de pesar visible en la comisura de sus labios.
─ Lo siento señora, no hemos podido hacer nada por él.
La mujer emitió un grito desgarrador que puso los pelos de punta al cirujano, luego comenzó a llorar de forma estruendosa.
─ Tranquilícese señora ¿Hay alguien a quien pueda llamar para que cuide de usted?
─ No ─ sollozó. ─ Solo nos teníamos el uno al otro.
Siguió con su llanto desmedido durante un buen rato, el cirujano no se atrevió a dejarla sola en aquella sala de espera, así que permaneció junto a la mujer hasta que esta se hubo serenado un poco. Entonces la doble puerta, que separaba el quirófano de aquella sala de espera, se abrió, para dejar paso a una camilla en donde un paciente crítico era trasportado hacia la UCI.
─ ¡Hijo de puta! ─ Gritó la mujer mientras se abalanzaba sobre la camilla ─ ¡Me lo has matado!
Entre el cirujano y varios celadores consiguieron sujetarla. La mujer observó la cara del asesino de su prometido, quería recordar el rostro del hombre que le había arrebatado el único ápice de felicidad que había poseído a lo largo de toda su vida, sin embargo, aquel rostro amoratado e hinchado era de todo menos el rostro de un humano.
Con un soberano esfuerzo, los médicos separaron a la energúmena de la camilla y después se llevaron al paciente a una sala de la UCI apartada de las demás y con protección policial.
Tras apaciguarse la mujer se marchó del hospital sin muchos miramientos y después de coger un taxi, se dirigió a su casa para drogarse, pues necesitaba evadirse de todo aquel dolor que le desgarraba el corazón.
Cuando aquella mujer de cabellos rizados se drogaba, sentía como el tiempo comenzaba a desaparecer para hacer de los segundos una eternidad, los colores se volvían brillantes y alegres, haciendo que el mundo dejara de ser turbio y oscuro para sus ojos. Lo único malo era la sensación que se le quedaba tras el colocón, un sentimiento de vacío y soledad que la dejaba sin palabras y extasiada durante hora, hasta que volvía a colocarse.
Los sonoros golpes procedentes de la puerta la hicieron salir de aquel estado de estupor en el que la mujer se encontraba, con torpeza y esfuerzo logró llegar hasta la puerta para abrirla y encontrar tras ella al abogado que solía contratar su prometido fallecido, cuando la policía los pillaba traficando con droga.
─ Dime que ese cabrón se va a pudrir en la cárcel ─ dijo la mujer tras ver el rostro de su abogado.
─ No es tan fácil ─ el letrado la miró de arriba abajo. ─ Deberías cambiarte de ropa, tienes un poco de sangre.
La mujer se miró los brazos y las manos, para comprobar que estaban cubiertos de sangre reseca, luego se dirigió a un espejo corroído por el tiempo para contemplar su reflejo, aquel objeto, le devolvió la imagen espelúznate de una mujer ensangrentada y demacrada que apenas era capaz de sostenerse en pie.
─ Contéstame ─ exigió la mujer sin preocuparse más por su aspecto.
─ Es complicado, a diferencia de Tom, el chico que lo atropelló no tiene antecedentes y es la primera vez que lo pillan conduciendo embriagado.
─ Pero algo se podrá hacer ¿no?
─ Sí, por homicidio imprudente pediré para él ocho años de cárcel, sin embargo, que no te extrañe que este fuera antes de que pasen cuatro.
─ Lo estaré esperando aquí fuera a que cumpla su condena para ajustar cuentas ─ sentenció con tono amenazador la mujer.
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Editado: 28.04.2019